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La llevada a cabo en tierras de Hispanoamérica, Iberoamérica, o Latinoamérica, a partir de la época de la conquista española hasta nuestros días. No quedan comprendidas con este término, por tanto, las ideas filosóficas -si las hay- de las culturas precolombinas, maya, azteca e inca, sobre todo. En la filosofía latinoamericana, así entendida, pueden distinguirse tres grandes fases.

Primera época: siglos XVI, XVII y XVIII

Propia de la época colonial, se caracteriza por el predominio de la filosofía escolástica y la presencia de una cierta corriente humanista, con la consecuente mezcla de ambas, provenientes de la península ibérica, que España y Portugal imponen como cultura a las colonias de sus respectivos imperios. Nace esta filosofía en los colegios de las órdenes religiosas (franciscanos escotistas, dominicos y agustinos tomistas , jesuitas suarecianos principalmente) y en las universidades que éstas regentan. Al final de este período se presenta una ligera apertura hacia la modernidad.

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La primera obra filosófica publicada en América es la Recognitio Summularum (México, 1554) acompañada de la Dialectica resolutio, de Alonso Gutiérrez (1504-1584), luego fray Alonso de Vera Cruz, religioso agustino; son tratados de lógica a los que sigue la Physica speculatio (1557) del mismo autor. Se trata de obras que se inscriben en la filosofía tomista de la escolástica. Filósofos notables de esta época son el dominico Tomás Mercado (1530-1576) y el jesuita Antonio Rubio (1548-1615), autor de Commentarii in Universam Aristotelis Dialecticam (1603), obra conocida como Lógica mexicana. Al franciscano Alfonso Briceño (1590-1667), obispo de Nicaragua y luego de Caracas, se le considera el filósofo de mayor importancia dentro de la corriente escotista y, por su nacimiento en Santiago de Chile, el primer filósofo propiamente dicho del continente americano.

A éstos hay que añadir un grupo de filósofos humanistas novohispanos, integrado principalmente por el franciscano Juan de Zumárraga (1468/9-1548), el clérigo don Vasco de Quiroga (1470/80-1565), fundador de los «hospitales-pueblo», el naturalista y filósofo, protomédico de Felipe II, Francisco Hernández (que llega a México en 1570) y el dominico Juan Ramírez († 1609), quienes, influidos por ideas humanistas procedentes de Erasmo, Tomás Moro o J.L. Vives continúan la labor de la defensa de los derechos humanos de los indios, iniciada por Francisco de Vitoria y Domingo de Soto, en España, y Bartololomé de Las Casas (1484-1566) y Tomás de Mercado en México.

La filosofía de tendencia suareciana se difunde ampliamente durante el s. XVII por diversos países iberoamericanos, por obra principalmente de los jesuitas Juan de Albiz (1588-1650), Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), conocedor de las teorías de Descartes, Gassendi, Galileo y Kepler, Juan Antonio Varillas, y sobre todo Diego Marín de Alcázar († 1708), autor de tres obras filosóficas fundamentales: Curso trienal de filosofía, Comentarios a los físicos de Aristóteles y Metafísica.

Los escritos de Juana Ramírez de Asbaje, conocida como sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), monja jerónima erudita, poetisa y filósofa, se consideran representativos del momento de transición de la escolástica a la modernidad: en ellos (sobre todo, en Primero sueño y Respuesta a sor Filotea de la Cruz) ven los peritos reflejos filosóficos y discuten sobre su ascendencia neoplatónica, escolástica, humanística o hasta hermética.

Con el s. XVIII, comienza el cambio hacia la filosofía moderna que empieza a llegar del continente europeo, como objeto más bien de crítica al principio, pero que es ya filosofía aceptada (que, a partir sobre todo de 1750, prevalecerá sobre la escolástica) en autores como José de Aguilar (1652-1731), jesuita peruano, y Pedro Peralta y Barnuevo (1663-1743), seguidor de Copérnico, Descartes y Gassendi, así como en José Elías del Carmen Pereira (1760-1825), profesor de la universidad de Córdoba (Argentina), y Carlos María González, ambos franciscanos seguidores de Descartes y de las nuevas ideas científicas. En Ecuador destaca la actividad intelectual crítica de Eugenio Espejo (1747-1795), mestizo nacido en Quito, médico que se adhiere a ideas ilustradas y liberales y se muestra en sus escritos admirador de Bacon, Hobbes, Locke, Wolff, Grocio y Montesquieu, y decidido opositor de las doctrinas escolásticas. El gran introductor de la filosofía moderna y, según Gaos, de toda la filosofía en Nueva España, es el oratoriano Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos (1745-1783), nacido en Zamora (México). Sus viajes por Europa, en calidad de procurador de su orden, le facilitaron el contacto directo con la filosofía moderna. En su obra más conocida, Elementa recentioris philosophiae (1774, México) [Elementos de filosofía moderna], plantea la renovación del pensamiento filosófico oponiéndose a la escolástica. Se le considera un autor ecléctico y se atribuye una función de transición entre la escolástica tradicional y la filosofía moderna. Una más directa oposición a la filosofía tradicional presentan Silvestre Pinheiro Ferreira (1769-1840), oratoriano también, quien introduce en Brasil la filosofía moderna francesa y el idealismo alemán, y el clérigo secular Antonio Alzate (1737-1799), publicista y director del «Diario Literario de México» (1768) y miembro de la Academia de Ciencias de París (1771), cuyos escritos científicos lo constituyen en representante de la ciencia moderna y defensor de las ideas ilustradas.

En plena transición al período siguiente, a comienzos del s. XIX, la oposición a la escolástica y a la enseñanza tradicional se renueva y radicaliza con la introducción del sensualismo de Condillac y las doctrinas de los ideólogos franceses. Juan Crisóstomo Lafinur (1797-1824), filósofo, poeta y periodista, obtiene en 1819 la cátedra de filosofía en el Colegio de la Unión Sur (Argentina), enseña no ya en latín, sino en español, y sigue decididamente a Descartes y Locke, y a los ilustrados franceses Condillac, Destut de Tracy, d'Holbach, Helvetius y Cabanis; sus ideas renovadoras, expuestas principalmente en Curso filosófico, le valieron el exilio en Chile. Juan Manuel Fernández Agüero (1772-1840), clérigo español profesor de Ideología en la universidad de Buenos Aires, expresa en Principios de Ideología (1824) su fidelidad a Destut de Tracy y su inclinación por el materialismo. Le siguen en esta misma tendencia, y en el desempeño de la misma cátedra de Ideología, su alumno, el médico argentino Diego de Alcorta (1801-1842) y Luis José de la Peña (1794-1850), quien posteriormente (1830) enseña en Uruguay. En Cuba, las ideas ilustradas se reafirman contra la filosofía tradicional de la mano del sensualismo y de los ideólogos franceses: José Agustín Caballero (1762-1835), discípulo de Feijóo, favorece la introducción de las ideas ilustradas en el Seminario de San Carlos, y manifiesta en su Philosophia electiva (1797) su adhesión a Descartes, Locke y Condillac. En la misma tendencia antiescolástica y pro ilustrada se sitúa el sacerdote Félix Varela (1788-1853), discípulo del anterior, cartesiano, lockeano y sensualista, y defensor de ideas liberales. A mediados del s. XIX, la influencia de los ideólogos franceses alcanza su punto máximo en Cuba, con José Cipriano de la Luz y Caballero (1800-1862), vástago de una rica familia criolla, miembro del clero, culto en letras y ciencias y decidido reformador de la enseñanza universitaria, excesivamente tradicional hasta entonces por influjo de la escolástica; la influencia persistente de sus ideas cristaliza de forma concreta con la creación del Colegio San Salvador (1848), centro de formación de grandes personajes.

A estas ideas ilustradas y liberales no fueron ajenos los padres de la Independencia Americana: Simón Bolívar (1783-1830), quien tuvo como maestro a Simón Rodríguez (1771-1854), destacado ilustrado; el general Manuel Belgrano, de quien se afirma haberlas introducido en Río de la Plata, y José Martí (1835-1895), iniciador de la sublevación cubana. En grado máximo, sin embargo hay que atribuirlas al llamado «liberador intelectual de América», el venezolano, nacido en Caracas pero redactor del código civil chileno, Andrés Bello (1781-1865), quien combina sensualismo y positivismo con romanticismo y espiritualismo, en una mezcla ecléctica denominada por J.D. García Bacca «empirismo sensualista» y por otros «positivismo espiritualista»; su obra filosófica más importante es Filosofía del entendimiento (póstuma, 1881).


Segunda época: siglo XIX, época de la emancipación americana

Tras el auge de las ideas ilustradas que comienza a mediados del siglo anterior, y en el marco de la eclosión del pensamiento liberal en lo político, el eclecticismo ideológico deriva hacia posiciones espiritualistas o más bien hacia un romanticismo ecléctico, muy en consonancia con los movimientos nacionalistas. El movimiento surge, al parecer, en Brasil coincidiendo con la llegada de Juan VI de Portugal y su corte a Río de Janeiro, que huye de la invasión de Junot en España. Sus iniciadores son el capuchino Francisco Mont'Alverne, su discípulo Gonçalves de Magalhães, médico, diplomático y filósofo, y Eduardo Ferreira França, médico y filósofo, más sistemático y profundo que los anteriores: con ellos llega el espiritualismo que Maine de Biran opone al sensualismo de Condillac, así como el eclecticismo espiritualista de Cousin y Theodore-Simon Jouffroy, con influencias del empirismo de la escuela escocesa, e ideas de Rosmini, Gioberti y Lammenais, además del krausismo español, proveniente de Alemania (sobre todo en Perú y Argentina).

Este movimiento de liberación respecto de las ideas ilustradas se extiende por Argentina -donde Esteban Echeverría (1805-1851) se apoya en las nociones de Volksgeisty de «razón histórica»-, por Bolivia -donde Joaquín Mora (1783-1864) sigue preferentemente a Malebranche y a la escuela escocesa- y por otros países, como Perú o México. En Ecuador, Juan Montalvo, liberal profundo y revolucionario, opone a la abstracción de las ideas ilustradas y el materialismo francés principios espiritualistas e ideas románticas.

Al final del período, lograda la independencia, se impone, desde 1830 a 1910 como filosofía dominante, el positivismo filosófico (de Comte en combinación con ideas de Spencer y Mill) como expresión del triunfo de los liberales sobre los conservadores -que imponen una educación distinta de la que se inspiraba en la escolástica tradicional- el cual, según se expresa Leopoldo Zea, es usado como «instrumento de la emancipación mental de Hispanoamérica.

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El positivismo, pues, que irrumpe hacia la segunda mitad del s. XIX, hace su aparición en Brasil -cuya divisa, desde 1889, Ordem e Progresso, es fruto de inspiración positivista-, país que rechazaba tanto el radicalismo francés como el conservadurismo tradicional. La filosofía de Comte, importada a modo de nueva ideología propia de las capas altas de la burguesía comercial e industrial, tiene sus iniciadores en Luis Pereira Barreto, médico y agnóstico, y el matemático Benjamin Constant Botelho de Magalhães. Miguel Lemos y Raimundo Teixera Mendes, y los hermanos Lagarrigue (Jorge 1854-1894; Juan Enrique 1852-1927, y Luis 1857-1949) -estos últimos en Chile- representan el punto máximo del desarrollo de las ideas del positivismo de Comte que se orienta hacia la «religión de la Humanidad»; la «Sociedad Positivista», fundada por ellos, perdura hasta el día de hoy.

En Argentina, las ideas positivistas -Comte, Spencer y Haeckel - llegan algo más tarde, llevadas también de la mano de la clase comercial e industrial. Los iniciadores son el jurista Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y el escritor Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), presidente de la República en 1868. El genuino representante del positivismo como religión de la humanidad es, no obstante, José Alfredo Ferreira (1863-1936), profesor en la Universidad de La Plata, que ocupa además cargos públicos y funda las revistas «La Escuela Positiva» y «El Positivismo». Sus Ensayos de ética (1944) muestran influencias spencerianas. La rama positivista más fiel a la primera filosofía de Comte -la de la ley de los tres estadios- se difunde ahora entre científicos, antropólogos y psicólogos de orientación spenceriana y darwinista. José Ingenieros (1877-1925), nacido en Palermo, hijo de padres italianos que se trasladan a vivir a Buenos Aires, es el más conocido de los positivistas de esta época.

En México, el positivismo arraiga entre las capas de la burguesía, deseosa ya de una ideología propia. Gabino Barreda (1820-1881), médico, discípulo de Comte en París, autor además de la Ley de Instrucción Pública del D. F. (que suprimió la filosofía), introduce estas ideas en su país, rechazando el individualismo spenceriano e insistiendo en la solidaridad y otros aspectos sociales. La misma orientación, de fidelidad al primer Comte, y no al segundo, el de la mística de la humanidad, siguen el a veces considerado más humanista que filósofo, Justo Sierra (1848-1912), también en México, así como Manuel González Prada (1844-1918), en Perú, Eugenio María de Hostos y Bonilla, en Puerto Rico, y Belisario Quevedo (1883-1921), en Ecuador.

El positivismo fue adoptado como filosofía (e ideología de la educación) en toda Latinoamérica.

La filosofía krausista, importada de Francia, Bélgica y España por discípulos de los krausistas Guillaume Tiberghien y Heinrich Ahrens, se instala en Argentina, a finales de siglo, como ideología intermedia entre las ideas del conservadurismo católico y la revolución ilustrada. Julián Barraquero (1856-1935) funda en principios krausistas la regeneración moral de su país e introduce principios krausistas en la Constitución argentina. Wenceslao Escalante (1852-1912), profesor de derecho en la Universidad de Buenos Aires, es un acérrimo defensor de las ideas krausistas en sus Lecciones de filosofía del derecho. Cuba y Brasil tuvieron también filósofos de esta tendencia: Teófilo Martínez de Escobar, en La Habana, seguidor de Julián Sanz del Río, y Carlos Mariano Bueno Gãlvao, en São Paulo. También llegan hasta Buenos Aires las ideas pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza por mediación de Carlos Norberto Vergara (1857-1928), discípulo de Francisco Giner de los Ríos y de Fröbel.

Tercera época: el siglo XX

Se caracteriza inicialmente esta época por una filosofía de transición que se presenta inicialmente como una reacción contra el positivismo, una superación del mismo, y la adopción luego de nuevas y diversas corrientes filosóficas que lo van sustituyendo: espiritualismo, filosofía alemana, idealismo, existencialismo, marxismo, con las que se insertan perspectivas filosóficas más o menos autóctonas; la filosofía latinoamericana abandona su afán de liberarse de la antigua filosofía tradicional y universaliza y europeíza su temática. Se producen también diversas aportaciones a la filosofía latinoamericana por parte de filósofos exiliados españoles. A la última fase de la tercera época se la define como una «mayoría de edad filosófica» de los países iberoamericanos (Alfonso Reyes).

Iniciador del espíritu antipositivista es el uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917), quien expresa en sus escritos - Ariel (1900), Motivos de Próteo (1909) y El mirador de Próspero (1913)- una llamada a enfrentarse a la filosofía positivista y a preservar la propia individualidad. La primera reacción filosófica antipositivista es el neokantismo, que se expresa con la «vuelta a Kant», contemporánea de la del continente europeo, iniciada por el argentino Rodolfo Rivarola (1858-1942); este retorno a la tradición filosófica europea significa la recuperación de la metafísica frente al cientificismo fisiológico y sociológico del positivismo spenceriano y el desarrollo del programa de Kant en lo tocante a la sociedad y a las ciencias naturales. Siguen la orientación neokantiana Alejandro Korn (1860-1936), médico que deja su profesión para dedicarse a la enseñanza de la filosofía en la Universidad de Buenos Aires, donde funda la «Sociedad kantiana», y de La Plata (obras suyas son La libertad creadora, 1922; Axiología, 1930) y Francisco Larroyo (n. 1912), considerado introductor del neokantismo en México, creador del «Círculo de amigos de la filosofía crítica», directamente influido por los neokantianos de la escuela de Baden, de orientación axiológica (escribe, entre otras obras, La filosofía de los valores, 1936; La lógica de las ciencias, 1937; La antropología concreta, 1963). Pertenecen a esta corriente filosófica, que se desarrolla principalmente en las décadas de los treinta y los cuarenta, Miguel Bueno, Guillermo Héctor Rodríguez y Juan Manuel Terán.

Influido por la filosofía kantiana, el idealismo alemán y, sobre todo, por Bergson (el bergsonismno es, de hecho, una de las formas más extendidas en Iberoamérica de salir del positivismo), abandona el peruano Alejandro Octavio Deústua (1849-1945), que por su actividad pedagógica y académica mereció el título de «Patriarca de la nueva filosofía del Perú», su inicial adhesión a la filosofía comtiana. Sus obras fundamentales, con las que desarrolla una metafísica de la estética, son Las ideas de orden y libertad en la historia del pensamiento humano (1922) y Estética general (1923). En la misma línea de influencia bergsoniana -y de la filosofía francesa en general- y de oposición al positivismo se halla Coriolano Alberini (1884-1960); su obra más conocida es Introducción a la axiogenia (1919), y el ya mencionado Alejandro Korn y Eugenio Pucciarelli, entre otros. Al positivismo se oponen, en México, los grupos de jóvenes escritores -que participarían luego en la Revolución Mexicana- de la revista «Savia Moderna» (1906), la Sociedad de Conferencias y el Ateneo de la Juventud (1909). Los filósofos de este último grupo se oponen al positivismo con la concepción que ya puede denominarse espiritualismo y que encuentra su fuente de inspiración en Bergson, Boutroux, Stirnery Nietzsche. Los bergsonianos más relevantes son Antonio Caso y Andrade (1883-1946), inicialmente comtiano, que rechaza el positivismo por considerarlo meramente orientado de manera simple a un saber técnico –cuando la filosofía, a su entender, persigue objetivos, fines y métodos distintos de los de la ciencia–, y cuya obra principal, La existencia como economía, como desinterés y como caridad (1916), le acerca a Max Scheler, a Maine de Biran e inclusive al personalismo de Emmanuel Mounier, y José Vasconcelos (1882-1959), considerado uno de los mayores filósofos iberoamericanos, que opone al positivismo una comprensión de la realidad a través de la experiencia estética. En esta misma tendencia de oposición y rechazo del positivismo están Alberto Rougès (1880-1945), profesor de la universidad de Tucumán, que desde el positivismo de su tiempo, ya en decadencia, se adhiere a una filosofía espiritualista que se inspira específicamente en Plotino y Bergson (Las jerarquías del ser y la eternidad, 1943); el chileno Enrique Molina y Garmendía (1871-1956), fundador y rector de la Universidad de Concepción y, en Brasil, Raimundo de Farias Brito (1862-1917), llamado la «conciencia brasileña»; José Pereira da Graça Aranha (1868-1931), discípulo del anterior y Martins Jackson de Figueiredo (1891-1928), en quien la filosofía de Bergson deriva hacia un fideísmo místico.

Carlos Vaz Ferreira

El rechazo del positivismo se expresa también con la adopción del historicismo alemán: el uruguayo Carlos Vaz Ferreira (1872-1958), psicólogo y filósofo, rector de la Universidad Nacional de Montevideo, abandona su positivismo, mantenido inicialmente en sus estudios de psicología experimental, para defender la necesidad de una filosofía centrada en el estudio de la libertad y los valores.

A su vez, Eugenio Pucciarelli (1907-1987), médico argentino y profesor de filosofía en las Universidades de Tucumán, la Plata y Buenos Aires, se remite al historicismo de Dilthey, y Miguel Reale (n. 1910), profesor de la Universidad de São Paulo, en Brasil, hace de la axiología y el historicismo, los puntos fundamentales de la personalidad humana. Obras suyas son: Filosofia do direito, 1953; Horizontes do direito e da historia, 1966; O direito como experiencia, 1968.

La fenomenología, ha tenido también sus seguidores: Francisco Romero (1891-1982), nacido en Sevilla, pero emigrado en su infancia a Argentina, discípulo de Alejandro Korn, profesor de la universidad de Buenos Aires y primer director de la «Biblioteca Filosófica» de Ediciones Losada, historiador además de las ideas filosóficas de Iberoamérica, apoya su antropologíaen la fenomenología y la axiologíade Hartmann, y hace de la intencionalidad, el valor y la trascendencialos temas preferentes de su filosofía. Entre sus obras destacan Filosofía de la persona (1944) y Filosofía de ayer y de hoy (1960). Las obras de Ernesto Mayz Valenilla (n. 1925), profesor de la Universidad Simón Bolívar, revelan ya en sus títulos la influencia de Husserl (Fenomenología del conocimiento, 1956) y la de Heidegger (Ontología del conocimiento, 1960; Esbozo de una crítica de la razón técnica, 1974). Cultivan también la fenomenología discípulos de F. Romero, como Aníbal Sánchez Reulet o Alfredo Coviello, los peruanos Enrique Barboza o Manuel Argüelles, los argentinos Carlos Cossío y Emilio Estiú, etc. En Risieri Frondizi (1910-1983), filósofo argentino, profesor en las universidades de Tucumán y Buenos Aires, la fenomenología se convierte en un «empirismo total». Gran conocedor de la filosofía anglosajona, divulga con su obra los presupuestos del empirismoinglés; el yo no es una sustancia, sino una «estructura funcional», y la tendencia a concebir los objetos como estructuras y funciones le lleva a la consideración de los valores, con los que las cosas están siempre en relación, como función de una situación concreta. De este historicismo surge, por lo demás, un cierto relativismo ético. Sus obras más conocidas son El punto de partida del filosofar (1945), Sustancia y función en el problema del yo (1952) y la conocidisima ¿Qué son los valores? (1958).

Una línea parecida de renovación filosófica mantienen los filósofos que, a partir del primer cuarto de siglo, ven en las ideas de Ortega y Gasset (quien realiza su primer viaje a América en 1916) una nueva manera de rechazar la filosofía francesa aceptada y, en concreto, el bergsonismo, así como un estímulo para dirigir la reflexión filosófica hacia las propias «circunstancias». Samuel Ramos (1897-1959), médico, agnóstico y profesor de filosofía en la Universidad de México, rechaza el espiritualismo de su maestro Antonio Caso por considerarlo excesivamente intelectualista, y se orienta hacia una antropología filosófica centrada en los valores humanos y orientada hacia la propia realidad histórica y geográfica. En su Hacia un nuevo humanismo (1940), urge la necesidad de un equilibrio entre los valores racionales y los sensibles, situando por encima de todos ellos el valor moral; en este nuevo humanismo, influye positivamente el raciovitalismoy el perspectivismode Ortega, presentes también en El perfil del hombre y la cultura en México (1934), obra en que -además de recurrir al psicoanálisis de Adlerpara analizar el complejode inferioridad que, según él, padece el alma mexicana ante lo occidental- considera que toda filosofía surge de una cultura dada, de la realidad vital y de la circunstancia en que se halla el individuo; en este caso, la circunstancia mexicana.

José Gaos

Ideas parecidas, y también una muy notable influencia de Ortega y Gasset y su sentido de la historia, llevan a Leopoldo Zea (n.1912), profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México e historiador de la filosofía mexicana -tal como expresan algunos de los títulos de sus obras principales: Entorno de una filosofía americana (1945), América como conciencia (1953), La filosofía en México (1955), Latinoamérica en la encrucijada de la historia (1981)-, a estudiar las condiciones de posibilidad de una auténtica cultura latinoamericana que llene el vacío ideológico dejado por la cultura occidental tras la Segunda Guerra mundial. El grupo «Hiperión», fundado precisamente por Zea en 1950, constituido por Luis Villoro, Ricardo Guerra, Jorge Portilla y Emilio Uranga, a finales de los cuarenta e inicios de los cincuenta, insistirá en estos ideales mexicanistas y americanistas. Emilio Uranga escribe Análisis del Ser del Mexicano con la pretensión de lograr una ontología del ser mexicano; José Gaos (1900-1969), uno de los filósofos exiliados en 1939, discípulo de Ortega, le objetará que, si acaso, ha de tratarse de una óntica. Pero también Gaos impulsará a discípulos suyos hacia el estudio de la historia de las ideas en Latinoamérica y el sentido de una posible incardinación nacional de la filosofía.

Juan David García Bacca

Las ideas orteguianas se renuevan y cobran nuevo empuje cuando, en 1939, y tras la caída de la República española, América ofrece asilo a exiliados españoles republicanos, los también llamados «transterrados»; hay filósofos destacados entre ellos pertenecientes a las denominadas Escuela de Madrid, de herencia orteguiana, y Escuela de Barcelona (además del ya mencionado José Gaos, están Eugenio Imaz, Juan David García Bacca, Eduardo Nicol, Manuel Granell, Luis Recasens Siches, José Manuel Gallegos Rocafull, María Zambrano, Jaume Serra i Húnter, Joaquín Xirau, Ramón Xirau, Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez, etc.). Su aportación es históricamente importante para la cultura latinoamericana: tradujeron colecciones enteras, fundaron instituciones, formaron discípulos y produjeron obras respetables. Hubo entre ellos, además de orteguianos, grandes conocedores de los clásicos y de las lenguas clásicas, historiadores e historicistas, neokantianos, espiritualistas cristianos, fenomenólogos, existencialistas, heideggerianos, lógicos, marxistas, etc.; la «generación del exilio» que enriqueció sensiblemente la filosofía y la cultura iberoamericana, en especial la mexicana y cuyos miembros compartían casi todos -con la excepción de algunos independientes- la característica común de estar influidos por las ideas filosóficas de Ortega y la Institución Libre de la Enseñanza.

A partir de los años cuarenta se difunde por los países de Latinoamérica, en especial Argentina, Brasil y Chile, la corriente originariamente europea del llamado empirismo lógico o positivismo lógico, ausente hasta este momento de los intereses filosóficos de Sudamérica, pese al positivismo generalizado. Hacia 1967 aparece en México el grupo «Crítica», al que pertenecen Fernando Salmerón, Luis Villoro, Alejandro Rossi y otros, y que ha de ejercer un notable influjo en toda Latinoamérica. A la vez que sus componentes criticaban la posibilidad de una filosofía de lo mexicano, requerían una filosofía capaz de reflexionar sobre el lenguaje, la ciencia y la técnica, susceptible de recibir expresión en lenguaje formal. Mario Bunge (n. 1919), profesor de física inicialmente y luego de filosofía de la ciencia, en Buenos Aires y Canadá, es indiscutiblemente el representante más notable de la tendencia a dar a la filosofía mayor rigor «científico» (inseparable de la necesidad de exponerla mediante la lógica formal); toda su obra viene a ser una reflexión filosófica sobre la ciencia. A sus muy conocidas obras, como La ciencia: su método y su filosofía (1966) o La investigación científica (1969), se debe en buena parte la amplia difusión que han tenido nociones tan fundamentales como, por ejemplo, la de que la ciencia es un conocimiento metódico, verificable y revisable. Existe, además, un buen número de lógicos, epistemólogos y filósofos del lenguaje en diversos países iberoamericanos -Gerold Stahl (que acepta la lógica matemática, pero rechaza la filosofía analítica), Armando Asti Vera, Alejandro Rossi, Eduardo García Máynez, Eli de Gortari, etc.-, cuya importancia, en palabras de A. Guy «debería ser tenida en cuenta en Europa». A Óscar Miró Quesada (n. 1919), que publica en 1946 el primer texto de esta materia en América latina, se debe también la introducción de la filosofia analítica en Perú.

El existencialismo, derivado de la fenomenología de Husserl y la filosofía de la existencia de Heidegger tiene en el filósofo argentino, Carlos Astrada (1894-1970), marxista luego, su más conocido representante y difusor. El hegeliano Miguel Angel Virasoro (1900-1966), profesor de la Universidad de Buenos Aires, identificando «ansiedad» existencial- que no angustia- con impulso hacia el ser y a la libertad, se orienta hacia la trascendencia, mientras que Alberto Wagner de Reyna (n. 1915), peruano, alumno de Hartmann, Spranger, Heidegger y Romano Guardini, representa la versión cristiana del existencialismo. La posibilidad de un nuevo humanismo que los planteamientos existencialistas dejaban entrever interesó, en su momento, a muchos autores iberoamericanos.

El marxismo teórico que, debido a la urgencia de los problemas reales de algunos países sudamericanos arraiga con menos facilidad que el marxismo práctico, tiene sus precursores -comienza como es normal en los países más industrializados- en los argentinos Juan B. Justo (1865-1928) y Aníbal Ponce (1898-1938), con sus obras Educación y lucha de clases y Humanismo burgués y humanismo proletario, y se muestra ya militante en el fundador del Partido socialista peruano, José Carlos Mariátegui (1895-1930), el «primer marxista iberoamericano». Surge como reacción a la filosofía espiritualista cristiana y, en algunos países, como en México, como parte del proyecto de educación socialista, asumido por el PNR a partir de 1934, y se ve reforzado luego con la llegada, a partir de 1939, de exiliados españoles. Las traducciones de Wenceslao Roces (n. 1897) dan a conocer la obra de Marx y Engels y las dos aportaciones filosóficas más relevantes dentro de esta corriente la constituyen la obra de Eli de Gortari (1918-1979), nacido en México (obras preferentemente sobre lógica y dialéctica), y la de Adolfo Sánchez Vázquez (obras preferentemente sobre estética de la filosofía marxista, filosofía política, ética y filosofía de la historia).

La filosofía marxista ha tenido cultivadores en otras naciones latinoamericanas, como Caio Prado Júnior (1909-1986) y João Cruz Costa (1905-1986), en Brasil, Juan Nuño, en Venezuela; Andrés Sánchez García, en Chile; Carlos Reyles, en Uruguay; Jaime Díaz Rozzoto, en Guatemala; y Carlos Astrada -en su evolución del existencialismo al marxismo, semejante a la de Sartre- y su discípulo Alejandro Llanos, en Argentina.

Pese a los diversos cambios de mentalidad filosófica, hechos con la intención de educar a las nuevas naciones en formas de pensar no inspiradas en la tradición escolástica de las colonias, la filosofía de inspiración cristiana es todavía vigente en las naciones latinoamericanas, en las que el cristianismo permanece arraigado en las clases populares. En forma de filosofía tradicional de fondo escolástico, pero preferentemente tomista, se cultiva sobre todo entre los miembros pertenecientes al clero católico. Octavio Nicolás Derisi (n. 1907), filósofo argentino, fundador de la Universidad católica de Buenos Aires y de las revistas «Sapientia» y «Revista de Filosofìa» profesa una rigurosa filosofía tomista en la senda de Garrigou-Lagrange, Gilson o Maritain y defiende la existencia de una «filosofía cristiana». Tomistas más eclécticos son Nimio de Anquín (1891-1970), Ismael Quiles (n. 1906), jesuita, profesor de la Universidad del Salvador, y el peruano Víctor Belaúnde (1883-1955). Tomista ecléctico es también José Rubén Sanabria, profesor de la Universidad Iberoamericana de México, preferentemente orientado hacia la antropología existencial y el personalismo (El enigma del hombre, 1966; Filosofía del hombre, 1987; Historia de la filosofía cristiana en México, 1994).

Independiente de la escolástica, pero también de orientación cristiana, y muy relacionada con corrientes de filosofía contemporánea, es la filosofía que puede denominarse «espiritualismo agustiniano» de inspiración pascaliana (de la que A. Guy opina que en estos países adquiere cierta idiosincrasia y originalidad), y cuyos representantes más significados son Agustín Basave y Fernández del Valle (n. 1923), mexicano, que desarrolla un humanismo teocéntrico inspirado en Zubiri; el catalán Luis Farré (n. 1902), nacionalizado argentino, discípulo y ayudante de Rodolfo Mondolfo, en la universidad de Tucumán, buen historiador de la filosofía y espiritualista de tendencia ecléctica, y Alberto Caturelli (n. 1927), argentino, espiritualista cristiano -muy influido por Michele Federico Sciacca, en especial por su concepto de «interioridad objetiva»-, profesor de la Universidad de Córdoba y organizador del «Congreso mundial de Filosofía cristiana» de 1979, en Argentina.

Sin embargo, la verdaderamente filosofía cristiana original de los países latinoamericanos es la denominada «filosofía de la liberación», que conjuga ideales cristianos de justicia y libertad con la praxis revolucionaria como método para alcanzarlas. Es en realidad una teología, y hasta una espiritualidad, que parte de una opción vital por los pobres, por el individuo concreto injustamente instalado en una situación social de miseria y desamparo, y que rechaza radicalmente la opresión del hombre llevada a cabo por el hombre. Sobre esta ideología cristiana, que comparten numerosos miembros del clero iberoamericano y que concuerda al parecer con los ideales evangélicos, nacida de las conferencias episcopales de Medellín (1968) y Puebla (1979), algunos de sus promotores ejercen una específica reflexión de tipo filosófico. Destaca entre ellos Gustavo Gutiérrez (n. 1928), sacerdote peruano, profesor de la Universidad católica de Lima. En sus obras, Teología de la liberación (1971), Liberación por la fe (1983), apunta hacia el hecho escandaloso de la situación de los oprimidos que la iglesia no puede por menos que resolver. La liberación que está en juego se desarrolla por la praxis de la superación de los conflictos socioeconómicos a escala mundial, la implantación de una sociedad sin clases y la reflexión cristiana que se inspira en la Biblia. También Leonardo Boff (n. 1938), brasileño (Teología del cautiverio y de la liberación, 1978), y Enrique Dussel (n. 1934), argentino, (Filosofía ética de la liberación, 1977), son nombres destacados que hay que añadir a esta orientación, al igual que los de los jesuitas vascos Jon Sobrino e Ignacio Ellacuría, en el Salvador. La teología de la liberación se integra en el marco más amplio de una filosofía de la liberación -que se autocomprende como una filosofía típicamente latinoamericana y remite al problema de si existe o no una autonomía intelectual y filosófica de América-, de la que existen dos grandes corrientes. La primera la representan aquellos que la entienden primordialmente como una pregunta filosófica por la identidad cultural de Latinoamérica en cuanto resultado del encuentro de la cultura europea con las culturas indígenas (su destrucción parcial y su integración en una nueva realidad cultural); supuesta esta realidad característica, la liberación latinoamericana consistiría en la recuperación de la identidad propia perdida. Defienden esta interpretación llamada «regionalista», por ejemplo, los argentinos Rodolfo Kusch o Carlos Cullen. En segundo lugar, está la interpretación denominada «universalista», que integra la noción de liberación latinoamericana en el contexto más amplio de la liberación integral de la humanidad. En esta corriente, defendida por ejemplo por el peruano Augusto Salazar Bondy o el mexicano Leopoldo Zea, se acentúa más lo social y lo político que lo cultural, y el centro de reflexión lo ocupa la historia universal, no sólo la sudamericana. En esta segunda interpretación se sitúa también la mayoría de integrantes de la teología de la liberación.


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Bibliografía sobre el concepto

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Relaciones geográficas

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