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Fragmento de un retrato en óleo sobre tela realizado por Justus Sustermans en 1636

Nacimiento:16 marzo 1564en PisaMuerte:8 enero 1642en Florencia

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Matemático, físico, astrónomo y filósofo italiano, nacido en Pisa. El principal iniciador de la revolución científica y de la ciencia moderna. A los 10 años su familia se traslada a Florencia, donde se instala. Estudia medicina, por voluntad paterna, en la universidad de Pisa, pero su verdadero interés lo constituyen las matemáticas, cuyo estudio inicia, hacia 1584, con Ostilio Ricci, discípulo de Nicola Tartaglia, y sus aplicaciones a la física, como manifiesta su primer estudio sobre hidrostática, publicado en 1586 con el título de La Bilancetta [La balancita]; mientras, da clases particulares de matemáticas en Florencia y Siena.

En 1589, es nombrado profesor de matemáticas en la universidad de Pisa; da clases particulares para completar un sueldo misérrimo, y redacta su primer escrito sobre el movimiento de los cuerpos, De motu, de contenido aristotélico, aunque crítico y bajo la influencia de la física de Arquímedes. Por esta época inicia investigaciones experimentales y observa el comportamiento de cuerpos en caída libre (la tradición dirá desde la torre inclinada de Pisa). En 1592 obtiene la cátedra de matemáticas en la universidad de Padua y mejora su situación económica por el mayor número de clases privadas que se le ofrecen al estar cerca de Venecia y, al igual que Kepler, se dedica a escribir horóscopos, en los que no cree. Inventa el compás geométrico y militar (círculo proporcional) y redacta un tratado que explica su empleo y explota su comercialización; escribe un tratado sobre fortificaciones y un tratado de cosmografía ptolemaica. En 1597, en sendas cartas a Jacopo Mazzoni y a Kepler, se declara copernicano convencido.

La noticia de la aparición de una estrella «nova», el 9 de octubre de 1604, señala el comienzo de su interés por la astronomía. Da tres conferencias sobre el significado antiaristotélico que aquella aparición encerraba y sus opiniones son criticadas anónimamente por Cesare Cremonini, colega suyo en la universidad, que defiende una interpretación totalmente aristotélica del fenómeno. Contra él escribe una dura réplica, pero los sucesos astronómicos no confirman sus hipótesis, y Galileo deja de interesarse momentáneamente por la astronomía copernicana. Reemprende la discusión, en 1606, contra un escrito de Ludovico delle Colombe, que comenta la aparición de «nova» en sentido aristotélico. En esta discusión el tal delle Colombe menciona la existencia de una lente con la que se podía observar estrellas.

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En 1609 -año en que desarrolla una prueba correcta de la ley de la gravitación y estudia los principios de la mecánica y la resistencia de los materiales- le llegan noticias sobre la existencia del telescopio. Se construye uno, con el que examina el cielo en busca de pruebas contra la astronomía aristotélica (ver texto). Observa la existencia de montañas en la Luna, multitud de estrellas invisibles a simple vista, los planetas medíceos (lunas de Júpiter) y, más adelante, la apariencia tricorpórea de Saturno, la presencia de manchas solares y las fases de Venus. La observación de los astros medíceos representa la primera defensa pública de la teoría de Copérnico (ver texto). Los resultados expuestos y publicados en Sidereus Nuncius (1610) -que dedica al Gran Duque de Toscana, Cosme II de Médicis, cosa que facilita su nombramiento como primer matemático de Pisa y primer matemático del Gran Duque de Toscana, con un sueldo ya considerable de mil escudos florentinos-, levantan duras reacciones en contra por parte de filósofos aristotélicos y astrónomos, que ridiculizan las observaciones como ilusiones ópticas o engaños. Kepler, la excepción, muestra entusiasmo por los descubrimientos y los cree verdaderos; y así se lo hace saber a Galileo.

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El descubrimiento, sobre todo, de las fases de Venus lo considera Galileo como una prueba concluyente de los giros de Venus en torno al Sol y como una corroboración del sistema de Copérnico (ver texto); a este argumento añade, para mayor probabilidad, el de los eclipses de los planetas de Júpiter, el cálculo de las velocidades y distancias de los planetas al Sol y, en último término, hacia 1616, el argumento (erróneo) de las mareas.

Enormemente interesado tanto en desacreditar la física aristotélica como en acreditar la verdad del copernicanismo, inicia una intensa campaña de difusión de sus descubrimientos. Su oposición al aristotelismo se convierte en un conflicto entre la ciencia y la fe, paradigma de todos los conflictos similares posteriores.

Cuando Galileo llega a Roma el 1 de abril de 1611, es recibido con honores por el papa Pablo V, es nombrado miembro de la Academia dei Lincei y los jesuitas astrónomos y matemáticos del Collegio Romano celebran su llegada. El cardenal Bellarmino pide informes a Christopher Clavius sobre la fidelidad de las observaciones. El cardenal Maffeo Barberini alaba públicamente a Galileo (más adelante, como Urbano VIII papa, será su peor adversario). Galileo cuenta, además, con algún que otro discípulo directo o amigo, como Benedetto Castelli y Piero Dini. Algunos liberales, como Cremonini se oponen a las experiencias y observaciones de Galileo, sólo por fidelidad a sus principios de siempre.

Frente a Galileo hay, no obstante, un ejército de aristotélicos, de no demasiada categoría, cerriles y dogmáticos, dispuestos a lanzarle encima la Santa Inquisición a la mínima sospecha de herejía.

El 14 de diciembre de 1613, Benedetto Castelli, matemático de Pisa y discípulo y amigo de Galileo, escribe a éste acerca de una reunión a la que asiste, junto con filósofos y teólogos, en la Corte del Gran Duque de Toscana, donde se le plantea, en pregunta directa hecha por la Gran Duquesa, la cuestión de si las doctrinas copernicanas están o no de acuerdo con las Escrituras. Castelli opina que las cosas científicas deben solucionarse por vías exclusivamente científicas.

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Galileo le contesta con su carta del 21 de diciembre de 1613, abundando en estas razones (ver texto). Tras afirmar, como declaración de principios, que las Sagradas Escrituras no pueden equivocarse, sostiene que sólo pueden hacerlo quienes las interpretan ateniéndose a un sentido literal; el sentido literal hay que dejarlo exclusivamente a los asuntos que son de fe («ex fide»); para el resto de cosas, que la «experiencia sensible» o las «demostraciones necesarias» hacen evidente o verdadero, no debe acudirse a la Escritura para mostrar una posible discordancia: como dos verdades no pueden contradecirse, quienes interpretan la Escritura han de hallar, para estos asuntos que no son de fe, el verdadero sentido de acuerdo con las conclusiones de la experiencia o de la razón; que nadie comprometa, pues, a la Escritura con interpretaciones que puedan oponerse a la ciencia; que quien acuda a ella se limite a cuestiones de fe. Se remite, luego, al conocido pasaje de Josué (10, 12-13) (ver la cita al final), no para demostrar que no ha de entenderse literalmente, sino para observar que, si se interpreta en sentido literal, sólo la hipótesis copernicana hace inteligible el texto; en la hipótesis ptolemaica, detener el sol significaría acortar el tiempo del ocaso. Los acontecimientos complican la situación (ver cronología del proceso al final). Galileo añade a esta carta otras: dos a Piero Dini y una última Carta a la gran duquesa Cristina (hacia 1615); el conjunto de ellas recibe el nombre de Cartas copernicanas, y representa el primer conflicto entre heliocentrismo y religión.

En la Carta a la gran duquesa Cristina defiende claramente la hipótesis heliocéntrica y a su autor Copérnico contra quienes aducen que esta teoría va en contra de varios pasajes de la Biblia. Afirma, de nuevo, que la Escritura es infalible en cosas de fe, y que no siempre ha de entenderse en sentido literal, pero que, en cuestiones de «experiencias sensibles y demostraciones necesarias», no ha de comenzar por consultarse el sentido literal de la Escritura. Concede, no obstante, más que en la carta a Castelli: no es preciso reservar a la Escritura sólo lo que es de fe, también se le puede conceder superioridad de opinión en aquellas cosas humanas que no pretendan ser un saber demostrativo; pero éste no es el caso de la astronomía, para la que Dios, autor de todas las verdades, nos ha dado ojos y razón. A la Escritura no le importa precisar si el cielo se mueve o no, o si la tierra es una esfera o un plano; le importa enseñar cómo se va al cielo, no cómo va el cielo. En ningún modo ha de permitirse que nadie comprometa el sentido de los textos de la Escritura, máxime en cuestiones tan discutidas desde Pitágoras a Copérnico; que autores de poca monta se atrevan a aducir la Escritura en contra de opiniones científicamente fundadas, como son sus propios descubrimientos astronómicos, para obligar a defender como verdaderas opiniones que van en contra de la ciencia, supone sin más anular la posibilidad de toda ciencia y del mismo espíritu científico.

Admite Galileo que puede no haber consenso entre la razón y las Escrituras, pero en este caso hay que distinguir: si se trata de afirmaciones probadas por la razón, son los teólogos quienes han de indagar cómo hay que interpretar la Escritura; si se trata de afirmaciones que «simplemente son enseñadas» y que pueden ser contrarias a la Biblia, tales afirmaciones se considerarán falsas. Sólo es condenable lo que no está demostrado como necesario; a los teólogos, incumbe, pues, no a las científicos probar que lo que la ciencia dice (si se opone a la Escritura) en realidad no está necesariamente demostrado (ver texto). Galileo está reclamando la libertad de pensamiento intelectual y la autonomía de la ciencia respecto de la fe. Ha desplazado, en expresión de Arthur Koestler, el «peso de la prueba»; son los teólogos, no él, quienes deben probar que no hay suficientes argumentos en favor del copernicanismo. Para Galileo sí los había: en realidad, los estaba buscando frenéticamente, y creyó tener el definitivo con su teoría sobre la mareas (1616).

El programa intelectual de Galileo choca de frente con las autoridades eclesiásticas. Galileo es condenado por la Inquisición, pero los hechos, la ciencia y la historia le han dado la razón.

El 24 de febrero de 1616, una comisión del Santo Oficio descalifica la afirmación de que el sol sea el centro del mundo y esté quieto y que la tierra no sea el centro del mundo y se mueva (ver cita), y el 5 de marzo de 1616 la Congregación del Santo Oficio declara acerca de la «falsa doctrina pitagórica» contraria a la Sagrada Escritura, a saber, que la tierra se mueve y que el sol está quieto, enseñada por Nicolás Copérnico, que el libro De revolutionibus, en que se expone, ha de considerarse suspendido de publicación -puesto en el Índice de libros prohibidos- mientras no se corrija, así como se prohíbe, condena y suspende todo libro o doctrina que hable en idéntico sentido (ver cita).

El papa ordena al cardenal Bellarmino que advierta a Galileo que abandone sus puntos de vista copernicanos (26 de febrero de 1616; ver cita).

El silencio de Galileo dura hasta 1623 -sólo anónimamente interrumpido por la discusión con los jesuitas del Collegio Romano sobre los cometas de 1618, cuya explicación Galileo refuta, utilizando el nombre de un amigo suyo, Mario Guiducci- cuando, electo ya papa el cardenal Maffeo Barberini, con el nombre de Urbano VIII, los tiempos parece que en principio han de mejorar; publica El ensayador (1623), que dedica al nuevo papa, y mantiene con él sucesivas y amistosas entrevistas. En 1624 escribe una Réplica a Ingoli, anticopernicano, por aquellas fechas nombrado secretario de la Congregación de Propaganda Fide, pero se le desaconseja su publicación.

Galileo escribe El ensayador con la única finalidad de desprestigiar el sistema de Tycho-Brahe, defendido y difundido por los jesuitas del Collegio Romano como vía de compromiso: no era aristotélico y no contradecía a la Biblia; la ocasión se la brinda el libro del jesuita Orazio Grassi, quien, con el seudónimo de «Sarsi», publica Libra astronomica ac philosophica (con el equívoco buscado entre «libros» y «balanza»). En él, aparte de una desastrosa hipótesis sobre los cometas, se halla la profesión de fe de Galileo en la ciencia moderna y la descripción de sus características: aquella que sabe leer el libro de la naturaleza escrito en lenguaje matemático (ver texto).

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Por esta misma época Galileo empieza a trabajar en lo que será su defensa más paladina del sistema copernicano, el Diálogo, aconsejado por el mismo papa Urbano VIII que le reclama que exponga sus ideas cosmológicas por escrito, observando, claro está, el decreto de 1616. El libro lo termina en 1630 pero no aparece, tras diversos problemas de censura e imprenta, hasta el 21 de febrero de 1632, en Florencia. De sus tres personajes, Simplicio y Salviati, defienden respectivamente el sistema aristotélico y el copernicano, mientras que Sagredo, es la persona de buen juicio que media entre uno y otro.

El libro está escrito en italiano porque se dirige al público culto en general y trata de atraer al lector a la teoría heliocéntrica, que presenta como más correcta.

Simplicio es el personaje tradicional y aristotélico que aduce razones propuestas por filósofos de la época y hasta expone un argumento utilizado por el propio Urbano VIII; el detalle fue aprovechado por los enemigos de Galileo, que argumentan que lo «pone en boca de un bobalicón». La argumentación a favor del sistema copernicano, que enfrenta al ptolemaico, debe hacerla Galileo ex suppositione, esto es, como si se tratara de una simple hipótesis matemática de los movimientos planetarios (ver texto). Sea porque tal planteamiento hipotético pareció a las autoridades eclesiásticas un mero artificio de disimulación de una verdadera defensa del copernicanismo, sea que en verdad el papa Urbano VIII se sintiera caricaturizado por Galileo al poner éste en boca de Simplicio una opinión suya, o por todo esto y otras muchas razones más, Galileo es juzgado y condenado; el castigo implica la abjuración de la teoría heliocéntrica (ver texto), la prohibición del Diálogo, la privación de libertad a juicio de la Inquisición (arresto domiciliario) y algunas penitencias de tipo religioso.

La tradición ha inventado magníficamente que, al levantarse Galileo tras permanecer arrodillado para la abjuración, golpeó con fuerza el suelo con el pie exclamando: eppur si muove! [sin embargo, se mueve].

Durante los años siguientes, Galileo arrestado domiciliariamente, enfermo y casi ciego, reúne todos sus apuntes sobre mecánica, en los que había trabajado durante veinte años. El resultado son las Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, publicadas en la Editorial Elzevier, de Leiden (1638), con la advertencia que se hace «contra la voluntad del autor», truco utilizado para escapar a la vigilancia de los inquisidores. La gran aportación de Galileo en esta obra está en la tercera y cuarta jornadas, de las cuatro en que la divide, donde se refiere a las leyes del movimiento uniforme y acelerado y al movimiento de los proyectiles, respectivamente. Es su gran obra científica.


Cita del pasaje de Josué (10, 12-13)

El día en que Yahvéh entregó a los amorreos en poder de los hijos de Israel, fue cuando Josué habló a Yahvéh diciendo a la vista de Israel:

¡Sol, deténte sobre Gabaón;
y tú, luna, sobre el valle de Ayyalón!
Y se detuvo el sol,
y se paró la luna,
hasta que el pueblo se hubo vengado de sus enemigos.
¿Acaso no está escrito en el Libro del Justo?
Y paróse el sol en medio del cielo,
sin darse prisa en ponerse casi un día entero.
No antes ni después hubo un día como aquel
En que Yahvéh obedeció a la voz de un hombre.
Porque Yahvéh combatía en favor de Israel

(Josué 10, 12-14).

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Cronología del proceso contra Galileo

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Bibliografía

Del autor

  • Galileo Galilei, Carta a Cristina de Lorena. Alianza Ed., Madrid, 1987.
  • Galilei, G., Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo ptolemaico y copernicano. Alianza, Madrid, 2011.
  • Galilei, Galileo, Diálogo sobre los sistemas máximos (4 vols.). Aguilar, Buenos Aires, 1975.
  • Galilei, G., Diálogo sobre los sistemas máximos (4 vols.). Aguilar, Madrid, 1980.
  • Galilei, Galileo; Kepler, Johannes, El mensaje y el mensajero sideral. Alianza Ed., Madrid, 1984.
  • Galilei, G., El nacimiento de una nueva física. EUDEBA, Buenos Aires, 1961.
  • Copérnico, N.; Bigges, Th. y Galileo Galilei, Opúsculos sobre el movimiento de la tierra. Alianza Ed., Madrid, 1983.
  • Gaos, José, Pensamiento de lengua española. Stylo, México, 1944.

Sobre el autor

  • Koyré, A., Estudios galileanos. Siglo XXI, Madrid, 1980.
  • Koyré, A., Estudios galileanos. Siglo XXI, Madrid, 1980.
  • Finocchiaro, M. A., The Galileo Affair. A Documentary History. University of California Press, Los Angeles, 1989.

Relaciones geográficas

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