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En sentido amplio, el modo de hacer filosofía propiode sus representantes durante los siglos en que domina culturalmente el cristianismo, esto es, a finales de la edad clásica y durante toda la Edad Media. La expresión se empezó a cultivar cuando, tras la encíclica Aeterni Patris, del papa León XIII, sobre la filosofía y el tomismo, con ella se designa el conjunto de corrientes católicas de filosofía que comprendía tanto la neoescolástica tomista, como la escuela escotista, la escuela suareziana y otras escuelas filosóficas no basadas propiamente en la filosofía medieval, sino más bien en la corriente agustiniana, como la centrada en torno al italiano Antonio Rosmini y, en Francia, la llamada «Philosophie de l'esprit», con Louis Lavelle y René Le Senne como principales representantes.

La filosofía cristiana es, pues, la filosofía que se cultivó en aquellas épocas pasadas cristianas y la que se seguía manteniendo, como continuación de la misma, en el ámbito de la iglesia católica en tiempos de León XIII. En sentido propio, no obstante, la expresión, ya en sí polémica, remite a la discutida tesis que Étienne Gilson sostuvo contra filósofos católicos, como Blondel, por ejemplo, y contra autores no católicos, como Bréhier, autor de una conocida Historia de la filosofía, y Brunschvicg, y que se centró en torno a una discusión en la Sorbona de París el año 1931. Según Gilson, existe filosofía cristiana propiamente dicha porque el pensamiento de los autores cristianos, ya sea en la filosofía patrística ya sea en la filosofía escolástica, supone una aportación positiva peculiar, no reducible a los contenidos de la revelación ni al desarrollo de los conceptos filosóficos griegos; en términos más simples, la afirmación de una filosofía cristiana supone la aceptación de que la escolástica posee una filosofía propia y original. Según Gilson, las principales nociones cristianas de la filosofía son: el concepto de ser, en general, que remite a una relación (de creación) entre Dios y la criatura, y de ser supremo, en concreto, que identifica con Dios; la noción de causa derivada del acto de creación; la misma idea de creación libre, que lleva a la de persona humana, como sujeto individual responsable y la antropología que de aquí se deduce; la «verdad» en relación con la verdad divina y con la orientación realista de la teoría del conocimiento tomista y escotista; la noción de libertad; la filosofía de la historia (Cf. A. Livi, Étienne Gilson. Filosofía cristiana e idea del límite crítico, EUNSA, Pamplona 1970. ). En cambio, Bréhier sostiene que la «revelación» es ajena a la crítica racional y que, por consiguiente, no puede establecerse ningún vínculo entre fe cristiana y filosofía; no hay nociones auténticamente filosóficas y genuinamente cristianas a la vez; de hecho, la filosofía cristiana fue primero platónica y luego aristotélica; hay filosofía medieval, pero no es otra que la griega que se intenta conciliar con la fe cristiana; el cristianismo, en fin, influye tan poco en filosofía como en física o matemáticas, por lo que de ningún modo existe nada que pueda llamarse propiamente filosofía cristiana. Según Brunschvicg, los únicos conceptos verdaderamente filosóficos de la supuesta filosofía cristiana son los de Tomás de Aquino, que, en realidad, son de Aristóteles.


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