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(del griego ἠθίκή, derivado de ἦθος, carácter, y, según Aristóteles, de ἔθος, éthos costumbre)

Rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es la moral. Si por moral hay que entender el conjunto de normas o costumbres (mores) que rigen la conducta de una persona para que pueda considerarse buena, la ética es la reflexión racional sobre qué se entiende por conducta buena y en qué se fundamentan los denominados juicios morales. Las morales, puesto que forman parte de la vida humana concreta y tienen su fundamento en las costumbres, son muchas y variadas (la cristiana, la musulmana, la moral de los indios hopi, etc.) y se aceptan tal como son, mientras que la ética, que se apoya en un análisis racional de la conducta moral, tiende a cierta universalidad de conceptos y principios y, aunque admita diversidad de sistemas éticos, o maneras concretas de reflexionar sobre la moral, exige su fundamentación y admite su crítica, igual como han de fundamentarse y pueden criticarse las opiniones. En resumen, la ética es a la moral lo que la teoría es a la práctica; la moral es un tipo de conducta, la ética es una reflexión filosófica (ver texto ).

Tanto la moral como la ética, términos que en la práctica suelen identificarse, tienen una función práctica: se refieren, aunque no exclusivamente, a situaciones conflictivas de la vida de las personas. Desde el punto de vista de la moral, hay que tomar una decisión práctica; desde el punto de vista de la ética, ha de formarse la conciencia en el hábito de saber decidir moralmente. En ambos casos, se trata de una tarea de fundamentación moral.

Esta fundamentación puede entenderse de dos maneras: como metaética o como ética normativa. La primera busca entender cuál es la naturaleza de la ética en el plano del análisis de los conceptos, y trata de cuestiones como «¿qué se entiende por moral?», «¿qué es “bueno”?», etc. (ver ejemplo), mientras que la segunda se ocupa de la justificación de las normas, criterios y valores morales y de la fundamentación de los juicios morales, y trata de enunciados como «es preferible sufrir la injusticia que cometerla», «obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal». Hay diversas clases de metaética, así como hay diversos tipos de éticas normativas, normalmente llamados sistemas éticos o morales, y, por supuesto, la metaética y la ética normativa no se excluyen mutuamente, sino que aquélla es la antesala de ésta.

Como que la ética se interpreta como la parte de la filosofía que estudia la conducta humana en cuanto la llamamos buena, la primera cuestión metaética es definir qué se entiende por acto moralmente bueno. Las teorías metaéticas que intentan responder a esta cuestión se dividen en teorías no cognitivas, si afirman que no es posible demostrar la bondad moral por medios racionales, y teorías cognitivas, si afirman que esto es posible. Las teorías no cognitivas se dividen, a su vez, en emotivismo y prescriptivismo, y las cognitivas en intuicionismo y descriptivismo.

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G. E. Moore es un buen ejemplo de lo que representa una teoría metaética. En Principia Ethica (1903), sostiene que el concepto de bueno, problema central de la ética, es indefinible, y que saber qué es bueno sólo es posible mediante una intuición. Pretender analizarlo, descomponiéndolo en propiedades o características, es confundirlo con un objeto de la naturaleza y cometer la falacia naturalista (ver texto ). Es la postura del intuicionismo ético que, contra el naturalismo ético afirma que las verdades morales -por lo menos algunas- son conocidas por intuición y que por intuición sabemos que un acto humano es un acto moral.

El intuicionismo es rechazado por la teoría emotivista. Para Alfred J. Ayer, el más radical de los emotivistas, sostener que algo es bueno, o afirmar un enunciado moral, carece de todo valor cognoscitivo y descriptivo, porque un enunciado de este género no puede ser ni verdadero ni falso, dado que se trata de pseudoenunciados y con ellos sólo se expresan los gustos morales personales y hasta el intento de dar una orden (ver texto ). El filósofo americano, Charles L. Stevenson (1908-1978), desarrolla, en Ética y lenguaje (1945), partiendo de las ideas sobre el significado de C.K. Odgen e I.A. Richards (1923), la teoría sólo afirmada por Ayer. En los enunciados éticos puede distinguirse un contenido descriptivo y un contenido imperativo indefinido; éste es el propiamente moral. Así, en «esto es bueno», hay una descripción y la sugerencia a que otro mantenga la misma actitud que uno tiene a su respecto («yo lo apruebo y tú deberías también aprobarlo«). A diferencia de Ayer, sostiene que el método científico o empírico de verificación no es el adecuado para la ética.

El prescriptivismo es otra de las metateorías no cognitivas sobre la ética, según la cual los enunciados éticos expresan prescripciones o mandatos, pero de tal índole que en el fondo permiten adoptar criterios de discusión sobre las argumentaciones morales (con lo que, en este aspecto, esta teoría sobre «qué es bueno o moral» deja de ser meramente no cognitiva). Su principal representante es Richard M. Hare. Su punto de vista es que lo moral es aquello que se presenta como un «mandato universalizable», esto es, un enunciado ético es un juicio prescriptivo, que puede ser un imperativo, una norma o un juicio de valor, o valoración. Un imperativo se impone a una persona, porque ésta admite normas, y éstas debe admitirlas porque participa de la común aceptación de unos valores en los que socialmente se halla inmerso. «No matarás» es un imperativo; si se pregunta «¿por qué?», se responde que «hay que respetar la vida de los demás (a menos que ponga en peligro la propia)», norma ética, a la que, si se pregunta «¿por qué hay que respetar la vida de los demás?», puede responderse: porque la vida humana se considera un valor supremo. Al decir «no matarás», se expresa también la adhesión personal a un principio que expresa un valor universal y, por lo mismo, quien hace un juicio moral que prohíbe o prescribe una acción determinada, afirma también que la prescribe y prohíbe para cualquier ocasión, persona o situación.

El prescriptivismo ha sido criticado desde el descriptivismo, teoría metaética cuyos principales representantes son G.J. Warnock, Philippa Foot y Peter Geach. Warnock sostiene que lo moral no se identifica forzosamente ni con lo prescriptivo ni con lo universal, sino que es simplemente lo regulado con normas por ser algo que se considera vitalmente importante, o fuente de conflictos internos o causa de conflictos externos, mientras que Ph. Foot y P. Geach presentan contraejemplos a la tesis prescriptivista según la cual, para que un enunciado sea moral, ha de ser obligadamente prescriptivo o valorativo. Según Ph. Foot, hay palabras valorativas, como «grosero» y «valiente» que se aplican con criterios fácticos, y, según P. Geach, los criterios por los que algo se llama «bueno» dependen de cualidades naturales, equiparando enunciados como «un buen reloj» y «un buen hombre».

La ética normativa, por su parte, es un conjunto de concepciones diversas que se articulan en torno a principios y métodos en que se funda la vida moral. Se distinguen básicamente en éticas teleológicas y éticas deontológicas. Las primeras, también llamadas éticas consecuencialistas, se estructuran en torno a fines o en torno a la consideración de las consecuencias de las acciones; las segundas, en torno a la consideración del principio del deber. Ejemplo claro de ética deontológica es la moral formal de Kant; de ética teleológica lo es el eudemonismo de Aristóteles.

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La ética griega de orientación teleológica comienza con Sócrates, fundador de la investigación ética por medio del diálogo y la búsqueda de definiciones y quien, con su «arte de partear» saca a la luz los conceptos fundamentales de la ética, pero alcanza su punto álgido con la ética de Aristóteles. La felicidad, eudaimonía, es el fin de la vida, y no puede consistir más que en una actividad del alma, por lo que la felicidad perfecta ha de consistir en la actividad «más excelente»: la vida de la mente (ver texto y ver cita). De ahí que la ética griega -la de Sócrates, Platón y Aristóteles, fundamentalmente- sea una moral de virtudes (éticas y dianoéticas).

La ética kantiana es el modelo de las teorías deontológicas. Se estructura en torno al principio de actuar conforme al deber, que la conciencia humana -la razón práctica- se impone a sí misma mediante el imperativo categórico: «obra sólo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal». Kant sostiene que ésta es la única ética racional digna del ser humano, que no prescribe nada concreto, nada material por tanto, y que sólo impone un motivo formal a la voluntad, válido para todo hombre y para cualquier ocasión (universal y necesario): no hay intereses ni egoísmos, sino sólo la buena voluntad de actuar de acuerdo con el deber (ver texto ).A esta ética llama Kant «formal» y «autónoma», mientras que considera que las restantes son «materiales» y «heterónomas», por cuanto en ellas la voluntad humana se determina a obrar por motivos prácticos. La ética kantiana dignifica la voluntad y la persona humana, pero históricamente se la considera rigorista, vacía de los valores por los que actúan las personas y no apta para fundar un comportamiento moral que tenga en cuenta seres no humanos.

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(Crítica de la razón práctica, Primera parte, l.1,cap. 1, § 8,2).

El utilitarismo, oponiéndose al carácter formal y rigorista de la ética kantiana, se sistematiza en torno a la finalidad de las acciones humanas y la valoración de sus consecuencias. Es, por tanto, una ética finalista o consecuencialista. La finalidad la define como utilidad, y ésta, como «el mayor bien para el mayor número posible de personas», para lo que es necesario, mediante el cálculo utilitarista valorar la cantidad de placer y de dolor, de felicidad e infelicidad, de satisfacción e insatisfacción. El único criterio racional de que disponemos para apreciar la moralidad de un acto es la consideración de las consecuencias que se derivan de él para la felicidad humana.

En la primera maximización del bien, según Bentham, se considera sólo la cantidad del bienestar como criterio de moralidad. Con J. Stuart Mill se introduce la distinción entre cantidad y cualidad de bienestar y se afirma que sólo el individuo es plenamente responsable de los criterios que utiliza. Finalmente, ya en pleno siglo XX, con el llamado «utilitarismo de las preferencias», se introducen en la consideración del cálculo del bienestar las preferencias de todos los implicados en la decisión.

En épocas recientes, la teoría de la justicia propuesta por J. Rawls, que se inspira abiertamente en Kant y en las doctrinas contractualistas, esto es, aquellas que proponen que los principios éticos son de libre convención, y que pretende superar los inconvenientes del utilitarismo, aunque se refiera directamente a la fundamentación de la sociedad, puede aplicarse también a la ética. Para decidir en situaciones conflictivas sobre cuestiones de libertad, igualdad de oportunidades, renta, riqueza, etc., puede recurrirse al principio que denomina del maximin: maximizar las exigencias de los individuos socialmente más débiles (ver texto ).

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