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Nacimiento:26 abril 121en RomaMuerte:17 marzo 180en Vindobona

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Filósofo estoico que fue emperador romano desde el año 161 hasta su muerte. Forma parte del llamado nuevo estoicismo, y es el último gran representantes de esta corriente. Su pensamiento estuvo muy influido por Séneca y Epicteto. No escribió para publicar, aunque se conservan algunas cartas escritas en latín a Frontón y a Herodes Atico, y fragmentos de algunos discursos. Pero su obra principal, escrita es Tà eis heautón, conocido como Meditaciones, Soliloquios o, también, como Pensamientos o notas personales. Esta obra, que, como ya indica su título, es un compendio de reflexiones personales, contiene las reflexiones de Marco Aurelio para afrontar con serenidad los diversos avatares de la vida y la escribía solamente para uso personal (la primera edición completa es de 1599). En esta obra, Marco Aurelio desarrolló los aspectos más religiosos del estoicismo y buscaba en la filosofía una guía para la acción, una fuente para la fe, fortaleza y serenidad ante los problemas de la existencia y un consuelo ante la adversidad y el infortunio. No elaboró, pues, un sistema filosófico, sino que su pensamiento representa más bien una actitud espiritual. A diferencia de otros autores estoicos, pues, no se ocupa de lógica, sino que su filosofía, poco sistemática, se orienta sólo hacia la moral y hacia el problema del sentido de la vida.

Los Soliloquios se dividen en doce libros, muchas de cuyas sentencias fueron escritas durante la realización de duras campañas militares. En estas sentencias aboga por la necesidad de obrar de acuerdo con la naturaleza y considera, con un cierto pesimismo, que sólo la fe en una providencia divina (Πρόνοια), que armoniza el Todo, proporciona un fundamento para obrar ordenadamente, a la vez que sienta las bases para considerar que la auténtica sabiduría es la participación en esta naturaleza universal, y que la muerte no es sino el retorno a su seno. En este marco la conducta debe ser dirigida por una ética, basada en esta creencia del ajuste de cada ser con el Uno-Todo. Pero, en contra de las tesis corporeístas del estoicismo antiguo (especialmente de Zenón de Citio y de Crisipo), Marco Aurelio no acepta la tesis antropológica que concibe al hombre formado por σώμα (soma, cuerpo material) y πνεῠμα (alma-soplo o pneuma) que, aunque no es material sigue siendo corporal. Por ello, Marco Aurelio añade, como Filón de Alejandría, un tercer principio constitutivo del hombre: además del cuerpo-carne y del alma-soplo, está el νοῦς (nous o intelecto), superior al alma y de naturaleza divina, que es la base de nuestro auténtico yo.

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Este nous es el daimon (δαίμων) que la divinidad otorga al hombre para guiarlo. En estas tesis se ha visto la influencia del platonismo y del aristotelismo, que Marco Aurelio conoció a través de su antiguo maestro Claudio Severo. Así, afirmará que el cuerpo, que es frágil y pronto se convertirá en un cadáver, no merece ninguna consideración especial, como tampoco la merecen las vanidades terrenales; sólo el νοῦς (intelecto), que es como un efluvio del intelecto divino, es la razón común a todos los hombres. Este énfasis en la comunidad de todos los hombres le lleva a afirmar, por una parte, que él tiene dos patrias: una, Roma -en cuanto que es Marco Aurelio-; la otra, el mundo -en cuanto que es un hombre-. Por otra parte, esta estrecha relación entre todos los hombres le conduce también a sostener un fuerte sentimiento de piedad, en contra de una tendencia muy arraigada en el propio estoicismo. Al mismo tiempo, considera que todas las partes que constituyen el hombre retornarán a aquello de donde han surgido, y se asignarán a otra parte del universo, en un proceso infinito. Por ello considera que, o bien no hay supervivencia después de la muerte, o ésta es breve, ya que las almas, después de la ecpírosis (ἐϰπύροσις) se reabsorberán en el lógos spermatikós.

A pesar de su cosmopolitismo, de su creencia en una única divinidad y de su inclinación por la piedad, como hombre de Estado defendió la necesidad de mantener el culto politeísta, que era manifestación de las raíces culturales de su época. Por ello persiguió a los cristianos, a los que consideraba intolerantes. Su concepción política le hacía pensar que la historia había llegado a una fase final que simplemente había que conservar y, en este sentido, su filosofía, por una parte, se orientó hacia la defensa de las instituciones y la participación activa en la vida política y, por otra parte, era manifestación del sentimiento de caducidad que se imponía en una época que realmente fue de cambio histórico y de lento fin del mundo antiguo.

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