Sabio (del latín sapiens, y en griego σοφός -sofos-) es el que posee la sabiduría.
A partir del intelectualismo moral desarrollado por Sócrates, las escuelas morales del período helenístico tendieron a instaurar como paradigma moral la realización del ideal del sabio, basado en la práctica de la virtud que, según pensaban, solamente puede estar plenamente al alcance del sabio, puesto que sólo el que es poseedor del saber puede realmente conocer la virtud y practicarla.
Con ello, la filosofía sustituye el paradigma moral del héroe (que había sido considerado como el modelo a seguir en la época arcaica, y cuya expresión se nos da en la Ilíada de Homero), por el paradigma moral del sabio. Sabio es, entonces, quien es poseedor del conocimiento y, en especial, del conocimiento dirigido a la acción moral. Tanto los estoicos como los epicúreos, los cínicos o los escépticos, defenderán la necesidad de alcanzar este estado que se caracteriza por la serenidad de espíritu, que unos llaman ataraxia y otros apatía, y por la autarquía (ver texto 1 y texto 2 ).
A partir de Filón de Alejandría, del gnosticismo y del neoplatonismo, irá apareciendo un nuevo modelo de sabiduría: el del saber religioso. A partir del triunfo del cristianismo se abandona el intelectualismo moral y el paradigma del sabio es sustituido por el del santo. Mientras que el sabio lo llega a ser mediante el estudio y el cultivo del conocimiento -por tanto, mediante el intelecto-, el santo adquiere su estado gracias a la voluntad y la gracia divina, de forma que el cristianismo supuso la sustitución del intelectualismo por una forma de voluntarismo y por la intervención de la providencia.
Relaciones geográficas