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(del latín mors, mortis, cesación de la vida)

Fenómeno biológico natural que implica el fin irreversible de las funciones vitales. Precisamente porque la muerte se define negativamente como final de la vida, presupone una previa concepción de ésta. De ahí que, incluso un problema aparentemente técnico, como el de determinar cómo y cuándo sucede la muerte, involucra una serie de presupuestos filosóficos y conlleva consecuencias éticas. El estudio del fenómeno de la muerte, pues, no puede restringirse al mero estudio biológico o técnico, por ello se ha enfocado desde diferentes perspectivas. a) La primera de ellas toma en consideración que la noción consciente de la muerte es específicamente humana y va unida al sentido general de la vida; b) desde una perspectiva religiosa se ha tratado el tema relacionándolo con nociones como las de resurreción, vida eterna y, en general, con una supuesta existencia no material posterior a la muerte; c) desde un punto de vista eminetemente técnico, pero relacionado con planteamientos propios de la bioética y, finalmente, d) desde la perspectiva específicamente ética.

La noción de muerte como específicamente humana

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Aunque la muerte es un acontecimiento que afecta necesariamente a todo ser vivo, la noción de la muerte es específicamente humana, en cuanto que sólo el hombre tiene conciencia plena de su inexorabilidad y se plantea (desde perspectivas religiosas) la posibilidad de una hipotética «vida» después de la muerte. No obstante, desde la antropología cultural se ha señalado que para muchos pueblos primitivos la noción de «muerte natural» es extraña, razón por la cual atribuyen el fallecimiento de los seres humanos a la influencia de un enemigo o de un espíritu maligno. A su vez, ello origina: ritos para dar satisfacción al muerto del propio grupo social; actos de venganza contra el enemigo que ha causado la muerte, y, finalmente, el uso de medios adivinatorios para determinar las causas del fallecimiento. Pero, desde la antropología filosófica, muchos filósofos han considerado la muerte como una categoría de lo vivido que, aunque nunca es plenamente presente como muerte-propia, aparece como negación de la vida y engendra angustia y temor. De ahí que, como se muestra ya en los restos paleoantropológicos, desde los inicios mismos del proceso de hominización, la especie humana haya elaborado complejas creencias y mitos religiosos relativos a la muerte, acompañados de ritos funerarios, destinados tanto a asegurar el descanso de los difuntos, como a evitar su retorno entre el mundo de los vivos (fantasmas). Además, en cuanto que el hombre es plenamente consciente de la inevitabilidad de la muerte, y ésta es el polo opuesto y necesario a la vida, se considera que la muerte forma parte del sentido general de existencia humana, y aparece como su horizonte inevitable. Por ello, algunos filósofos como Platón (ver texto ), Cicerón, Montaigne o Schopenhauer (ver texto ), consideran la filosofía como una preparación para la muerte o, al menos, como una meditación de la muerte. También desde el punto de vista de la consideración de la muerte en conexión con el sentido de la vida, Goethe la consideraba como una consecuencia directa de la procreación.

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Desde las posiciones existencialistas se ha puesto énfasis en el absurdo de la vida que ha de acabar necesariamente con la muerte. Esto está en la base de la angustia existencial, que se acentúa al considerar que la muerte no sólo es un hecho, sino un proceso: desde que nacemos estamos condenados a muerte. En este sentido, el tema de la muerte (el hombre es un «ser para la muerte», decía Heidegger, que consideraba la muerte como el fundamento constitutivo de la existencia en su finitud) ha alimentado las preocupaciones de los filósofos de dicha corriente. Para Heidegger, que estudia la noción de la muerte en conexión con las de proyecto, dasein y temporalidad, la muerte es una posibilidad de ser que ha de tomar sobre sí en cada caso el «ser ahí» mismo (ver texto ), y el dasein «no tiene un fin al llegar al cual pura y simplemente cesa, sino que existe finitamente. [...]El advenir propio que temporacía primariamente la temporalidad que constituye el sentido del «precursor estado de resuelto», se desemboza con ello él mismo como finito, y la tentación de pasar por alto la finitud del advenir propio y original y con ella de la temporalidad, o de tenerla a priori por imposible, surge del constante ponerse por delante la comprensión vulgar del tiempo» (ver texto).

Por otra parte, y desde la perspectiva existencialista, Sartre proclama el carácter absurdo tanto de la muerte como del suicidio (ver texto ). Pero mientras Heidegger hace coincidir muerte y finitud, y aquélla es la que nos hace ver ésta, Sartre, partiendo también del análisis de la noción de proyecto, concluye, contra Heidegger, que la muerte no es mi posibilidad propia, sino un hecho contingente que pertenece a la facticidad, y debe separarse muerte y finitud (ver cita).

Esta corriente de pensamiento ha destacado la imposibilidad de «vivir» la propia muerte, tema sobre el que también se habían destacado las opiniones de los epicúreos («cuando la muerte es, nosotros no somos: cuando nosotros somos, la muerte no es» -ver texto de Epicuro ), de Kant -que en su Antropología señalaba también con plena claridad la imposibilidad de concebir la propia muerte (ver texto ), la opinión de Freud y la de Wittgenstein («la muerte no es un evento de la vida, no se vive la muerte»).

Por su parte, el psicoanálisis considera que, además de la pulsión de vida (Eros), la pulsión de muerte (Thanatos) -que se manifiesta por el carácter repetitivo de los instintos- es un elemento básico de la estructura de la psique humana, y el conflicto entre estos dos principios es un elemento constitutivo de la civilización (ver texto).

La muerte en la perspectiva religiosa

La imposibilidad de «vivir» la propia muerte, e incluso de pensarla -pues cuando lo intentamos podemos imaginar nuestro cuerpo muerto, pero, en cuanto lo imaginamos, seguimos pensando y, por tanto, nuestro yo sigue siendo el punto de referencia- está en la base de la creencia en el dualismo psico-físico y en la base de las creencias religiosas que afirman la inmortalidad del alma. Estas creencias, basadas en el dualismo psico-físico, adoptan históricamente diversas formas. En primer lugar, aparecen las creencias basadas en la concepción de una «caída» o pecado original. Según estas doctrinas, que ejemplifican el cristianismo y el orfismo (desarrollado por los pitagóricos y que inspira a Platón), la muerte debe entenderse como la liberación del alma de la cárcel corporal. En cambio, la doctrina aristotélica que concibe el alma como forma del hombre, cuya materia es el cuerpo (ver hilemorfismo), implica que el alma no puede subsistir independientemente del cuerpo y, por tanto, no puede ser inmortal (ver texto).(Esta fue también la concepción defendida por los averroístas). Tomás de Aquino interpreta la teoría aristotélica desde el cristianismo Sin embargo, puesto que el cristianismo sostiene la inmortalidad del alma, pero ésta, en cuanto que forma del cuerpo, no puede subsistir independientemente, se verá obligado no sólo a afirmar la resurrección del alma, sino también la de la carne.

Las doctrinas dualistas y religiosas, más que asumir la muerte como negación radical de la vida, lo que se hace es negarla, convirtiéndola en meramente corporal y declarándola solamente un «tránsito» hacia otra forma de vida. Es decir, en lugar de tratar de la muerte tratan de teorizar la resurrección. A su vez, la resurrección también ha sido entendida históricamente de diversas maneras. Así, algunas creencias sostienen las reencarnaciones sucesivas, la transmigración de las almas o metempsícosis. Generalmente, estas creencias son solidarias de una concepción cíclica del tiempo. Otras doctrinas, en cambio, vinculadas a una concepción lineal del tiempo, como la cristiana, por ejemplo, sostienen una única resurrección.

En cambio, desde la perspectiva de un monismo psico-físico, la noción de la muerte es concebida de manera muy distinta. Así, desde el punto de vista de Hegel (que sostiene un monismo psico-físico de tipo idealista), la muerte es la negación de la no adecuación entre lo universal y lo singular (entre especie e individuo, por ejemplo), de manera que lo singular se disuelve en lo universal (ver texto ), asemejándose en esto a posiciones de tipo panteísta que también consideran la muerte como la disolución de lo singular (el individuo) en la totalidad, y conciben la vida humana como momento en el continuo latido del cosmos. Por otra parte, desde posiciones monistas materialistas, la muerte es concebida como desorganización, es decir, como disgregación del organismo, de forma que se niega toda inmortalidad. Tal es, por ejemplo, la posición defendida por Feuerbach, quien rechaza toda inmortalidad personal.

La perspectiva técnico-biológica

Desde el punto de vista biológico el estudio de la muerte supone, al menos, dos problemas: el de la determinación de las causas del proceso del envejecimiento y de los procesos que causan la muerte, y el de la determinación del momento exacto de la muerte. Mientras el primero es un problema estrictamente técnico, el segundo comporta la asunción previa de algunos presupuestos no estrictamente biológicos. Ciñéndonos a este segundo problema, y por lo que se refiere al hombre, se han dado diversos criterios: se ha considerado el fin de la respiración (muerte como último aliento), el cese de la actividad cardíaca y, más recientemente, el fin de la actividad cerebral, que determina la llamada muerte clínica o muerte cerebral. La concepción de la muerte como «último aliento» es probablemente la más antigua, y se vincula con la noción de alma como pneuma. Ya Anaxímenes, que consideraba al aire como el arkhé, tendía a entender el alma como principio vital, y debe recordarse el parentesco de significado entre los términos alma y aire. También en el Génesis bíblico se dice que Dios otorgó la vida al hombre mediante un soplo.

Por su parte, la más actual consideración de la muerte como fin de la actividad cerebral parte del supuesto filosófico de considerar que es la actividad cerebral, y especialmente la del córtex, la que determina la característica específicamente humana, razón por la cual, en su ausencia, aunque no haya cesado la actividad cardiorespiratoria, se está en presencia de una vida no humana.

La muerte desde la perspectiva ética

La concepción de la muerte como muerte clínica permite considerar la lícita utilización de los órganos de la persona clínicamente muerta para realizar trasplantes. No obstante, no hay un acuerdo unánime sobre esta cuestión, puesto que, como se ha visto, dicha tesis parte de presupuestos filosóficos que pueden ser puestos en duda, razón por la que sigue siendo uno de los temas centrales de debate de la bioética. Pero, junto con esta cuestión, el tema ético fundamental que plantea la muerte es el del derecho a una «buena muerte», es decir, el problema de la licitud o no y, en su caso, de los límites de la eutanasia.



Bibliografía sobre el concepto

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