(Αναξιμένης)
Filósofo griego presocrático de la escuela milesia. Vivió en Mileto hacia la mitad del VI a.C. y fue amigo y discípulo de Anaximandro. Escribió una obra seguramente titulada Sobre la naturaleza (περί φύσεως), de la que se conservan algunos fragmentos recogidos por autores posteriores. Esta obra, como la de su maestro Anaximandro, estaba escrita en prosa, pero en un estilo todavía más llano y asequible, sin referencias a «luchas entre contrarios» ni a «indemnizaciones por injusticias» entre los componentes de la physis. Continúa la especulación de sus antecesores (Tales y Anaximandro) sobre el arkhé (ÿDPZ) explicativo de la physis, (φύσις) y acepta de ellos la orientación plenamente monista, la inexistencia del vacío y un cierto hilozoísmo. De Anaximandro acepta también que todas las cosas proceden de una y acabarán disolviéndose en ella. No obstante, se acerca a Tales al pensar que el arkhé debe ser un elemento material concreto conocido por la experiencia que, según él, es el aire.
El fragmento en el que se cita textualmente las palabras de Anaxímenes es el siguiente: «Anaxímenes de Mileto, hijo de Eurístrato, declaró que el origen de las cosas existentes era el aire, porque de él proceden todas las cosas y en él se diluyen de nuevo. «Exactamente igual que nuestra alma (ψυχἠ), que es aire, dice, nos mantiene unidos, así también el aliento [o soplo] y el aire rodean todo el cosmos». Aire y aliento se usan como sinónimos» (Aecio, I,3,4) (ver referencia). Otra fuente importante nos la ofrece Diógenes Laercio (ver texto ).
Así, de la misma manera que Tales, Anaxímenes vuelve a pensar en una de las formas familiares de la materia como principio explicativo. Pero, como Anaximandro, y puesto que el aire todo lo rodea y todo lo penetra (no acepta la posibilidad del vacío, aunque sería mejor decir que la idea misma del vacío es posterior y que, por tanto, ninguno de estos autores ni tan solo se plantea su posibilidad y dan por supuesto que todo está lleno), este aire es considerado ápeiron (ἄπειρον), aunque sólo en el sentido de lo ilimitado físicamente. En este sentido, el pensamiento de Anaxímenes supone un cierto retroceso ante la extraordinaria valentía intelectual de Anaximandro y su elevada abstracción. Pero, si bien es cierto que en algunos aspectos Anaxímenes no alcanza las altas cotas del pensamiento de su maestro, en cambio da un paso importante en la comprensión de la naturaleza, al señalar los mecanismos de la aparición de las diferencias cualitativas y de la diversidad de lo existente a partir de un único principio. Anaximandro afirmaba que lo ilimitado (ápeiron) era el arkhé del cual surgen los contrarios, pero no explicaba el paso de la aparición de estos a partir de aquél. Anaxímenes, que consideraba el aire como el arkhé o principio de todo, y sin recurrir a una sustantivación de las cualidades, utilizando el cómodo expediente de poner un artículo neutro delante (lo caliente, lo húmedo, etc...), busca una explicación mecánica: todo cuanto existe está formado por la condensación o rarefacción del aire. Con ello, al señalar que las diferencias cualitativas se explican por diferencias cuantitativas, abre las puertas a una posible matematización de la naturaleza, y elimina cualquier rastro de referencia mítica en la explicación de la diversidad de fenómenos y entidades que pueblan la naturaleza. Si las diferencias de cualidad se explican por diferencias de cantidad, entonces todo puede ser matematizado. Este corolario no lo alcanzó el mismo Anaxímenes, aunque en su concepción están los gérmenes de esta idea que desarrollaran posteriormente los pitagóricos.
Con Anaxímenes, el concepto de aire (aer) pasa a adquirir su significado actual (sustancia invisible que nos rodea aparentemente sin límites), ya que anteriormente aer significaba humedad, niebla y oscuridad. Pero, formalmente, sigue conservando una cierta asociación con creencias míticas ancestrales que vinculan el alma (ψυχἠ) al aliento (y que siguen presentes en el lenguaje vulgar en expresiones como «exhalar el último suspiro» para indicar la muerte de alguien). Esta asociación entre alma-vida y aliento, o esta concepción del alma-hálito se remonta a creencias antiguas que estaban renaciendo en la época de Anaxímenes de mano de los seguidores del orfismo. Es decir, que aunque entre los órficos y entre los creyentes en concepciones míticas anteriores se diese una relación mística entre aire, vida, alma y espíritu, no significa que la filosofía de Anaxímenes sea de naturaleza mítica ni religiosa. (Repárese que varias palabras pertenecientes al campo semántico del significado de aire, tales como pneuma, ánemos o spiros, originan palabras como espíritu o alma). Más bien debe pensarse que la concepción del arkhé como aire, entendido como principio de «todo» lo natural es coherente con la concepción hilozoísta de los milesios: la materia del mundo ha de ser también la materia de la vida. De hecho, el mismo Demócrito, consecuente con su concepción atomista pansomática (corporeísmo universal: todas las entidades son cuerpo), acepta también la existencia de átomos de alma que considera parecidos a los átomos de aire.
En sus concepción cosmológica, Anaxímenes, siguiendo su concepción del aire como principio susceptible de disminuir o aumentar (rarefacción y condensación) que está siempre en movimiento (considera al movimiento como eterno), afirma que este aire se presenta como fuego, como aire, agua y tierra. Estos procesos de condensación y rarefacción explican tanto la diversidad de cambios físicos en la naturaleza (multiplicidad) como la unidad (monismo) de su origen. Según Anaxímenes, la tierra es plana y por ello puede mantenerse en el aire (volviendo a la idea de Tales de una tierra sostenida por algo, y no aceptando la genial hipótesis de Anaximandro de una tierra que no necesita de soporte por el hecho mismo de estar en el centro de los anillos por los que circulan los astros celestes). Cree también que el sol es plano y constituido por tierra, como los demás cuerpos celestes. También explica los fenómenos naturales como el viento, la lluvia, los volcanes, el trueno, el rayo, la nieve, etc. desde su perspectiva de condensación y rarefacción, eliminando cualquier rastro de entidades míticas.
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