(en griego Ἡράκλειτος)
Filósofo griego presocrático. Como sucede a menudo con los filósofos presocráticos, el conocimiento que se tiene de este autor es bastante pobre, pues no hay datos fiables acerca de su biografía, y los datos que hay se mezclan con la leyenda. Al parecer es seguro que descendía de una familia noble de Éfeso, probablemente de la de los propios reyes. Renunció a sus derechos dinásticos en favor de su hermano, y se retiró al templo de Artemisa Efesia donde depositó su libro, lejos de la mayoría de los ciudadanos, ya que se manifestaba un gran desprecio por «la mayoría», a la que oponía «los mejores» (fragmentos 1, 19, 34, 49, 104). Escribió una obra, cuyo título nos es desconocido, aunque como la mayoría de las obras de los presocráticos es conocida como περὶφύσεως, es decir: Sobre la naturaleza. No obstante, incluso se ha puesto en duda que llegase a escribir realmente una obra en el sentido habitual de la palabra, y que lo que posteriormente fue conocido como tal no fuese más que una recopilación de sus sentencias. Pero la mayoría de especialistas coinciden en afirmar que realmente sí escribió tal obra, que, además, tuvo bastante resonancia y difusión, como lo prueba el hecho de que, al parecer, Parménides ya la conoció, unos diez años más tarde, a pesar de vivir en la Magna Grecia, bastante alejada de las costas jónicas donde estaba Éfeso. A las dificultades del conocimiento de la obra de Heráclito se añade el estilo críptico y oracular de sus sentencias, escritas en forma aforística y de contenido ambiguo, que le valieron el sobrenombre de Heráclito el oscuro. Este mismo estilo oracular heracliteano, que indica su pensamiento mediante imágenes y a través de aforismos, reforzaba su desprecio por la mayoría, incapaz de entenderle porque, según él, son ciegos a lo más evidente que es, precisamente, el sentido oculto de la naturaleza: «los ojos y los oídos son malos testigos para los hombres que tienen una alma bárbara» (frag. 107, ver texto).
Al parecer, su obra, escrita en prosa, trataba fundamentalmente de ser la exposición de una doctrina novedosa, puesto que Heráclito no fue discípulo de nadie (aunque conocía la filosofía de los milesios y la de Pitágoras, al que critica y desprecia). El núcleo doctrinal de su pensamiento lo extrajo de su propio autoconocimiento, investigándose a sí mismo (frag. 101), siguiendo la sentencia del oráculo: «conócete a tí mismo». Y dicho núcleo es la doctrina del logos (λόγος). De hecho él se consideraba poseedor de una verdad de la que sus palabras son solamente transmisión: «no escuchándome a mí, sino al logos, es sabio confesar que todas las cosas son uno» (frag. 50). El logos es, a la vez, discurso, razón y «razón de ser» de las cosas; una verdad única que la mente puede comprender porque también la mente humana es, en cierto modo, parte o comunión de este logos que es común a todos, pero que la mayoría no entiende. El logos es también ordenador («están en desacuerdo sobre lo que les es más familiar, sobre este logos que todo lo gobierna, y lo que encuentran cada día les parece extraño». frag.72). Pero, simultáneamente, el logos es también algo que debe ser escuchado, pero no a través de los sentidos, sino a través del alma (φωνή, psykhé) que está en contacto con él. A la vez, el logos también es ley universal del devenir y es plenamente independiente de quien lo escucha, aunque es común a todos («por ello es necesario seguir lo que es común, pues lo común es lo que une. Pero, aunque el logos es común, la mayoría viven como si cada cual tuviera una inteligencia particular». frag. 2). En la medida en que es captado por la psykhé, el logos es pensamiento humano, pero en sí mismo es la ley del universo de la que derivan, o deberían derivar, todas las leyes humanas (ver fragmentos sobre el logos ).
En la medida en que también es «razón de ser» del cosmos, se expresa como un principio físico encarnado por el fuego. El fuego, eternamente fluyente, imposible de detener o de paralizar, es la forma más pura y elevada de la materia, y es el vehículo del alma. El fuego expresa también el cambio continuo y perpetuo, pues el fuego todo lo cambia: «este mundo, el mismo para todos, ningún dios ni hombre lo hizo. Sino que ha sido siempre y es y será un fuego siempre vivo, que se enciende según medidas y se apaga según medidas.» (frag. 30), y «todas las cosas se cambian por fuego y el fuego por todas las cosas, como las mercancías por el oro y el oro por las mercancías» (frag. 90).
Las transformaciones efectuadas por el fuego coinciden con los diversos estados de la naturaleza. Así, el fuego condensado da lugar al mar, del cual emerge la tierra. De ambos surgen los vapores que engendran la nubes, la cuales, al incendiarse retornan cíclicamente al fuego. (De ahí no se sigue que defendiese la doctrina de la ecpírosis que posteriormente elaborarían los estoicos fuertemente influenciados por Heráclito). Para él, el logos también es el alma (φωνή, psykhé) , por ello, para las almas la muerte es el agua, y para el agua la muerte es la tierra (ver frag. 36).
Estas transformaciones ilustran otra de las grandes tesis de Heráclito: la armonía es producto de la lucha de los contrarios. Pero para él la armonía no es, como para los pitagóricos (a los que combate), fruto de una reconciliación, sino que es propiamente la lucha o la tensión. Si ésta cesase acabaría también el cosmos.
De ahí no se sigue tampoco que Heráclito contraviniera el principio de no contradicción, como había afirmado Aristóteles, sino que entiende realmente la armonía como tensión continua, aunque a veces esta tensión no aparezca de manera manifiesta: «no comprenden cómo lo que está en lucha consigo mismo puede estar de acuerdo: unión de [fuerzas] contrarias, como el arco y la lira» (frag.51, ver también los fragmentos 53, 54, 58, 59, 60, 61, 62, etc. ). Y, según Heráclito, esta lucha es justicia, pero en un sentido diferente al que había manifestado Anaximandro, pues para el milesio la justicia era la igualación de los contrarios en el ἄπειρον (ápeiron), mientras que para el efesio es la lucha misma, que es «el padre de todas las cosas» (frag. 53). Fruto de la lucha eterna de los contrarios, regida por la ley universal del logos, es el perpetuo devenir: todo fluye (πάνταρεῖ, panta rei) nada es estático. Esta tesis se ilustra generalmente con la afirmación según la cual no podemos bañarnos en un mismo río (ver texto), que el heracliteano Cratilo exageró diciendo que no podemos bañarnos ni tan sólo una vez, pues cuando penetramos en el río, ni las aguas ni nosotros mismos somos en cada instante los mismos. El perpetuo devenir ha sido interpretado como una crítica al pensamiento estático y al sustancialismo.
Esta tesis del devenir universal, que debe entenderse en el contexto del problema del continuo suscitado por el descubrimiento de Pitágoras, a veces se ha utilizado como contraposición al pensamiento de Parménides, quien recalca la inmovilidad del ser. Además, parece que Parménides, que conocía la obra de Heráclito, quiso combatir sus tesis, y Platón opuso el pensamiento de ambos autores. No obstante, hay más puntos de conexión entre ambos pensadores de los que aparecen a simple vista: ambos niegan veracidad a los simples datos sensoriales, y ambos reivindican una atalaya superior desde la que comprender la multiplicidad que nos suministra el conocimiento general del común de los mortales. También Heidegger ha querido subrayar una cierta proximidad entre el pensamiento eleático y el de Heráclito, pues, según él, ambos son expresión de una concepción de la verdad (ἀλήθεια, alétheia) como desocultación.
El pensamiento de Heráclito jugó un papel decisivo en el estoicismo, que reinterpreta y reelabora sus tesis, y es especialmente a través de esta escuela que el heracliteísmo fue conocido durante el período helenístico y posteriormente. En la época moderna, Hegel lo reivindicó como el antecedente más antiguo de su concepción dialéctica, como también lo hizo Marx. Por otra parte, Nietzsche también consideró las tesis de Heráclito como la más pura manifestación del pensamiento filosófico antes de la corrupción de la filosofía por parte de Sócrates y Platón, y como representante de un pensamiento que declara ficticio el ser (ver cita).
Relaciones geográficas
Autores de la época