Desde una perspectiva cristiana, también la angustia, a diferencia del miedo, revela una inquietud que brota de las profundidades del yo, una incertidumbre frente a la muerte o al futuro en general. La alianza de Yavhé con su pueblo asegura la presencia del Señor pero ésta depende de la fidelidad del hombre al observar la ley, de modo que tal seguridad está siempre en peligro de desmoronarse ante la realidad. Esta angustia que puede sentirse en el corazón de todo ser humano, varía con la venida de Jesús. Éste tomó sobre sí no sólo los estremecimientos ante la muerte, sino también la terrible conciencia de la incertidumbre. En el huerto de los Olivos fue invadido de tristeza, de miedo, de aflicción y de terror. Descendiendo hasta el fondo de la angustia humana crea un tiempo nuevo, irreversible: la angustia no es suprimida sino situada en un plano de esperanza y salvación.