(del latín homo, hombre, que se suele derivar del indoeuropeo gjum, que significa «tierra»)
Biológicamente, el individuo perteneciente a la subespecie Homo sapiens sapiens, de la especie Homo sapiens (ver cita), del género homo, de la familia de los hominidae, u homínidos, que comprende también a los simios africanos y a los orangutanes (según Lawrence Martin) (ver cita).
El hombre es, en filosofía, el objeto de estudio de la antropología filosófica, y hasta puede decirse, siguiendo las clásicas preguntas de Kant (ver texto), que es el objeto mismo de la filosofía; la pregunta «¿Qué es el hombre?» compendia el sentido de las otras tres «¿Qué puedo saber?, ¿Qué debo hacer?, ¿Qué puedo esperar?»
La definición clásica de hombre como «animal racional», que arranca de la antigüedad y que Aristóteles sanciona con la expresión, en griego «ser dotado de lenguaje» (ζὠον λόγον ἔχον), aunque siempre aceptada y parcialmente exacta, no expresa, como estrecha que es, algunas de las características esenciales que la antropología filosófica atribuye al hombre: su historicidad, por ejemplo, y la percepción de que definir lo que es el hombre no puede hacerse cerrando su significado. La problemática antigua se centraba en la cuestión de la unidad o dualidad de cuerpo y alma, o en las clases de alma y el dominio de una de ellas, la razón, sobre las otras. Para Platón, el alma es el hombre (ver cita) y el alma, de la que distingue tres partes (concupiscible, irascible y racional) habita en el cuerpo «como un piloto su navío». En Aristóteles el alma es la sustancia primera o la esencia del hombre, pero unida al cuerpo como la forma se une a la materia. La distinción aristotélica del entendimiento (nous) en entendimiento agente tuvo repercusiones en la filosofía medieval sobre la inmortalidad humana. La Escolástica acepta tanto la definición aristotélica, a través de Boecio, como la perspectiva del alma como forma sustancial del cuerpo, haciendo del hombre un único compuesto sustancial de alma y cuerpo, criatura racional cuyo fin último es Dios. La afirmación de la única sustancialidad no impide que la visión platónica del predominio del alma sobre el cuerpo siga dominando, más aún si cabe, con el acento puesto ahora en la inmortalidad del alma. Tras el naturalismo y el humanismo renacentistas, el compuesto humano se vuelve individuo y sujeto. Con Descartes, que acentúa al máximo la subjetividad y hace del alma la sustancia pensante, la dualidad humana alcanza su período álgido: el hombre es dos sustancias a la vez, y sólo Dios, en última instancia, puede explicar el misterio de su unión (ver ocasionalismo). A Descartes atribuye la historia haber establecido la que, críticamente, Gilbert Ryle llama «doctrina oficial», la del mito del «fantasma en la máquina». Kant, sustituye la problemática de la dualidad de sustancias por la del hombre que pertenece a dos mundos: al mundo fenoménico y al mundo nouménico o inteligible. Por pertenecer al primero el hombre es objeto de estudio de la antropología; por pertenecer al segundo, es una cosa en sí incognoscible, sólo comprensible desde la razón práctica, que entiende el hombre como sujeto moral autónomo y libre. Este doble aspecto del hombre coincide sustancialmente con los planteamientos de la antropología filosófica moderna, que partiendo de la realidad biológica de hombre destaca su especificidad espiritual; postura que tiene sus comienzos justamente en Alemania con las investigaciones de J.G. Herder sobre el lenguaje y la historicidad como expresión de la condición humana, en la que ve -a diferencia de Kant- una íntima fusión de sensibilidad y racionalidad. En el lenguaje, y por supuesto en la racionalidad, ve Herder la manera como el hombre resuelve su «deficiencia» -el «ser de carencias», das Mängelwesen, de los modernos- respecto de la dotación instintiva y biológica suficiente del animal. La antropología posterior ha recurrido a conceptos biológicos para interpretar esta deficiencia originaria observada por Herder, como «fetalización» y «retardo morfológico», términos empleados por Lodewijk Bolk, o los más actuales que hablan de una «posición ontogenética privilegiada» (ver texto ), refiriéndose al evidente retraso en la maduración neuromuscular con que nace el infante humano, que, en última instancia, resulta ser una ventaja evolutiva. De alguna manera «el lugar del hombre en el mundo», según la expresión de Max Scheler, la posición del hombre, o lo que es propio del hombre comparado con los demás seres, lo determina este estado de la biología humana a partir de la cual se desarrolla el hombre. La antropología filosófica moderna admite este punto de partida biológico e intenta explicar, fundiéndolos en una perspectiva comprensiva, los dos aspectos de naturaleza y espíritu que caracterizan al ser humano. Dejando de lado las teorías filosóficas expuestas por Max Scheler en su obra El puesto del hombre en el cosmos (1928), que aunque importantes para la antropología filosófica se consideran más bien como una antropología metafísica, los autores más representativos de una antropología filosófica con orientación biológica son Helmuth Plessner (Los niveles de lo orgánico y el hombre, 1928) y Arnold Gehlen (El hombre. Su naturaleza y su puesto en el mundo, 1940 (ver texto de A. Gehlen 1 y texto de A. Gehlen 2).
El punto de partida de Gehlen es el «estado carencial» a que alude Herder, cuando habla de los «fallos y carencias» con que, a diferencia del animal respecto de su propia «esfera», nace el hombre; se sale de él -se compensa, dice Herder- mediante el lenguaje; se sale de ese estado, según Gehlen, por la «acción», que permite al hombre dominar el ambiente de cara a la supervivencia. El hombre, a diferencia del animal especializado y adaptado, se halla en una situación de indefinición y de «apertura al mundo», que se concreta en una conducta plástica y variable con la que construye su propio mundo. A la acción acompaña la vida pulsional, el sentimiento y el impulso, no meramente instintivos, que el hombre puede orientar según sus intereses y necesidades. En esto, el hombre se diferencia del animal porque puede distanciarse de la impresión del estímulo, inhibiendo el impulso a actuar, aplazando acciones y planificando la actuación. La naturaleza que lo hace inacabado lo convierte asimismo en un ser dotado de voluntad y reflexión. En asuntos especialmente importantes para la vida, el hombre requiere la ayuda de los demás, esto es, cierto tipo de actuación vital debe estar sostenido de forma estable por instituciones sociales. Por eso el hombre, por su misma naturaleza biológica, es un ser social y cultural. Y por esta razón, dice Gehlen, «el hombre no vive, sino que conduce su vida», siempre obligado a controlar el ambiente por su propia acción. Las instituciones sociales, producto de la acción humana, producen a su vez la vida social de los individuos, hasta el punto de que la libertad de los individuos depende de su sometimiento al orden social.
H. Plessner intenta explicar y resolver el problema del doble aspecto de naturaleza y espíritu, que presenta el hombre, partiendo de la noción de niveles o estadios de lo orgánico, lo cual le hace concebir una antropología que no abandona nunca el plano biológico. Lo característico de la vida es la «posicionalidad»: la posición o lugar que ocupa el ser vivo respecto de su entorno; el animal se refiere a un ambiente, el hombre a un mundo. Respecto de su ambiente, el animal ocupa el centro: su ambiente lo encierra y le asegura su supervivencia según sistemas de relaciones deterministas; su supervivencia representa un equilibrio centrado en el ambiente. El hombre, en cambio, se caracteriza por ocupar una posición de excentricidad con relación al mundo: su excentricidad consiste en que, por un lado, como cuerpo que es, el hombre vive de su relación equilibrada con el mundo, vinculado al mundo y abierto a él, pero por otro lado está más allá de esta posición centralizada porque es capaz de reflexionar sobre su cuerpo y sobre el mundo y sobre sus relaciones con el mundo, localizándose en él y conociendo el lugar que ocupa, desde el momento que actúa como un yo consciente. El hombre se distancia de lo inmediato, de lo físico y lo biológico y no vive en y de lo inmediato. Este «distanciamiento», en el que consiste la excentricidad del hombre respecto del mundo, lo regula Plessner mediante tres leyes antropológicas: 1) la ley de la «artificialidad natural»: el hombre se relaciona con la naturaleza, y por exigencias de la misma naturaleza, de un modo artificial a través de la cultura; para vivir naturalmente el hombre ha de vivir artificialmente; 2) la ley de la «inmediatez mediada»: el hombre transforma todo lo inmediato en algo mediado, esto es, humaniza el mundo que experimenta, y 3) la ley del «lugar utópico»: la artificialidad y la mediación constante del hombre lo empujan hacia un más allá que está siempre incompleto y por hacer, y de alguna manera abren al hombre a la trascendencia. Estas tres leyes sitúan la existencia humana en el plano de la historia y de la cultura, que son las características propiamente humanas, que Plessner enlaza directamente con el aspecto biológico del ser humano. El tradicional problema de alma y cuerpo, o el problema kantiano de los dos mundos a que pertenece el hombre está de alguna forma resuelto por estas antropologías filosóficas con base biológica; lo que es propiamente humano se explica en función de una estructura biológica común a los seres vivos, lo cual es una forma de superar el punto de vista de Scheler, que explica las características humanas desde un proceso o «esquema gradual» que, a partir de la animalidad, se va elevando hasta la humanidad.
La consideración de lo que es el hombre no puede agotarse simplemente con un tratamiento de orientación antropológico-biológica. El hombre no se caracteriza solamente, aunque sí primaria y principalmente, por el lugar que ocupa en el mundo, sino que es, además, un ser es esencialmente cultural. La antropología filosófica y la cultural intentan dar respuesta a esta exigencia. Por otra parte, el estudio del hombre también ha recibido ilustración, y no poca, en la época contemporánea, desde los correspondientes enfoques dados por el marxismo marxismo (consideración socioeconómica) y el existencialismo (consideración filosófica de la existencia humana).
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