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(del griego τοῦ οντος y λόγος, tou ontos logos, estudio de lo que existe)

Etimológicamente, estudio del ente, entendiendo por tal lo existente en cuanto existente. Se ocupa de la característica más común de todo cuanto existe, el ser, e intenta responder a la pregunta de qué es necesario para que algo sea o exista y si hay diversas maneras de existir o ser (ver ontológico). El término aparece hacia el siglo XVII y entra en el vocabulario filosófico por obra del filósofo racionalista alemán Christian Wolff. Aunque pueda confundirse a veces con la metafísica y, de hecho «el estudio del ente en cuanto ente» es la manera como Aristóteles define a la filosofía primera, que la tradición llamó metafísica, la ontología ha conseguido su objeto propio de estudio a lo largo de la historia. La filosofía escolástica atribuyó a la metafísica general el estudio del ser en general, y se fue confiando a otras metafísicas más específicas el estudio de entes particulares (Dios, el alma humana, el mundo, etc.), que luego recibieron otros nombres más específicos, como teodicea, psicología, cosmología, etc. Wolff usó indistintamente los nombres de ontología, metafísica general y filosofía primera. Para Kant es la ciencia del conocimiento sintético a priori de las cosas, es decir, de aquellos principios del entendimiento que hacen posible el conocimiento de las cosas. Por lo mismo, se identifica con su filosofía trascendental, y no con el conocimiento de objetos que estén más allá de la experiencia. Con Kant, el estudio de las características generales de las cosas se traslada de éstas al interior del espíritu humano y se convierte en el estudio de las condiciones trascendentales que las hacen posibles como objetos de conocimiento. En realidad supone la desaparición de la metafísica como ciencia y, con ella, de la ontología como parte de la misma.

Tras introducir Husserl, a comienzos del s. XX, la noción de «ontologías regionales», que consisten en la descripción de la esencia de la naturaleza, la sociedad, la moral y la religión, N. Hartmann intenta una nueva fundamentación de la ontología: distingue dos maneras básicas de ser, los particulares -el ser real- y los universales -el ser ideal-, y dentro de cada manera varios estratos de ser: por un lado, lo orgánico, lo inorgánico, lo consciente, lo cultural o supraindividual y, por el otro, las esencias, los valores, los números o las relaciones lógicas. El estudio de estos diversos estratos y de las categorías que los definen constituye, de nuevo, distintas ontologías regionales. Heidegger se apoya en la triple pregunta de Kant acerca de qué podemos conocer, qué debemos hacer y qué nos es dado esperar, resumidas en una cuarta, a saber, qué es el hombre, para referirse, reinterpretando la Crítica de la razón pura, a una ontología que ha de servir de fundamento a la metafísica: esta ontología no es otra que el conocimiento del ser del hombre, o ser-ahí. El positivismo lógico, siguiendo una manera de ver ya iniciada por Hume, considerará carente de sentido cualquier supuesto enunciado metafísico y, por ello mismo, y tras el auge de la filosofía analítica, las preguntas de tipo ontológico no tienen, en muchos autores contemporáneos, más finalidad que plantearse qué tipo de entidades son los referentes de las palabras usadas en un enunciado; son preguntas acerca del significado. W.V.O. Quine, quien define la ontología como el estudio de «lo que hay», habla del compromiso ontológico que implica que toda teoría, y todo lenguaje, debe decidir qué tipo de entidades o cosas constituyen sus referentes; en palabras suyas, «lo que una teoría dice que existe».


Bibliografía sobre el concepto

  • G. Bueno (ed.), Simploké. Júcar, Madrid, 1991.