Filósofo español, original y profundo, considerado uno de los pensadores marxistas más sistemáticos de entre los filósofos españoles actuales, polémico por lo demás y controvertido. Nace en 1924, en Santo Domingo de la Calzada (Logroño); tras estudiar en Logroño, Zaragoza y Madrid, se doctora en 1948 en Facultad de Filosofía de la Universidad de Madrid (Fundamento material y formal de la filosofía moderna de la religión); catedrático de filosofía del Instituto «Lucía de Medrano» en Salamanca hasta 1960, ocupa desde esta fecha y hasta su jubilación la cátedra de Fundamentos de Filosofía e Historia de los sistemas filosóficos en la Universidad de Oviedo, donde ejerce a lo largo de los años una gran influencia, sobre todo a través de la revista «El Basilisco», fundada por él, su «Proyecto Filosofía en español» (accesible por Internet en http://www3.uniovi.es/~filesp/), y la «Fundación Gustavo Bueno», constituida el 14 de mayo de 1997, con sede en Oviedo, Asturias, y cuya finalidad es el cultivo de la filosofía, en diálogo con los saberes científicos (especialmente, biológico y médico e historia de las ciencias), políticos, tecnológicos y culturales en general.
Tras numerosas publicaciones de artículos, críticas, reseñas y conferencias sobre temas preferentemente de gnoseología y lógica, irrumpe hacia 1970 en la escena filosófica española con El papel de la filosofía en el conjunto del saber, respuesta polémica a otra obra sobre este mismo tema, Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores (1968), escrita por M. Sacristán; pronto aparecen, como obras más importantes, Etnología y utopía (1971), Ensayo sobre las categorías de la economía política (1972) y, sobre todo la fundamental Ensayos materialistas (1972).
Según Gustavo Bueno, la filosofía es un saber sustancial que desempeña, de forma eminente, una función totalizadora del saber humano de cada época, mediante una reflexión de carácter dialéctico, cuya misión es superar, a través de las ideas, las contradicciones que ofrecen los diversos aspectos inconmensurables de la realidad material.
Como «filosofía no exenta» (implantada o inmersa en el presente social, político, científico, etc., como ámbito propio), se identifica con la cultura de su tiempo, a modo de un epifenómeno suyo («filosofía adjetiva»). Como «filosofía crítica», no en el sentido de Kant, sino en el clásico de una actividad que clasifica, discrimina, distingue y compara, se encara con el presente y la realidad y, lejos de ser «amor al saber», o «investigación de causas primeras», o «pregunta por los interrogantes de la existencia», la filosofía es «enfrentamiento con las Ideas y con las relaciones sistemáticas entre las mismas». Saber de segundo grado (porque supone otro saber ya constituido: el de la ciencia, la técnica, la religión, etc.), su sustancia son las ciencias positivas categoriales y la moral y la ética universales.
De entre las diversas filosofías críticas posibles, Bueno partiendo de «la afirmación de que toda filosofía verdadera debe ser materialista», se decide por el «materialismo filosófico», como ejercicio de racionalidad dialéctica y filosófica, y única filosofía crítica aceptable de las varias posibles, y hasta verdadera conciencia filosófica. El materialismo filosófico -doctrina académica (no vulgar), crítica (no dogmàtica como el Diamat), dialéctica y filosófica (no cientista)- ofrece diversos aspectos: es un materialismo cosmológico, porque es crítica del supuesto de un mundo dependiente de un Dios creador y providente; es un materialismo histórico, porque se aleja de toda concepción idealista de la historia; es un materialismo religioso, en cuanto rechaza todo espiritualismo y parte del supuesto de que «el hombre no hizo a los dioses a imagen y semejanza de los hombres, sino a imagen y semejanza de los animales»; y, es por último, un materialismo gnoseológico, porque supone una concepción materialista de las ciencias.
El materialismo filosófico requiere una fundamentación ontológica y gnoseológica.
La ontología materialista (ver texto) se distingue en general y especial. A la primera corresponde la construcción de la idea de materia ontológico-general (M), definida, inicialmente, como pluralidad, exterioridad y codeterminación (de las partes extra partes), conceptos que pueden remontarse a antiguas nociones de materia de la escolástica (divisibilidad, composición integral y multiplicidad numérica). A la ontología especial corresponde la determinación de las clases de materialidad del mundo (Mi = M1,M2,M3). El primer género de materialidad (M1) lo constituyen las entidades del mundo físico; el segundo (M2), los fenómenos de la vida interior (etológica, psicológica e histórica) y el tercero, los objetos abstractos. Estas esferas de la realidad, estratos de «lo que hay», o propiamente géneros materiales -que recuerdan la clásica división tripartida en mundo, alma y Dios, del racionalista Ch. Wolff o los más cercanos tres mundos de K. Popper - constituyen tres mundos heterogéneos e inconmensurables, pero no independientes y autónomos, que establecen entre sí relaciones de mutua interdependencia. A la ontología general compete la construcción del concepto de materia a partir justamente de los tres géneros de materialidad, «triturando y destruyendo» las contradicciones de esos mundos heterogéneos, hasta enlazarlos en una trama conceptual, el entramado propio de la filosofía (la symploké, ver cita), en cuya constitución reside la auténtica actividad filosófica, teórica y práctica.
El materialismo ontológico supone, además, un materialismo epistemológico, que parte del supuesto de que las ciencias se ocupan no sólo de construir teorías, sino también de manipular hechos y realidades (construyen teorías y enunciados, pero también objetos materiales), y las contempla, versión extrema del principio del verum ipsum factum, de Vico, como construcciones hechas «con las cosas mismas» (interconexión entre ciencia, técnica o tecnología): no hay ciencia sin construcción material de la misma, igual como sólo hay música si hay sonido. La ciencia es sobre todo un proceso operatorio: no se limita a analizar términos o a describir objetos, sino que establece relaciones y lleva a cabo operaciones. La teoría del cierre categorial (ver cita) permite concebir estructuralmente la ciencia como análisis y explicación de términos, pero sobre todo como sistema de operaciones (ver cita) que actúa sobre los términos y las relaciones. Según esta teoría, de carácter constructivista, las ciencias son cuerpos inmersos en un espacio gnoseológico tridimensional, en cuyos «ejes» -sintáctico, semántico y pragmático, siguiendo el modelo lingüístico de Morris y Bühler-, se inscribe también la división trimembre de la ontología especial, de los tres tipos de materialidad: los términos son las realidades físicas; las operaciones son realidades del sujeto operador, y las relaciones (leyes, etc.), las entidades abstractas del tercer género (ver esquema). En este operacionalismo, que no es más que ejercicio de la actividad constructiva y materialista de los cuerpos humanos, asiento de la racionalidad, sobre el resto de cosas materiales, consiste la construcción de la objetividad de la ciencia. Según la teoría del cierre categorial, se deduce «que no es válida la distinción entre ciencias formales y empíricas, pues toda ciencia es material».
Esta gnoseología categorial, propone una teoría de la ciencia que se desmarca no sólo de las teorías de la ciencia positivistas, popperianas, pospopperianas (Kuhn, Feyerabend, Lakatos, etc.), adecuacionistas (de Aristóteles a Bunge), sino también de otras dialécticas, como las más próximas de Gaston Bachelard (La filosofía del no) y de la ruptura epistemológica de Louis Althusser, que igualmente intentan explicar tanto el aparecer de las ciencias como la estructura en que permanecen y se desarrollan.
En el contexto histórico, el desarrollo del materialismo filosófico significa, también, una auténtica revisión de la «Historia del materialismo».
El papel inicialmente atribuido a la filosofía en el «conjunto del saber» ha sido objeto de revisión, actualizada por los acontecimientos históricos y el cambio de mentalidad social, en obras posteriores. Al análisis de este saber general, desde un punto de vista de filosofía materialista, y que articula en torno a tres núcleos fundamentales, político, científico y religioso, dedica Gustavo Bueno, respectivamente, tres obras, Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas (1991), la Teoría del cierre categorial (1992) y El animal divino (1985), en las que revisa en parte las opiniones vertidas antes en la obra que le dio a conocer.
Bibliografía
Del autor
- Bueno, Gustavo, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión. Mondadori, Madrid, 1989.
- Bueno, Gustavo, El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión. Pentalfa, Oviedo, 1985.
- Bueno, Gustavo, El mito de la cultura. Ensayo de una filosofía materialista de la cultura. Ed. Prensa Ibérica, Barcelona, 1996.
- Bueno, Gustavo, Ensayo sobre las categorías de la Economía Política. La Gaya Ciencia, Barcelona, 1972.
- Bueno, Gustavo, Ensayos materialistas. Taurus, Madrid, 1972.
- Bueno, Gustavo, Etnología y Utopía. Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Etnología?. Júcar Univ., Madrid, 1987.
- Bueno, Gustavo, La Metafísica presocrática. Pentalfa, Oviedo, 1974.
- Bueno, Gustavo, Teoría del cierre categorial (5 vols.). Pentalfa, Oviedo, 1993.
- Bueno, Gustavo, ¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial. Ciencia y Filosofía. Pentalfa, Oviedo, 1995.
- Bueno, Gustavo, ¿Qué es la filosofía? El lugar de la filosofía en la educación. El papel de la filosofía en el conjunto del saber constituido por el saber político, el saber científico y el saber religioso de nuestra época. Pentalfa, Oviedo, 1995.
Sobre el autor
- G. Bueno (ed.), Simploké. Júcar, Madrid, 1991.
Relaciones geográficas