Epistemólogo francés y teórico de la ciencia, nacido en Bar-sur-Aube (Basse Champagne). Empleado de correos y luego profesor de física y química en el «liceo» de su ciudad, empieza a estudiar filosofía a los 35 años y, tras publicar su tesis de doctorado, Ensayo sobre el conocimiento aproximado y un ensayo complementario, Estudio sobre la evolución de un problema físico (1928), es nombrado profesor de filosofía en la universidad de Dijon (1930) y posteriormente, de 1940 a 1955, ejerce como profesor de historia y filosofía de la ciencia en la Sorbona de París. Miembro de la «Académie des sciences morales et politiques», en 1961 se le otorga el «Gran Prix National des Lettres».
Filósofo y científico a la vez, enlaza con la corriente de grandes epistemólogos que aparece en Francia, a finales del s. XIX y comienzos del XX: Claude Bernard, Pierre Duhem, Henry Georges Sorel y Léon Brunschvicg. Concibe el conocimiento como una relación dialéctica entre razón y experiencia, o entre racionalismo y realismo o empirismo.
Esta dialéctica, a la que llama «racionalismo aplicado», esto es, no racionalismo abstracto sino atento a la realidad para aprender de ella, representa el diálogo que el investigador científico instaura con sus experimentos: teoría matemática por un lado e instrumentos precisos por el otro; a este racionalismo aplicado, completa, por la parte opuesta, un «materialismo instruido», de modo que sólo la experiencia que aprende de la teoría constituye el verdadero conocimiento científico. En este dualismo otorga mayor importancia a la razón y a la teoría, no sólo para conocer, sino también para constituir la misma experiencia: a la manera del conocimiento trascendental de Kant, sostiene que lo real es una «objetivación» del pensamiento constructivo y, en el caso de la ciencia, de la teoría (ver texto); la objetivación en ciencia consiste en la correcta aplicación del método. La realidad no es la experiencia, de la misma forma que no hay «conocimiento inmediato» y «no hay nada dado; todo es construido». Por eso mismo la ciencia no es mera experiencia, sino experiencia instruida por la razón: «todo dato ha de ser entendido como un resultado».
La labor constructiva del pensamiento consiste, en buena medida, en la superación de los «obstáculos epistemológicos»: obstáculo epistemológico es todo aquello que, en el espíritu o la razón humana, impide la construcción racional del objeto; opiniones, prejuicios, meras percepciones sensibles del objeto, el juzgar por las apariencias, o lo inmediato y no reflexivo. Lo real no es propiamente lo que aparece, sino más bien lo que siempre deberíamos haber pensado que es. Por eso, conocer supone «rupturas epistemológicas» (coupures), o discontinuidades: en el plano del conocimiento, ruptura y discontinuidad con lo inmediato y lo que es de sentido común; en el plano de la historia de la ciencia, no progreso por acumulación de continuidades -cosa propia del conocimiento común-, como sostenían, por ejemplo, en su tiempo, Duhem y Meyerson, sino por acumulación de negaciones o de críticas sucesivas sobre aquello que, en un principio, se ha tomado como punto de partida: un átomo, por ejemplo, es todo aquello que la física va negando de la primitiva imagen de partícula indivisible; un corpúsculo, en física atómica, está constituido por la negación de todas las «intuiciones perezosas» iniciales que la física es capaz de eliminar. No hay continuidad alguna entre la mecánica clásica y la relativista o la ondulatoria. Siempre está la ciencia, y el pensamiento en general, como actividades inacabadas que son ambas, en «proceso de objetivación» y superación de obstáculos epistemológicos. Y siempre se parte de conocimientos anteriores: «Se conoce contra un conocimiento anterior». La verdad es un punto de llegada, pero nunca es saber definitivo de algo; conocer es ir eliminando errores progresivamente menores. Por eso hay que hablar de un conocimiento sólo aproximado (approché), que es la tesis con que se doctoró. Notables son, en muchos puntos, las semejanzas con afirmaciones posteriores de Karl R. Popper (ver texto).
Justamente porque se conoce contra un conocimiento anterior, ha dado el nombre de filosofía del no a esta manera suya de entender la construcción del pensamiento científico: así como la ciencia es negación del conocimiento común, la verdadera filosofía es negación de todo sistema filosófico acabado, completo o absoluto.
Al conocimiento del mundo no se llega sólo por vía intelectual. Hay otra manera de acceder a la realidad: la imaginación o la fantasía creadora que se manifiesta en el arte y en lo que denomina en general la rêverie (la ensoñación diurna); a ella incumbe un verdadero conocimiento práctico de la realidad. Analiza por ello imágenes relacionadas con temas recurrentes de la filosofía (y de la alquimia), como son el fuego, el aire, el agua y la tierra y, para interpretarlos, recurre a la teoría de los arquetipos, de Jung. Esta incorporación de la literatura, o la poesía, a la racionalidad es una de las características del pensamiento de Bachelard, al que muchos consideran epistemólogo, científico y también poeta. En realidad, razón y rêverie son dos aspectos creativos de un mismo espíritu humano.
Althusser, Foucault, Popper y Kuhn han desarrollado algunas de sus ideas.
Bibliografía
Del autor
- Bachelard, Gaston, El racionalismo aplicado. Paidós, Buenos Aires, 1978.
- Bachelard, Gaston, Epistemología. Anagrama, Barcelona, 1973.
- Bachelard, Gaston, Essai sur la connaissance approchée. Vrin, Paris, 1970, 3 ed.
- Bachelard, Gaston, La dialéctica de la duración. Villalar, Madrid, 1978.
- Bachelard, Gaston, La formación del espíritu científico: contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo. Siglo XXI, Buenos Aires, 1972.
- Bachelard, Gaston, La poética del espacio. FCE, México, 1975, 2 ed.
- Bachelard, Gaston, Psicoanálisis del fuego. Alianza, Madrid, 1966.
Relaciones geográficas