Las escuelas y autores presocráticos suelen clasificarse atendiendo a diversos criterios. En primer lugar se suelen tener en cuenta dos grandes líneas de pensamiento de los primeros pensadores que se relacionan con el diverso origen geográfico: los filósofos de Jonia (los de la escuela de Mileto y Heráclito), y los itálicos o filósofos de la Magna Grecia (principalmente Pitágoras -que, aunque nació en Samos (Jonia), se trasladó a Crotona- y los eleatas). Estos dos orígenes marcan también dos tendencias o dos tradiciones distintas: los primeros son, en general, más naturalistas, es decir, más preocupados por el estudio de la φύσις (physis o naturaleza) entendida desde la perspectiva de sus constituyentes materiales, mientras que los segundos son más especulativos y se ocupan de la physis desde una perspectiva más formal (los números en el caso de los pitagóricos) u ontológica (Parménides). También se ha señalado que sus referencias al pensamiento mítico anterior es distinto. Mientras los jónicos (en especial, los milesios) estarían más vinculados a la tradición mitológica olímpica, los itálicos estarían más relacionados con las corrientes mistéricas, como el orfismo o con las cosmogonías y teogonías rapsódicas de autores como Ferécides de Siro. Pero estas clasificaciones admiten muchos matices, ya que autores como Heráclito o Jenófanes son difícilmente clasificables en este grupo. Por otra parte, y aunque se sigue considerando, en general, a Tales como el fundador de la filosofía, no puede dejarse de lado el papel racionalizador de los mitos de autores anteriores, como Homero o Hesíodo.
Otro criterio que se ha propuesto divide a los presocráticos entre naturalistas (o físicos) y antropólogos. A su vez, los primeros se dividirían entre monistas (milesios, pitagóricos, Heráclito y los eleatas) y pluralistas (Empédocles, Anaxágoras y los atomistas) según acepten un único ἀρχή (arkhé) o una pluralidad de principios explicativos. Entre los naturalistas estarían todos los primeros presocráticos, hasta los sofistas, que encarnarían el grupo de los pensadores marcados por un giro antropológico.
Mientras los primeros se habrían ocupado fundamentalmente de la physis, los segundos tratarían especialmente de los problemas relacionados con el hombre y la polis. Además, algunos autores tardíos, contemporáneos de Sócrates, pero ajenos al cambio conceptual operado por éste, habrían intentado retomar la tradición física milesia y elaborar una naturalismo ecléctico que sintetizase las especulaciones acerca de un único arkhé con las tradiciones pitagóricas y con el pensamiento de Anaxágoras. Entre estos autores destacaría Diógenes de Apolonia.
Pero mejor que estas clasificaciones es abordar el estudio del pensamiento presocrático (que da por supuesto que el pensamiento de Sócrates es el que marca una gran inflexión conceptual) desde una perspectiva cronológica. Desde este punto de vista señalamos que el origen de este pensamiento se situó en las colonias griegas de las costas de Asia Menor, en la región conocida como Jonia, y en la Magna Grecia (sur de la actual Italia).
El primer movimiento filosófico conocido es el representado por los milesios o miembros de la llamada Escuela de Mileto, formada por Tales, Anaximandro y Anaxímenes. Dichos autores (bajo una fuerte influencia del pensamiento matemático) formularon una de las bases del pensamiento racional del que es heredera la cultura occidental: la reducción de la diversidad y multiplicidad de la realidad, tal como es captada por los sentidos, a un único principio explicativo o ἀρχή (arkhé) que es pensado por la razón. Además, prescindieron de la noción mítica de una realidad regulada por la libre y arbitraria voluntad de los dioses, y consideraron que lo existente está regulado por necesidad. Por ello es posible conocer lo real, ya que en caso de depender de la arbitrariedad de lo sobrenatural no tendría sentido la investigación de la naturaleza. Destaca la concepción ya altamente abstracta del ἄπειρον (ápeiron) de Anaximandro (ver texto ) y el intento de Anaxímenes de reducir las diferencias cualitativas (caliente, frío, seco, húmedo...) a diferencias cuantitativas (capaces de ser expresadas matemáticamente). De esta manera crean las bases de la investigación racional, tanto filosófica como científica, y engendran la posibilidad de concebir lo existente como un ϰόσμος (cosmos, término que significa orden), es decir, como una totalidad ordenada que puede ser aprehendida racionalmente.
La siguiente escuela filosófica fue la fundada por Pitágoras de Samos (isla griega situada también en las costas de Jonia), que se trasladó a la ciudad de Crotona, colonia griega de origen jonio situada al sur de la actual península italiana. Allí se rodeó de discípulos que siguieron sus enseñanzas y las desarrollaron originando el pitagorismo, una de las escuelas de pensamiento más influyentes y cuyos desarrollos más importantes son posteriores a la época del propio Pitágoras. Estas dos primeras escuelas situadas en dos regiones geográficas distintas (aunque ambas iniciadas originariamente en Jonia) marcaron dos tendencias fundamentales: la de Mileto siguió más bien una tendencia cosmológica y física; la pitagórica se inclinó más hacia el misticismo y hacia preocupaciones de índole matemática, política y religiosa.
Heráclito de Éfeso (ciudad jónica) es una figura aparte, un autor cuya obra enigmática y altamente especulativa no creó escuela en su época, aunque influyó decisivamente en Platón y en los posteriores filósofos estoicos. Para él, el arkhé (ἀρχή) explicativo de la physis (φύσις) es el fuego. Pero entendido más en sentido figurado, como expresión del continuo cambio, y como expresión del λόγος (logos). En Heráclito lo existente, que es concebido como una unidad de contrarios, aparece aprehensible bajo una auténtica ley, que es la que expresa la noción del fuego que, aunque continuamente cambiante, está regido por la ley del logos (ver textos ).
Jenófanes, aunque originario de Colofón (ciudad jónica), se instaló, al igual que los pitagóricos, en la Magna Grecia. Siguiendo algunas orientaciones de este pensador surgió la escuela eleática o escuela de Elea (ciudad de la Magna Grecia), cuyos representantes fundamentales (Parménides de Elea, Zenón de Elea y Meliso de Samos) desarrollaron un vigoroso pensamiento, en parte contrapuesto al de Heráclito, y en pugna con algunas tesis pitagóricas, que también incidiría directamente en Platón. Mientras Jenófanes destaca por su abierta crítica al antropomorfismo de las creencias religiosas, Parménides destaca por llevar el pensamiento filosófico al terreno plenamente ontológico. Con ello Parménides radicaliza la oposición entre lo fenoménico, captado por los sentidos (múltiple, diverso y cambiante) y lo pensado por la razón ( ver texto ). Si nos situamos en el terreno ontológico plenamente abstracto se manifiesta que las cosas no son tal como nos las muestran los sentidos. Pero el carácter todavía poco desarrollado de este pensamiento indujo a Parménides a magnificar el pensamiento que nos ofrece la razón, opuesto a los datos sensoriales, para llegar incluso a negar valor alguno a éstos. No obstante, el discurso parmenídeo sobre el ser creó las bases del pensamiento deductivo, y formuló implícitamente los principios lógicos.
Para afrontar el reto lanzado por los eleatas, de cuyo pensamiento parecía derivarse la imposibilidad de entender racionalmente la realidad fenoménica y el proceso del cambio, surgieron otros pensadores, como Empédocles de Agrigento y Anaxágoras de Clazomenes (primero de los filósofos que vivió en Atenas), agrupados bajo el nombre de pluralistas. Otros filósofos pluralistas fueron Autor:Leucipo y Autor:Demócrito de Abdera, fundadores del atomismo. De hecho, Demócrito ya era contemporáneo de Sócrates y de los sofistas, razón por la cual cronológicamente ya no debería situarse entre los presocráticos, aunque se le incluye en ellos porque todavía seguía las directrices generales que marcaron el pensamiento de éstos.
Justamente por el hecho de que los sofistas se preocuparon más bien de problemas antropológicos, morales y políticos (el mismo tipo de problemas que ocuparon a Sócrates, aunque con una orientación bien distinta) y se separaron de la orientación fundamentalmente física y cosmológica del conjunto de los anteriores filósofos (incluido Demócrito), a veces no se clasifican como presocráticos.
A pesar de la simplificación que representa una clasificación general, el conjunto de los presocráticos, aunque les separan entre sí grandes diferencias, comparten muchos rasgos comunes: su preocupación por intentar captar, bajo la diversidad y multiplicidad de todo cuanto se nos ofrece ante nuestros sentidos, un principio explicativo de esta diversidad inteligible sólo por la razón; la preocupación, pues, por el cosmos (orden que rige todo cuanto existe) y la physis. En esta indagación no siguen ya las explicaciones míticas sino que, lejos de considerar que todo cuanto existe esté sometido a la libre y arbitraria voluntad de los dioses, piensan que debe haber algún o algunos principios racionales que actúan necesariamente y cuya regularidad pueda aprehenderse racionalmente. Al considerar esta cierta oposición entre la apariencia (múltiple, diversa y cambiante) que nos ofrecen los sentidos, y una realidad más profunda inteligible sólo por la razón, señalan el tránsito hacia una concepción del conocimiento que no debe basarse en lo particular, que es mutable y diverso, sino en lo universal. La manifestación más clara de esta oposición nos la ofrece el hecho mismo de que todas las cosas que se nos aparecen están sometidas al cambio o devenir, mientras que el conocimiento aspira a captar lo universal e inmutable. De ahí que uno de los problemas fundamentales a los que se enfrentaron fue el de estudiar este proceso del devenir: bien sea para afirmar que todo es un perpetuo cambio (Heráclito), bien sea para considerar que lo que es no puede admitir mutación, ya que cambiar es dejar de ser para llegar a ser, lo que es impensable (Parménides), o bien sea para afirmar una pluralidad de sustancias cuya combinación, regida por fuerzas de atracción y repulsión (Empédocles), por un νοῦς (el noûs de Anaxágoras), o sometidas al azar y la necesidad (los atomistas), engendra todo cuanto existe. Puesto que bajo la apariencia de la diversidad que nos ofrecen los sentidos se esconde algún principio explicativo unificador racional, los primeros presocráticos intentaron hallarlo. Esta búsqueda de un ἀρχή (arkhé) o «principio», es la que guió a los filósofos de Mileto, que lo creyeron encontrar en el agua (Tales), en el ἄπειρον (ápeiron) o indeterminado (Anaximandro) o en el aire (Anaxímenes). Con ello iniciaban una investigación de la naturaleza de índole «material» (aunque este término no es muy adecuado, ya que la noción de lo material no existía en aquella época, y mucho menos como opuesta a algo «espiritual»). Los pitagóricos, en cambio, al intentar hallar un principio ordenador, que creyeron encontrar en el número, o en la oposición entre el límite y lo ilimitado, enfocaron la investigación desde un punto de vista formal. Las fuerzas de atracción (amor) y repulsión (odio o discordia) de las que hablaba Empédocles, pueden considerarse como la manifestación de una investigación que comenzaba a indagar causas eficientes, mientras que la idea de Anaxágoras, según la cual todo estaría dirigido a una finalidad organizada por el νοῦς, incorpora una perspectiva finalista o teleológica que sería rechazada por los atomistas.
De esta manera, el conjunto del pensamiento presocrático engendró las bases de todo el ulterior desarrollo de la filosofía y de la ciencia. La preocupación por la physis, la indagación del ser, del devenir y del tiempo; la distinción entre apariencia sensorial y una realidad meramente inteligible, así como una inicial preocupación por temas morales (no tan desarrollada como las otras indagaciones, pero presente también entre los presocráticos como, por ejemplo, en Heráclito y los pitagóricos) son el conjunto de aportaciones fundamentales de estos pensadores.
Relaciones geográficas