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(del latín desiderium, deseo de lo bueno que falta)

Tendencia consciente hacia un objeto previamente conocido como bueno. En la historia de la filosofía, se le considera tradicionalmente como el exponente de la parte irracional del hombre, o de sus tendencias irracionales, sobre la que ha de dominar siempre la racionalidad, o también como la expresión de la inquietud permanente del alma humana. Pero en algunos sistemas de filosofía se concibe el deseo, no ya como mera carencia y peligro para la racionalidad, sino en sentido positivo, como manifestación del ser humano más integral que la mera racionalidad.

Platón

Entre los exponentes de la primera tendencia, Platón, cuya división tripartita del alma se orienta a hacer inteligibles las tendencias contrapuestas de un espíritu humano complejo, supedita en una jerarquía ascendente el deseo (ὲπιτιμία, epitimía) al sentimiento (θυμός, thymós) y éste a la razón (λογισμός, logismós).En el alma humana, igual que en la ciudad justa, la razón ha de dominar sobre los deseos; el deseo que surge de la parte concupiscible del alma puede tender a lo bueno y a lo malo, por esto necesita de la moderación o la templanza que le impone la razón (ver cita y texto más amplio ). La inquietud radical del ser humano la ejemplifica Platón con el mito del nacimiento de Eros, al que define como «carencia» y «deseo de lo que es bueno y nos hace felices».

Epicureísmo y estoicismo son muestras de las soluciones que las escuelas filosóficas antiguas aportan ante la perturbación del ánimo que el deseo representa. Para los estoicos el deseo es una de las pasiones del alma y, como tal, apetito irracional, que se domina viviendo de acuerdo con la naturaleza; para los epicúreos, el deseo, ansia desmesurada de placer, se modera mediante un cálculo racional de los placeres (ver cita).

La mayor parte de la tradición occidental que sigue el dualismo platónico ve en la contraposición entre deseo y razón, la voluntad o el libre albedrío, esto es, la expresión misma del sentido de la ética, entendida como dominio de las tendencias capaces de orientarse al bien o al mal, por el buen o mal uso de la libertad y la razón humanas.

Aristóteles, que mantiene algunos de los planteamientos platónicos, integra de alguna manera el deseo en la racionalidad. El alma es única, si bien hay en ella diferentes funciones y, por lo mismo, diferentes facultades; la facultad responsable del movimiento es la «parte desiderativa» y ésta comprende tanto a la racionalidad (entendimiento práctico) como a la irracionalidad (los apetitos) (ver texto ). No sólo explica esta composición que la razón pueda moderar los deseos, sino que sugiere también que la mente desea, e incluso que el deseo entra en la constitución misma del hombre, al que Aristóteles llama «inteligencia deseosa» (ver cita).

Es Spinoza, sin embargo, el filósofo que mayor sentido positivo da al deseo: «no es otra cosa que la esencia misma del hombre». El deseo no es más que el esfuerzo (conatus) de alma y cuerpo por perseverar en el propio ser, por «vivir felizmente» (ver texto y ver cita).

En la Crítica de la razón práctica, Kant define el deseo como «la facultad de desear como facultad de ser, por medio de sus representaciones, causa de la realidad de los objetos de esas representaciones»,superando de este modo el dualismo cartesiano que concebía el deseo como una de las pasiones. Esta definición de Kant fue criticada y malinterpretada (ver texto ), pero, aunque es cierto que hay deseos imposibles de realizar, incluso en este caso la representación de la causalidad subsiste en el deseo, pero contrarrestada por otra causalidad. La facultad de desear es concebida por Kant como propia del ámbito del obrar, y señala los aspectos que mantiene en común con la voluntad.

Ernst Bloch sitúa el análisis del deseo, juntamente con las nociones de «esperanza» y de lo «todavía no» en el centro de sus filosofía y, siguiendo las tesis fundamentales del marxismo, interpreta su noción desde la perspectiva general del materialismo histórico, señalando los aspectos que lo condicionan social e históricamente (ver texto ).

Para Freud el deseo es expresión de la esencia del hombre: en este caso, del inconsciente del hombre, a cuyo conocimiento llega el psicoanálisis a través de la interpretación de los sueños, que define como realización de deseos reprimidos por el inconsciente (ver texto ).

G. Deleuze

Por su parte, Deleuze y Guattari critican los aspectos del psicoanálisis que, según ellos, todavía muestran un modelo familiarista tradicional (cosa que se manifiesta en la misma importancia otorgada al complejo de Edipo), y al que conciben como incapaz de comprender la realidad del deseo individual, multiforme, creador e imposible de canalizar (ver texto ). La noción freudiana de complejo de Edipo supone una concepción del deseo entendido como negatividad, de manera que todo deseo ulterior será concebido en el psicoanálisis, como una repetición imperfecta de aquel primer deseo originario.

En contra de ello, Deleuze y Guattari sustentan el carácter plenamente afirmativo del deseo, y señalan que las repeticiones no son reproducción de ninguna relación originaria fundante: no hay repetición de un primer término. Por ello, a diferencia de los análisis clásicos que insisten en la relación del deseo con la carencia (interpretación que da Platón en El Banquete y Freud en el complejo de Edipo), Deleuze lo presenta como orientado, de hecho, hacia la producción y la articulación de soluciones inéditas: desear es transgredir las normas y hacer aflorar flujos profundos. En Mil mesetas (1980, también editado como segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia), se prolonga esta concepción del deseo y de la máquina de desear hacia sus consecuencias políticas (ver texto 1 , texto 2 y texto 3 ).