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Lo contrario de la conciencia. En general, aquella parte de la vida psíquica de la que no se tiene conciencia, al menos en el momento presente, pero que muestra signos de su presencia a través de manifestaciones diversas. Aunque distinto de la conciencia, el inconsciente también se concibe como capaz de deseos, temores y voliciones.

Se ha considerado que la doctrina de Plotino acerca del alma del mundo es un precedente remoto de la noción de inconsciente, aunque más bien es la doctrina del inconsciente colectivo de Jung la que se acerca a las tesis plotinianas. De hecho en la historia de la filosofía la noción de inconsciente se remonta a algunos filósofos racionalistas, como Leibniz, por ejemplo, que lo concibe como un límite de la conciencia en la que se producen representaciones oscuras o muy débiles. También Schelling acepta la existencia del inconsciente, y algunos filósofos irracionalistas, como Ludwig Klages, lo consideran como una especie de doble de la conciencia, pero fuera de todo control por parte del yo, y, en el contexto de una oposición entre espíritu y vida, reivindican su papel frente a la tiranía de la conciencia. Estas concepciones parten de una previa caracterización de la conciencia entendida como un lugar o un depósito de los actos psíquicos. En cambio, otros filósofos que han tratado la noción del inconsciente como una virtualidad de la conciencia, parten de una previa consideración de ésta como de una mera forma transitoria de objetivación de los datos del mundo. Desde esta perspectiva Bergson trata el inconsciente como una forma de la memoria no actual, sino virtual, que siempre se conserva. Otro autor que ha tratado de manera específica el tema del inconsciente desde una perspectiva filosófica es Eduard von Hartmann, creador de la llamada «filosofía del inconsciente».

La noción de inconsciente comienza a adquirir relevancia en la psicología de finales del siglo XIX, y arranca de la noción de umbral de la conciencia elaborada primeramente por J.F. Herbart en su oposición a la doctrina kantiana del yo trascendental. Posteriormente, y ya en el ámbito pleno de la psicofísica, E.H. Weber y Th. Fechner elaboraron de manera más precisa la noción de umbrales de la sensación (ver ley de Weber-Fechner) y señalaron que una gran parte de la vida psíquica es de naturaleza inconsciente. Por su parte, Hermann von Helmholtz desarrolló su doctrina de la inferencia inconsciente según la cual las percepciones proceden de inferencias basadas en los datos que pueden suministrar los sentidos, sin necesidad de intervención de la conciencia. De esta manera, según él, las inferencias no requieren la participación de la conciencia, lo que fue visto como un ataque a los fundamentos mismos de la capacidad de juzgar, considerada generalmente como necesitada de la concurrencia de la conciencia.

Sigmund Freud

Pero la plena importancia del inconsciente aparece con el psicoanálisis de Freud. Dicho autor (que tuvo en consideración los precedentes de autores como Charcot, Ribot o Janet que habían estudiado el inconsciente en relación con la hipnosis) distingue tres niveles de la actividad psíquica: el consciente, el preconsciente y el inconsciente. Mientras el preconsciente (que pertenece al yo) está constituido por los contenidos psíquicos que son solamente inconscientes de manera latente y que son susceptibles de ser conscientes, el inconsciente (un sistema -al que llama sistema Inc- más bien propio del ello) alberga los deseos y pulsiones reprimidos o censurados que no afloran a la conciencia y que son atemporales, es decir, no sujetos a las categorías habituales del tiempo. Los contenidos del preconsciente pueden estar disponibles para la conciencia, mientras que los del inconsciente nunca pueden llegar a aflorar a este nivel.

En una primera etapa (anterior a 1923) Freud coloca en el inconsciente los deseos reprimidos, que son la expresión psíquica de excitaciones somáticas o pulsiones, generalmente constituidos por deseos infantiles censurados o reprimidos, que tienden a ejercer una fuerte presión sobre la conciencia, pero que solamente pueden manifestarse a través de mecanismos como los del desplazamioento o de la condensación. La energía del inconsciente está regida por el principio del placer, que se opone al principio de realidad, y sus manifestaciones más destacables son los sueños y los actos fallidos. A partir de 1923 Freud distinguió tres instancias formadoras de la personalidad: el ello (o id), el superyo (o super ego) y el yo (o ego). El ello o id representa las tendencias inconscientes e instintivas, regulado por el mencionado principio del placer, pero no se confunde con todo el inconsciente, que abraza también algunos aspectos del propio yo y del superyo.

Jung modificó las tesis freudianas y destacó el papel de lo que él llamó el inconsciente colectivo, que generalizaba la concepción freudiana del ello y se abría a una interpretación de índole más mística. Más recientemente J. Lacan ha proseguido el psicoanálisis freudiano pero ha reformulado la noción de inconsciente que, según él, está estructurado como un lenguaje, cuyos significantes constituyen el sujeto.

Fuera del campo psicoanalítico, la psicología contemporánea solamente tiende a valorar el inconsciente como lo no-consciente, es decir, no como una instancia propia, sino solamente como el conjunto de procesos que no requieren la intervención de la conciencia ni de la intencionalidad. En este sentido se considera el inconsciente como el conjunto de actos efectuados por el cerebro (o por otras máquinas, en el caso de los defensores de la Inteligencia Artificial) que se limitan a procesar información (en un sentido que recuerda las tesis de von Helmholtz y su doctrina de la inferencia inconsciente), acción que es esencial a todo procesamiento de información, aunque por sí mismos no son todavía capaces de intelección o volición.