Kant: el deseo

Extractos de obras

Con motivo de un procedimiento semejante (Crítica de la razón práctica, Prólogo) se me ha dirigido una crítica, y se ha censurado la definición de la facultad de desear como facultad de ser, por medio de sus representaciones, causa de la realidad de los objetos de esas representaciones, pues entonces los meros anhelos serían también deseos, constándole, sin embargo, a cada cual que, por medio de aquellos solos, no puede realizar su objeto. Pero esto no demuestra nada más sino que hay también deseos en el hombre por los cuales éste se pone en contradicción consigo mismo, en tanto que trata de conseguir la realización del objeto por medio de su representación sola, sin poder, empero, esperar de ella éxito alguno, pues tiene la consciencia de que sus fuerzas mecánicas (si debo llamar así las no psicológicas), que deben ser determinadas por aquella representación para realizar el objeto (mediatamente, por tanto), no son suficientes para ello, o tropiezan con algún imposible, como, verbigracia, hacer que lo ya ocurrido no haya ocurrido (O mihi prœteritos..., etc.). o como también, en el caso de la impaciente espera, poder aniquilar el espacio de tiempo hasta el momento deseado. Si bien en semejantes fantásticos deseos somos conscientes de la insuficiencia de nuestras representaciones (o de su total incapacidad) para ser causa de sus objetos, sin embargo, la relación de las mismas como causa, y, por tanto, la representación de su causalidad, es contenida en cada anhelo, y visible particularmente cuando éste es una pasión, un deseo ardiente. Pues éstos, ensanchando el corazón, constriñéndolo y agotando de ese modo las fuerzas, demuestran que éstas son repetidamente puestas en tensión por representaciones, haciendo, sin embargo, que el alma. en consideración a la imposibilidad se suma, sin cesar, en cansancio Las oraciones mismas para prevenir grandes y, al parecer, inevitables calamidades, y otros varios medios supersticiosos para conseguir de un modo natural fines imposibles, demuestran la relación causal de las representaciones con sus objetos: relación que ni siquiera por la consciencia de su insuficiencia para efectuarse puede ser excluida del deseo. Ahora bien, ¿por qué en nuestra naturaleza ha sido puesta la inclinación a deseos conscientemente vacíos? Esta es una cuestión antropológico-teológica. Parece que si no debiéramos determinarnos a la aplicación de la fuerza hasta estar seguros de la eficacidad de nuestra facultad para la realización de un objeto, aquella fuerza permanecería en gran parte sin empleo. Así, ordinariamente, vamos conociendo nuestras facultades sólo conforme las vamos ensayando. Esa ilusión de los anhelos vacíos es, pues, tan sólo la consecuencia de una bienhechora organización de nuestra naturaleza.

Crítica del juicio, Introducción, III, nota 1. (Espasa Calpe, Madrid 1981, p.76-77).