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También llamada causación, es la relación que se establece entre la causa y el efecto, por la que se supone que, si la causa está presente, el efecto seguirá con toda certeza. Con todo, esta relación se ha explicado y entendido de diversas maneras a lo largo de la historia del pensamiento. Cuando se ha recurrido a la lógica para exponer esta relación, se ha entendido de dos maneras: como condición suficiente, expresándola (llamando C a la causa y E al efecto) mediante un condicional: «si C, entonces siempre E», o bien, con mayor rigor, como condición necesaria y suficiente: «si ocurre C, entonces y sólo entonces E es siempre producido por él» (Mario Bunge). De estas interpretaciones lógicas ha surgido la idea de que la conexión causal, o la relación que existe entre causa (C) y efecto (E), es una clase de necesidad lógica, que hay que entender como «si C, necesariamente E». Esta necesidad es exactamente lo que David Hume rechazó en su crítica al concepto de causa.

David Hume

Hume sostuvo que a toda idea ha de corresponderle, en última instancia, una impresión sensible. Según Hume, 1) vemos C y E como dos cosas o impresiones distintas, y vemos además 2) que C es anterior a E, y que 3) C y E deben ser espacialmente contiguos, y vemos, por último, que 4) cuando ocurre C también ocurre E. Pero no vemos, en modo alguno 5) que, si E ocurre, necesariamente ocurre también C. La necesidad -la conexión necesaria- no es un dato de la experiencia: no es más que una creencia derivada de la costumbre de observar la conjunción constante de C con E (esto es, los puntos 1,2,3 y 4); la costumbre suscita una asociación de ideas entre los diversos tipos de C y de E: siempre que veamos cosas parecidas a C esperaremos cosas parecidas a E. Y de aquí surge nuestra convicción de que «siempre que C, E»; esto es, la noción de causa por asociación de ideas. Esta noción no proviene de la experiencia, sostiene Hume, ni proviene tampoco del análisis de las ideas (no es una relación de ideas, aunque sí una asociación de ideas); no puede tener más que un origen psicológico (la asociación de ideas y la costumbre) y en sí misma no es más que una «creencia», tan irracional, tan sin justificar racionalmente, como los sentimientos de amor y de odio. Más tarde, la psicología llamará a una clase semejante de asociación reflejo condicionado.

La crítica de Hume a la idea de causa tiene el valor, todavía apreciable, de haber puesto de relieve que la idea de causa 1) no es una relación que percibamos por los sentidos, sino que se trata de 2) una relación universal, y que 3) no supone ninguna necesidad lógica. Efectivamente, decir que A es causa de B es decir mucho más de lo que estrictamente percibimos. La relación que se establece entre A y B vale para todos los casos de A y todos los casos de B. Pero nunca diremos que A necesita B igual como un triángulo necesita tener tres lados. Pero Hume no fundamentó de manera suficiente el uso que hacemos de las causas, en la vida práctica y en la actividad teórica, y el sentido de necesidad que establecemos entre C y E (ver cita). El problema persiste cuando se trata de interpretar y explicar qué clase de necesidad «física» puede significar la relación de causa y efecto.

La afirmación de que «causa» es algo simplemente mental, pero al mismo tiempo un concepto necesario para la interpretación de la naturaleza, le suscitó a Kant la pregunta de cuáles son los conceptos que, no pudiendo proceder de la experiencia (a priori), son no obstante necesarios para pensar la experiencia (ver texto ). De este planteamiento general, surgió la doctrina de las categorías. En concreto, la causalidad es una de la categorías de relación, cuya función es configurar o hacer posible, en principio, la experiencia: algo es fenómeno, esto es, un dato de la experiencia objetiva, porque es conocido de acuerdo con la ley (trascendental) de causa y efecto. El entendimiento exige que los fenómenos de la experiencia acontezcan según «reglas». La causalidad -«todo cambio tiene una causa»- es precisamente la regla, denominada por Kant «principio sintético a priori del entendimiento» y también «analogía de la experiencia objetiva», que requiere que todo fenómeno -todo cambio en las cosas- suceda «según la ley de enlace de causas y efectos» (ver texto ). Sin el apriori de «causa» es imposible hacer ciencia.

Para Hume, la causalidad no es algo que la mente descubra en la experiencia y, por lo mismo, se imponga a la mente, sino más bien una imposición de la mente que no puede menos que traducir en una asociación de ideas las experiencias repetitivas de los fenómenos. Kant, que está de acuerdo con Hume en que la causalidad no es nada que pueda proceder de la experiencia, disiente de él en cuanto la considera como un principio (sintético a priori) del entendimiento, sin el cual no sólo sería imposible entender nada proveniente de la experiencia, sino que ni siquiera podría haber experiencia. La causalidad es, por tanto, necesaria. Kant mantuvo el carácter de necesidad del principio de causalidad porque los principios físicos de Newton, verdaderas leyes causales de la naturaleza, requerían un fundamento mucho más sólido que el que les prestaba la crítica de Hume. Las leyes de la naturaleza las consideramos(de hecho) necesarias y universales; Kant justifica el fundamento (de derecho) de dicha universalidad y necesidad. Después de él, las principales descripciones de la causalidad se han hecho, en ámbitos empiristas, en términos de regularidades de la naturaleza que se explican mediante leyes; pero se entiende que las leyes científicas no forzosamente han de ser leyes causales, y aun el nexo causal que se establece entre estas últimas no se explica como una necesidad intrínseca, perteneciente a la naturaleza de la causa y el efecto y de su relación; más bien se explica como enunciados universales en forma de condicional universal (ver texto ), al cual se atribuye una descripción suficiente de lo que suele entenderse como conexión causal. Según Rudolf Carnap, es lo mismo decir «si se dan las condiciones X, mañana se producirá una tormenta en nuestra ciudad» que «si se dan la condiciones X, mañana se producirá necesariamente una tormenta en nuestra ciudad», porque a fin de cuentas el método de verificación y de refutación es el mismo en ambos casos: si al día siguiente se produce la tormenta, ambos enunciados quedan verificados y, si no se produce, ambos enunciados quedan refutados de la misma manera. La única distinción reside en la creencia de que el segundo de los enunciados citados predice la tormenta con un énfasis mayor. No obstante, este enunciado condicional puede también interpretarse de diversas maneras. Según algunos, una ley causal debe entenderse como la condición necesariao el conjunto de condiciones necesarias para la ocurrencia de un suceso; «A es causa de B» significa, por consiguiente, que, si no fuera por A, B no se produciría, o bien que A es la «condición sine qua non de B». Otros prefieren expresar la relación entre la causa y el efecto a la manera de una condición suficiente, en el supuesto de que la única condición necesaria de un fenómeno es al mismo tiempo su condición suficiente. A.J. Ayer entiende la causalidad, en un sentido conciliador, como condición suficiente o necesaria o ambas cosas a la vez.

B. Russell criticó decididamente tanto el concepto de «causa», del que decía que «era deseable su total exclusión del vocabulario filosófico», como el principio de causalidad, del que afirmaba que era «una reliquia del pasado, que sobrevive, como la monarquía, sólo porque se supone erróneamente que no es dañina» (ver referencia). Para el realismo científico, en cambio, las regularidades de la naturaleza se explican por enlaces de necesidad causal de tipo físico entre los fenómenos. Esta postura renueva de alguna manera aquella otra antigua de las «causas ocultas».