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Es la rama de la filosofía que lleva a cabo una reflexión o interpretación de «segundo orden» sobre la ciencia y sus resultados, tomando como objeto de estudio propio los problemas filosóficos (sustantivos y metodológicos) que la ciencia plantea. Si suponemos que toda actividad humana teórica es una reflexión o interpretación de «primer orden», o de primer nivel, esto es, una actividad a través de la cual el hombre toma contacto conceptual con su medio natural y lo interpreta, a la filosofía le toca ser una de las principales actividades, no la única, de «segundo nivel», o de «segundo orden», en el sentido de que toma como objeto de estudio propio todas o parte de aquellas interpretaciones o reflexiones primeras (ver texto ). Así pues, se habla de filosofía de la ciencia cuando la filosofía reflexiona sobre la ciencia y sus resultados. El siguiente cuadro (tomado de J. Losee quien, no obstante, entiende la filosofía de la ciencia en un sentido más restrictivo de lo habitual), expresa las relaciones o niveles que se establecen entre filosofía de la ciencia y ciencia:

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La epistemología, entendida como teoría del conocimiento, ha existido prácticamente siempre a lo largo de toda la historia del pensamiento y, desde ella, se han planteado distintas cuestiones relativas a la naturaleza del conocimiento científico. Y, así, hallamos cuestiones sobre el saber o la naturaleza de la ciencia en la filosofía griega, en especial en Aristóteles; en la filosofía medieval, sobre todo entre los escolásticos G. Grosseteste, R. Bacon y Guillermo de Occam; y en el período moderno, principalmente con ocasión de la aparición de la nueva ciencia, con F. Bacon, Descartes, Newton, Locke, Hume. Kant suele considerarse como el principal punto de inflexión, del que dependerá buena parte de la posterior reflexión sobre la ciencia (a él se atribuye la demarcación o distinción entre filosofía y ciencia, tal como se la entiende en la actualidad, al hacer de la «teoría del conocimiento» el meollo de la filosofía, pasando así ésta a ser el «fundamento» de la ciencia).

La filosofía de la ciencia, en cambio, se enfrenta con el problema de la naturaleza de la ciencia y de los problemas filosóficos que ésta plantea, de una manera que podemos llamar institucionalizada y directa, desde finales del siglo XIX y, sobre todo, a partir del primer tercio del siglo XX, cuando comienza la corriente filosófica denominada «positivismo lógico» protagonizada por el Círculo de Viena y, paralelamente, se asiste a un desarrollo creciente y muy importante de la física teórica (teoría de la relatividad especial y teoría de los quanta). La nueva física no resultaba compatible con las posiciones filosóficas tradicionales sobre la ciencia. Hasta este momento, la física de Newton se contemplaba como un ejemplo ya contrastado de la solidez del empirismo y del inductivismo. Sin embargo, las nuevas teorías físicas de la relatividad especial y la de los quanta vinieron a demostrar que las teorías de Newton no eran más que una buena aproximación a la realidad, pero que, en definitiva, contenían resultados y previsiones inexactos (por ejemplo, cuando se aplica a cuerpos en movimiento a grandes velocidades o al mundo subatómico). La nueva filosofía de la ciencia creyó mejor acercarse de nuevo a la postura de Hume, que defendía para las afirmaciones científicas sólo un valor de probabilidad y, a la vez, criticaba la confianza que la mente humana ponía en la inducción. Si las teorías científicas no podían justificarse simplemente con el recurso a la inducción y a la observación empírica, eran necesarios nuevos planteamientos. Con independencia de estas exigencias, cabe destacar los intentos de renovación, hechos por el neokantismo, de una filosofía de la ciencia inspirada en Kant por obra sobre todo de Ernst Cassirer, que defendía, en sustancia, la importancia y el significado de elementos a priori en la ciencia. A esta corriente se opuso, inicialmente, el positivismo de Ernst Mach, para quien la ciencia no era más que una reflexión sobre hechos recibidos a través de la sensación, y luego el conjunto de tesis sostenidas por el llamado Círculo de Viena, que recibieron, globalmente, el nombre de «empirismo lógico» y «positivismo lógico». El empirismo lógico del Círculo de Viena mantiene tanto el valor del empirismo y el inductivismo como la función de las matemáticas y la lógica en el seno de las teorías científicas. De este Círculo surgió la que ha sido denominada Concepción Heredadade la ciencia (CH), cuyo autor más representativo es Carnap. La CH daba una imagen de la ciencia basada en los siguientes principios:

1) la ciencia es realista (pretende describir el mundo real), existe un criterio definido para diferenciarla de lo que no lo es (demarcación), es acumulativa, de modo que, aun existiendo errores, los conocimientos avanzan y se edifican unos sobre otros y, además, es una (no hay más que una sola ciencia que habla desde diversos aspectos del mundo real);

2) en ella hay que distinguir claramente lo que es observación y lo que es teoría, pero a la vez los términos teóricos deben definirse en términos experimentales o de observación (mediante reglas de correspondencia), siendo ésta, la observación junto con la experimentación, lo que fundamenta y justifica las hipótesis y las teorías;

3) éstas poseen una estructura deductiva (se conciben como sistemas axiomáticos) y se aceptan, rechazan o corrigen de acuerdo con procedimientos de verificación o confirmación, que básicamente consisten en la contrastación de afirmaciones sobre hechos o consecuencias que se deducen de las hipótesis;

4) los términos con que se expresan las teorías (lógicos y matemáticos, teóricos y observacionales) se definen todos cuidadosamente, de modo que todo término esté definido con precisión, y los términos teóricos sean sólo «abreviaturas» de fenómenos observados, con los que se corresponden según una determinada y cuidadosa «interpretación».

En estas teorías, finalmente, hay que distinguir un contexto de justificación y un contexto de descubrimiento, lo que permite considerarlas ya sea sincrónicamente, atendiendo a la fundamentación lógica del resultado científico, ya sea diacrónicamente, atendiendo a los aspectos psicológicos e históricos que han llevado al resultado científico o a la teoría.

Una importancia creciente otorgada al aspecto histórico, junto con un creciente interés y un notable avance en los estudios sobre historia de la ciencia, dio origen a una manera de entender la filosofía de la ciencia, que se caracteriza por considerar que las teorías son resultados de un contexto social, cultural e histórico (contexto de descubrimiento). En esta nueva filosofía de la ciencia, destacan las aportaciones teóricas de Thomas Kuhn, N.R. Hanson, P. Achinstein, Stephen Toulmin e Imre Lakatos. Todos ellos basan sus reflexiones de segundo orden sobre la ciencia en estudios de historia de la ciencia, ajenos o propios. De ellos surge una nueva imagen de la ciencia, cuyas características básicas -más o menos comúnmente compartidas por todos ellos-, suponen:

1) adoptar las ideas de ciencia normaly de revolución en la ciencia, siendo la primera -según expone Kuhn en su Estructura de las revoluciones científicas (1962)- una actividad que intenta «resolver enigmas» dentro de un «paradigma» compartido por la comunidad científica, y la segunda un período de crisis, durante el cual se sustituye un paradigma antiguo por otro nuevo;

2) proceder mediante crisis o revoluciones, con lo que la ciencia no es acumulativa (los problemas nuevos pueden no tener nada que ver con los antiguos o éstos pueden quedar olvidados)

3) atribuir a los diversos cuerpos de conocimiento pertenecientes a diversos períodos la característica de la inconmensurabilidad, lo cual implica que sea difícil o imposible compararlos entre sí;

4) adoptar también cierta postura crítica en lo referente al contexto de justificación, sobre todo en lo tocante al modelo nomológico-deductivo de explicación científica.

Se ha interpretado que esta nueva filosofía de la ciencia, prácticamente iniciada por Kuhn, ha sido como una «rebelión contra el neopositivismo», al entender la ciencia más bien como un proceso dinámico real que tiene aspectos históricos y sociológicos, cuyo sujeto es la comunidad de investigadores (contexto de descubrimiento), y no como una mera construcción lógica de fundamentación y justificación del pensamiento científico (contexto de justificación). En el distanciamiento de la epistemología respecto de las posturas mantenidas por el neopositivismo lógico, ocupan un lugar importante las críticas que Karl R. Popper dirige al positivismo lógico en su Lógica de la investigación científica (1934, 1959), sobre todo en lo tocante al principio de verificación y el enfoque inductivista general de la ciencia.

Las nuevas tendencias epistemológicas provenientes de la sociología del conocimiento y de las ciencias cognitivas añaden nuevos argumentos a la relevancia de cualquier contexto (no sólo los de descubrimiento y justificación), iniciada por el enfoque histórico de la filosofía de la ciencia.

Por otro lado, dentro de una tradición analítica de la filosofía de la ciencia, aunque en contraposición a la concepción heredada, la concepción estructural de la ciencia (de Patrick Suppes, J. Sneed, W. Stegmüller, U. Moulines y otros) representa también una postura integradora de ambos contextos: tiene en cuenta los aspectos pragmáticos de las teorías y la presencia de la comunidad científica, sostiene básicamente que las teorías científicas son estructuras complejas (idea ya mantenida por Kuhn) y, ante las dificultades de considerar las teorías como cálculos formales, intenta una axiomatización informal de las mismas. Emparentada con esta última orientación, se halla la concepción semántica de la ciencia (propuesta sobre todo por Frederick Suppe, Van Fraassen y Ronald Giere, siguiendo los estudios iniciales de E. B. Beth) que, además de considerar las teorías científicas como estructuras y considerarlas como conjuntos de modelos, exige como parte constitutiva de la misma que contenga afirmaciones respecto a la verdad de tales modelos (verdad que debe entenderse en consonancia con su realismo científico, que denominan empirismo constructivo).

A mediados de los años sesenta, se añaden tras alternativas a la concepción heredada de la ciencia, debidas a la discusión entre partidarios de Popper y seguidores de Kuhn, y a las variaciones que introducen en las posturas iniciales de estos autores. Imre Lakatos introduce el término de «programa de investigación» -una reelaboración de la noción de paradigma de Kuhn- y destaca asimismo la dimensión social de la ciencia. Paul K. Feyerabend, que inicialmente había colaborado con Popper, adopta un punto de vista anárquico y provocador en su manera de entender la ciencia, criticando sobre todo la asunción de un determinado método científico. Larrry Laudan considera aún rígidos los criterios de Kuhn y Lakatos y no muy adecuados los de Popper, e introduce, como remedio, la teoría de las «tradiciones de investigación».

Entre los autores pertenecientes al ámbito de la sociología del conocimiento se ha puesto de relieve el aspecto dinámico de la ciencia, hasta el punto de no considerarla más que un constructo social, perspectiva que suele rechazar la mayoría de estudiosos de filosofía de la ciencia.


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Relaciones geográficas

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