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(del griego νόμος, nomos, que originariamente se relacionaba con németai, algo que es repartido o distribuido equitativamente, y que presupone un sujeto que reparte o distribuye)

Primitivamente, significaba reparto equitativo. Posteriormente, este término vino a significar ley, usos, costumbres o normas, dispensadas a partir de alguna entidad (que puede ser cada pueblo, el estado o los dioses) que las legitima o les confiere sentido.

La reflexión sobre el origen y el fundamento de las leyes y normas se inició ya desde los orígenes de la filosofía griega. Para Heráclito, por ejemplo, que aceptaba una única fuente dispensadora de sentido (el logos), los nomoi proceden de una única ley eterna. Pero en la época de los sofistas, la noción de nómos se opuso tajantemente a la de physis (φύσις), como lo artificial a lo natural, o como lo que es fruto de una mera convención a lo que es necesario. El significado de artificialidad aplicado al término nómos lo hallamos ya en Empédocles y Demócrito, para quien las cualidades sensibles existen sólo en el nómos. Pero para los sofistas, especialmente Antifonte, Hipias y Gorgias, este término no designa simplemente lo artificial, sino las leyes, las costumbres y las normas. De manera que la oposición entre nómos y physis ya no es la mera oposición general entre lo artificial y lo natural, como en Demócrito o Empédocles, sino que se refiere a la oposición entre lo que es por convención, en la esfera de lo político, de lo social y de lo legal, y lo que es propiamente natural. Por νόμος entendían fundamentalmente:

a) los usos y costumbres basados en creencias tradicionales y convencionales sobre lo que es justo, y

b) las leyes aprobadas, que elevan aquellos usos y costumbres a la categoría de obligaciones, vigiladas por la autoridad del Estado. De esta manera, señalaban que el origen y el fundamento de toda ley no era más que una serie de costumbres o usos originados por mera convención, o por la conveniencia de grupos sociales que se habían impuesto sobre los demás. (Concepción que enlazaba con la del contrato social como origen de la sociedad).

Para los sofistas mencionados, y especialmente para Trasímaco, Calicles y Antifonte, el nómos tiraniza al hombre y, muchas veces, le obliga a actuar contra la naturaleza (contra la physis), de los otros hombres y contra la propia naturaleza. Al nómos o leyes convencionales oponen el único derecho verdadero, el que tiene como fundamento la propia naturaleza. No obstante, no todos los sofistas estaban en contra de la aceptación y legitimación del nómos pues Protágoras y Critias, por ejemplo, sustentaban una concepción del progreso de la humanidad basada en la necesidad de las leyes para sacar a la humanidad primitiva de la barbarie y convertirla en civilizada.

Sócrates y Platón, en cambio, vuelven a considerar la existencia de una fundamentación de las leyes, más allá de la mera convención. Platón considera que, si bien es cierto que las leyes son producto de la mente humana, también la misma physis, en cuanto producto del demiurgo divino, tiene su fundamento en un «dispensador» y, por tanto, sigue teniendo carácter de nómos. A partir de Aristóteles se vuelve a considerar la diferencia entre el derecho de origen natural y el derecho positivo o instituido por el hombre, y se señala que éste no debe atentar contra aquél. Posteriormente la tradición iusnaturalista insistirá en el fundamento natural de las leyes.