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Nacimiento:ca. 1 enero 485en AbderaMuerte:1 enero 411en Sicilia

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Filósofo griego. Nació en Abdera, y fue uno de los principales exponente del movimiento sofista. Enseñó en diversas ciudades griegas, especialmente en Atenas, ciudad en la que residió bastantes años y en la que trabó amistad con Eurípides y con el gobernante Pericles, quien en el año 440 le encargó la redacción de la constitución de la colonia de Turios (en el sur de Italia).

Probablemente a causa de su amistad con Pericles fue acusado de impiedad por los enemigos de aquél. La acusación se basaba en una sentencia de Protágoras en su obra Sobre los dioses, en la que manifestaba su agnosticismo en la frase siguiente: «de los dioses nada podemos saber. Ni si son, ni si no son, ni cuáles son, pues hay muchas cosas que impiden saberlo: no sólo la oscuridad del problema, sino también la brevedad de la vida». El hecho de señalar como limitación del conocimiento sobre la existencia de los dioses la «oscuridad» del problema, se refiere, probablemente a que se trata de un tema que trasciende los límites de la experiencia, lo que indica que la posición de Protágoras está basada en un cierto empirismo y sensualismo. Ante aquella acusación (precursora de la que sufrió Sócrates) marchó de Atenas hacia Sicilia, viaje durante el que murió al naufragar su embarcación. Sus numerosas obras fueron destruidas en público por parte de sus enemigos y acusadores.

Pericles

De dichas obras sólo se conservan unos pocos fragmentos, por ello, el conocimiento que poseemos de Protágoras nos es suministrado especialmente por Diógenes Laercio y por Platón, autor que, aunque se opuso radicalmente a los sofistas manifestó un gran respeto por Protágoras, al que dedicó un diálogo con este nombre. También aparece en el Teeteto. De entre los libros de Protágoras destacaba su La verdad o Discursos subversivos, de la que procede su más famosa sentencia: «el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto que no son». Esta frase, conocida como el principio del homo mensura, caracteriza el pensamiento de Protágoras, que considera la reflexión sobre el hombre, sobre sus sensaciones y su pensamiento como el núcleo de la filosofía (ver cita). Dicha posición central de la reflexión sobre el hombre y a partir del hombre, está en consonancia con el giro antropológico operado por el movimiento sofista que él contribuyó a crear, ya que el ámbito de sus preocupaciones teóricas era el de la vida social, es decir, la posibilidad de la paideia o educación, la posibilidad de la enseñanza de la areté (ἀρητή) o virtud, el estudio del nomos (νόμος) y el del hombre y sus relaciones con la colectividad o la polis, temas que compartió con los otros sofistas. Esta famosa sentencia se interpreta generalmente como la expresión de un pensamiento fuertemente relativista, ya que, al parecer, Protágoras se refería no al hombre de manera genérica, sino al hombre empírico y particular. Según esto, el hombre es la medida en cuanto que es quien mide o delimita el dominio de lo que aparece a la presencia, que entiende como meramente inmediata, es decir, como mera presencia de las cosas, no de su fundamento. De ahí que, en lugar de indagar por el fundamento de todo ser, se preocupe sólo por lo meramente ente. La verdad (alétheia, ἀλήθεια) no es la cosa tal como aparece, sino su mismo aparecer.

En el pensamiento de Protágoras se observa una fuerte influencia de la filosofía de Heráclito y, al igual que éste, consideraba que todo fluye y nada permanece, de lo que concluía que no existe ninguna verdad absoluta, lo que permitía identificar el ser con la apariencia, o mejor con el mismo aparecer y, por tanto, permitía igualar la episteme con la doxa, que tanto había denigrado Parménides. Así, para Protágoras, cada hombre determina las cosas en su ser a partir de sus particulares y propios estados psíquicos. De donde se deriva un pleno relativismo gnoseológico y la negación de la existencia de una falsedad absoluta. Pero también es la expresión de un pensamiento que, si bien es un relativismo que declara que el hombre es la medida de la verdad, del bien, de la belleza y de lo justo, también rechaza toda pretensión de absoluto. En este sentido aparece como una crítica a todo dogmatismo. Sus tesis tuvieron una gran influencia en los pirrónicos. No obstante, en el terreno de la moral su posición era menos relativista que el ámbito gnoseológico, ya que sustentaba que de dos acciones una es mejor y otra es peor, en función de su utilidad para la vida social.

Protágoras, que se define a sí mismo como un maestro de areté, defendió también la idea de progreso de la humanidad en su obra De la organización primitiva, que trataba del supuesto estado natural e inicial de los hombres. Conocemos sus tesis a través del mito que Platón pone en boca de Protágoras en el diálogo del mismo nombre, y en el que el sofista defiende la posibilidad de enseñar la areté. Según este relato en forma mítica, pero desprovisto de cualquier connotación religiosa (Platón sabe que Protágoras es agnóstico), la virtud política, aunque es en parte innata en los hombres, puede y debe enseñarse. Protágoras defiende simultáneamente esta tesis, pero la compatibiliza con la creencia fundamental de la democracia según la cual, a diferencia de los temas específicamente técnicos (propios de un herrero, de un labrador, de un carpintero, de un médico o de un navegante, por ejemplo), los temas políticos pueden ser puestos a consideración de cualquier hombre. Con ello diferencia entre dos tipos distintos de saberes prácticos. Mientras que los específicamente técnicos proceden, según el mito, de Prometeo, ya desde los inicios mismos de la humanidad; las virtudes políticas (aidós y diké) proceden de Hermes, quien mandado por Zeus las otorgó posteriormente a los hombres que carecían de organización social, razón por la cual sucumbían en una naturaleza hostil ante la mayor fuerza de los animales. De hecho, pues, todos los hombres poseen en mayor o menor medida las virtudes políticas, pero (y esto es lo que destaca el mito), al no ser originarias, pueden perfeccionarse y enseñarse. Se puede exigir competencia técnica a alguien en su oficio, más de lo que se exige en política, aunque no se puede exigir que sepa música a uno que no sea músico. En cambio, se puede exigir a todo hombre que posea virtudes políticas. Pero éstas se enseñan desde la infancia y el Estado mismo, con sus leyes, prosigue esta educación. En relación con esto Protágoras formula una célebre doctrina sobre el castigo: nadie en su sano juicio castiga a un criminal por el crimen que ha cometido (que es irreparable), a menos que actúe por venganza, sino que se castiga, y se debe castigar, para evitar que este mismo hombre u otro en el futuro cometa una acción semejante. El castigo, pues, tiene un carácter ejemplar y busca efectos disuasorios. Pero esto supone la tesis de Protágoras, a saber, que la virtud puede ser enseñada. De esta manera, Protágoras defiende que si bien la naturaleza humana posee la posibilidad del progreso moral, la realización efectiva de éste depende de la educación.

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