Término griego (ἀρητή, areté) que procede del comparativo del adjetivo agathós, «bueno», que a su vez procede de la raíz aga- («lo mejor»), que se apoya en la partícula inseparable «ari-», indicadora de una idea de excelencia, que está en la base de aristos (ἄριστος, el superlativo de distinguido y selecto, que en plural era utilizado para designar la nobleza o aristocracia). Significa, originariamente, «excelencia o perfección de las personas o las cosas». En este sentido, los griegos de la época de Homero y de Hesíodo, y hasta el siglo IV a.C., hablaban de la areté como de una fuerza o una capacidad: el vigor y la salud son la areté del cuerpo, la sagacidad, la inteligencia y la previsión son areté del espíritu. Posteriormente, y debido a la influencia de Aristóteles, este término ha pasado a traducirse habitualmente por virtud.
La areté en Homero va ligada al valor en el combate y a la gloria militar. El hombre que posee areté es aquél que es digno de admiración y honor y, aunque quien poseía areté era agathós (bueno), este concepto carecía todavía de valor moral. En la época de Solón, la areté se vincula con la ley y su cumplimento. Más adelante, vendrá a significar la excelencia o capacidad de cualquier cosa, persona o instrumento, para llevar a cabo la función a la que es destinado. De esta manera, podrá hablarse de la areté de un artesano, como sinónimo de experto en su quehacer. En la época de los sofistas se considerará que para ser un buen ciudadano se requerían aptitudes políticas adecuadas, que ya no son solamente las relacionadas con el combate o con la antigua noción de la época homérica. Por ello, los sofistas se declaran maestros de areté, en el sentido de maestros para la convivencia en la polis,tal como lo pone de manifiesto Platón en el Menón (72a-c). Platón mismo plantea en el Protágoras la cuestión de si es posible enseñar la areté, y sustenta, siguiendo el intelectualismo moral de Sócrates, que puede ser enseñada, si las virtudes tienen algo en común y si son conocimiento. En la República sostendrá que existen tres virtudes fundamentales: la prudencia, la fortaleza y la templanza (que se corresponden con las tres partes del alma), y que la armonía entre ellas engendra la justicia. Por su parte, Aristóteles sustentará que la virtud es un estado del alma distinto, pues, de las pasiones y de las facultades, y se alcanza por medio de la ética, ya que son cuestión de práctica o de hábito (ver justo medio). Para los estoicos la areté, entendida como apatía y autarquía, es el único bien real.