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En su uso general actual, es un término psicológico que expresa alguna disfunción mental que comporta la pérdida del juicio o de la razón. También denota un estado de exaltación o que excede lo ordinario. En este sentido la locura supone algo extraordinario, ligado al arrebato, al furor y al entusiasmo.

En el primer sentido, es decir, en cuanto pérdida de la razón, la locura supone también un proceso de extrañación, de escisión o de alienación y, en este aspecto, el loco es aquél que no es dueño de sí mismo. Entendida así, la locura es la afección de la mente, y el loco es el demente, o aquél que actúa de forma incomprensible. Pero la noción de locura entendida como enfermedad mental es tan ambigua que, en la práctica psicoterapéutica y en las teorías psicopatológicas, ha dejado de usarse. En su lugar, se utiliza el término griego manía, adjetivado. De esta manera se habla de una megalomanía, de manía persecutoria , toxicomanía, monomanía, etc. Además de dejarse de usar por lo infundado de calificar bajo un mismo título las diversas disfunciones mentales, también se ha prescindido de su uso por otras dos razones: por comportar un carácter peyorativo y porque, a partir del psicoanálisis de Freud, la distinción entre locura y salud mental -nociones ambiguas y poco definidas- es difícil de establecer.

Pero, tal como muestra la segunda acepción de este término (ligada a lo extraordinario, a la exaltación, al arrebato, entusiasmo y furor), la noción de locura entendida como enfermedad no es la única posible. De hecho, en la historia de la filosofía se ha considerado desde diversas perspectivas, no todas ellas con connotaciones peyorativas. En primer lugar, se ha hablado de una buena locura, de una locura de origen divino entendida como exaltación que conduce a la creación artística. De esta manera, Platón (Ion 533d, Menón, 98b, Fedro 244a, 240-250) afirma que dicha forma de locura es la base de la creación artística y, especialmente, de la poesía, o la base del impulso amoroso y la tendencia hacia lo bello. En el Fedro, Platón habla de cuatro sentidos de la locura:

1º- la locura profética,

2º- la locura purificadora (base de las purificaciones y de los ritos de iniciación),

3º- la locura poética, fruto de la inspiración de las musas (ver cita), y

4º- la locura amorosa que es propiamente el fundamento del impulso amoroso o impulso de Eros que aspira a la belleza y al auténtico ser. Esta es, según Platón, la cuarta especie de locura: «Cuando un hombre percibe la belleza de aquí abajo y se acuerda de la belleza verdadera, a su alma le crecen alas y desea volar. Pero al advertir su impotencia, eleva como un pájaro los ojos al cielo, deja a un lado las ocupaciones del mundo y ve cómo le llaman insensato». En este caso, se entiende como una posesión de un dios o de un daimon, como el que «hablaba» a Sócrates (ver texto más amplio Fedro, 249-250 ).

También en el sentido de una locura buena pensaba Erasmo al escribir su Encomium moriae o Elogio de la locura, aunque más bien la entendía como simplicidad y amor a la vida. Sin la locura entendida como retorno a la simplicidad no sería posible -afirma Erasmo- pensar de forma sana: quien no sabe tomarse las cosas con un poco de locura, dice, no sabe vivir. De esta manera entiende la locura como un buen sentido común opuesto a las alambicadas concepciones de los teólogos.

La locura también se ha relacionado con el éxtasis místico y con el entusiasmo creador derivado de alguna inspiración. Desde este punto de vista se ha relacionado con el genio. Artaud, Nerval, Van Gogh, Nietzsche o Hölderlin (que justamente escribió Empédocles, o de la locura), son casos paradigmáticos de esta relación. Ya Aristóteles había sustentado que la base de la locura es el exceso de la bilis negra, la misma que, en proporciones adecuadas, está en la raíz de los procesos creativos.

En la época moderna la noción de locura tiende a entenderse en el primero de los sentidos que hemos señalado al comienzo, es decir, como un oscurecimiento de la razón debida a alguna enfermedad. Es desde esta concepción que el término locura se emparenta con la acepción del término alienación, entendido como desdoblamiento del yo o extrañamiento de la personalidad.

Por otra parte, la locura se ha entendido también a veces como procedente de un impulso irracional o desorden de las pasiones. Desde esta perspectiva fue contemplada por los filósofos estoicos, para quienes el ideal del sabio es la apatía o ausencia de pasiones. Esta idea de origen estoico fue retomada por los filósofos del siglo XVII, y la unieron a la noción moderna de las pasiones, de esta manera surgió la idea de ligar la locura a un origen moral. Desde esta perspectiva el loco podía pasar a ser considerado un enfermo moral. La unión de esta perspectiva con la que considera la locura como una enfermedad contraria a la «normalidad» (lo que supone la aceptación previa de una norma y un canon de racionalidad), ha conducido, junto con una politización de la moral, a considerar al loco como un ser asocial. Por ello, en determinadas sociedades altamente represivas, en las que se identifica razón con razón de Estado, se ha considerado como un loco al que se opone a la política del Estado, convirtiendo los manicomios en cárceles políticas. En cuanto que la locura se entienda ligada a los «desórdenes» morales, el loco es considerado no sólo un enfermo, sino un depravado. De ahí arranca una tradición clínica, denunciada por Foucault y Deleuze, que conduce a la instauración de manicomios-cárcel. Según Foucault el gran internamiento de los locos es contemporáneo del racionalismo cartesiano, y es el equivalente a la segregación de los leprosos en la Edad Media. A partir de los inicios de la modernidad, la institución psiquiátrica encierra y aparta a todos aquellos que manifiestan una conducta incompatible con las normas sociales médico-legales. Por ello, a menudo también se encerraba a los inadaptados a la familia, al trabajo, así como a los libertinos y a los vagabundos, junto con todos aquellos cuyo discurso se apartara de las normas consideradas racionales. De su terapia, encaminada a la reinserción social, y generalmente coactiva, se encargan funcionarios representantes del orden: policías, psiquiatras o psicólogos. A pesar de los intentos reformadores de las instituciones psiquiátricas, efectuados a partir del siglo XIX, la tendencia a considerar al loco como un desviado se mantiene a partir de la consideración del punto de vista del orden establecido. En este sentido Foucault y Deleuze denunciarán también la tendencia a la medicalización de toda la sociedad, con lo que su denuncia apunta al control médico-policial de toda la sociedad, que considera unas pautas de conducta como normales y aparta fuera de sí todo cuanto aparezca como diferente. A partir de esta posición cabe más bien considerar la locura como una realidad antropológica, como lo otro de la razón.

En este sentido, cabe entender también el concepto de locura como se entendía en determinadas sociedades primitivas, es decir, como estado que provoca que el sujeto que lo experimenta hable y se comporte de forma no ordinaria, sin que ello implique una connotación peyorativa sino que, incluso al contrario, se afirme que los locos revelan otra verdad, en la medida en que la razón aparece en ellos interrogada por su negación.

Por otra parte, siguiendo a Deleuze y Foucault, si se entiende la locura como forma extrema de la alienación, se puede considerar como un rechazo de las normas sociales «normales», como una protesta inconsciente hacia el discurso normativo. Así, en cuanto que la locura es expresión de un rechazo social, no hay para ella solución puramente psiquiátrica, sino que es preciso un cambio social. Esta es la posición que adoptó el movimiento de la antipsiquiatría.


Bibliografía sobre el concepto

  • Geekie, J., Read, J., El sentido de la locura. La exploración del significado de la esquizofrenia. Herder, Barcelona, 2012.
  • Read, J., Mosher, L., Modelos de locura. .

Relaciones geográficas

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