Según algunos filósofos de la sociedad de los siglos XVII y XVIII, el estado de naturaleza designa el hipotético estado en el que se hallaba la humanidad antes de la existencia de cualquier forma de gobierno o de sociedad civil. Esta situación inicial, no «contaminada» por ninguna institución política, fue especialmente utilizada por los defensores de un contrato social, para determinar las características específicamente naturales de la humanidad y fundamentar sobre ellas las condiciones de legitimidad de la organización social y del poder político. De hecho, estos filósofos seguían la clásica contraposición elaborada por los sofistas entre naturaleza y convención. Los autores en los que este concepto tiene una especial relevancia son: Hobbes, Locke y Rousseau, aunque entienden esta hipotética situación o estado de naturaleza de formas muy diversas.
En De cive, y en el Leviatán, Hobbes sustenta que, en ausencia de instituciones políticas, la humanidad viviría en un estado de guerra civil permanente entre todos los hombres pues, siendo todos iguales, desean lo mismo y luchan entre sí por conseguirlo (ver cita). La característica fundamental del ser humano en el estado de naturaleza es, según Hobbes, el egoísmo (ver cita), y puesto que no está sometido a ninguna clase de constricción legal, se impone el derecho del más fuerte, de forma que todo hombre es un enemigo para cualquier otro: el hombre es un lobo para el hombre (homo homini lupus). Pero, a diferencia de los animales, el hombre está dotado de razón, y en ejercicio de su racionalidad el hombre prefiere garantizar su seguridad aunque para ello tenga que ceder parte de su libertad en una forma de contrato social que otorga el poder al gobernante.
De ahí nace la legitimidad del poder, pero este contrato social puede entenderse de diversas maneras. Si la colectividad cede el poder a un grupo o asamblea, lo único que logra es reducir las pugnas y el estado de enfrentamiento entre los miembros de dicho grupo, en el que se reproduciría la lucha de todos contra todos. Por ello, Hobbes sustenta que solamente el monarca absoluto puede garantizar la administración de las libertades que los súbditos le entregan. En cuanto depositario de los derechos y libertades de la colectividad el monarca está por encima de las leyes que promulga, razón por la cual su poder es absoluto. De esta manera, la hipótesis del estado de naturaleza sirve a Hobbes como legitimación de la monarquía absoluta.
Locke, en cambio, se opone a Hobbes ya que afirma que, aunque en el estado de naturaleza todos los hombres son libres e iguales, no obstante no carecen de ley, ya que están sometidos a la ley natural que, también de manera natural, tiende a ser generalmente respetada. De ahí se infiere que en un estadio inicial de la humanidad la mera ley natural sería suficiente para regular la vida social. Pero, en tanto que la humanidad está dotada de racionalidad y capacidad para el trabajo, genera una producción de bienes que engendran excendentes económicos. Justamente la necesidad de defensa de dichos bienes y excedentes, en definitiva, la necesidad de garantizar la protección de la propiedad es la que genera la necesidad del contrato social y la que legitima el poder político. Además, mientras Hobbes, como teórico del absolutismo, defendía que el gobernante -receptor de los derechos de los súbditos- estaba por encima de la ley, Locke sustenta que la cesión de las libertades y derechos a los gobernantes no ha de ser absoluta, sino que los gobernantes tienen un mandato popular pero están sometidos a las mismas leyes que los gobernados. Precisamente para garantizar un gobierno que no acumule más poder del que puede y debe administrar, Locke aboga por la separación de poderes, y sustentaba también el derecho de rebelión en el caso en que los gobernantes hiciesen un uso ilegítimo de los poderes cedidos.
La perspectiva defendida por Rousseau, preparatoria del pensamiento romántico, es la de una total defensa del estado de naturaleza. En El contrato social, Rousseau sustenta que en el estado de naturaleza, sin ninguna injerencia de la hipocresía generada por la organización política, el hombre sería libre y feliz, y se manifestaría la plena igualdad de todos, ya que por naturaleza todos los hombres son libres e iguales, pero en cambio -dice- por todas partes aparece encadenado. Esta contradicción entre el derecho de la auténtica igualdad y libertad y el encadenamiento al que el hombre se ve sometido es fruto de la organización social, que es la que engendra el mal social, la desigualdad y la pérdida de la libertad; y genera el artificio, la hipocresía y la pérdida de la espontaneidad natural. Por ello, Rousseau sustentaba que el «progreso» material, lejos de conducir por sí mismo al progreso moral y a un aumento de la felicidad, conduce a su contrario. No obstante, en contra de lo que afirmaban sus detractores y caricaturizadores, Rousseau no se limitaba a valorar positivamente el estado de naturaleza, sino que insistía en el carácter ideal de éste. Su pensamiento no se reduce a una mera reivindicación idealizada de un estado primigenio «incontaminado» o a la reivindicación del «buen salvaje» o de una forma de primitivismo, o de una marcha atrás en la historia, sino que propone una auténtica marcha hacia adelante tomando como idea reguladora de la vida social el alcanzar el nivel de igualdad y libertad del hipotético estado de naturaleza.
Desde otra perspectiva Hegel, en el contexto del análisis de la formación de la autoconciencia realizado en la Fenomenología del espíritu, señala el tránsito entre la mera lucha natural por la existencia biológica hacia la lucha espiritual por el reconocimiento. Al igual que el deseo destructor del animal es negado, reprimido y sublimado en el trabajo humano, de la misma manera, el deseo vital que se proyecta hacia el otro como hacia un objeto se niega y se humaniza, transformándose en deseo de ser reconocido por el otro, y en este acto de reconocimiento el hombre deja de estar aislado. Este reconocimiento es el que supera el mero estado de naturaleza. Mientras el ser natural existe solitariamente, el ser espiritual se realiza con el otro (ver cita).
En los albores de la antropología cultural se pensaba en la posibilidad de encontrar y describir culturas primitivas próximas al hipotético estado de naturaleza, pero pronto se vio que tal estado era solamente una mera ficción, pues incluso las sociedades más «primitivas» están organizadas y, a menudo, bajo estructuras altamente complejas. Por otra parte, la consideración de este hipotético estado de naturaleza presupone considerar una única esencia natural humana que podría existir independientemente de sus relaciones sociales, lo que no es posible, ya que incluso desde el mismo punto de vista de la naturaleza el hombre es un ser social y, por tanto, todas sus relaciones están mediatizadas por estructuras y relaciones sociales. Desde esta posición Marx se manifestó en contra de la hipótesis de este estado natural idealizado.