Frase de Plauto que significa que el hombre es un lobo para el hombre. Pero dicha frase se ha hecho célebre en el contexto de la teoría política de Thomas Hobbes, quien la usa para calificar a la especie humana, ya que concibe a los hombres como átomos de egoísmo que, de no estar constreñidos por leyes que coaccionen su derecho natural, acabarían destruyendo la especie.
Según Hobbes hay dos postulados que fundamentan la ciencia política:
1) la cupiditas naturalis (la avidez natural) y
2) la ratio naturalis (razón natural).
Por el primer postulado, cada individuo quiere gozar él solo de los bienes comunes; por el segundo, cada individuo huye de la muerte, en especial de la muerte violenta, como del peor mal (ver cita). El primer postulado -dirigido contra Aristóteles -, elimina la posibilidad de que el hombre sea por naturaleza un «animal político» (ver cita). Hobbes niega que los hombres sean «buenos por naturaleza». Para él, «toda asociación espontánea nace o de la necesidad recíproca o de la ambición, pero nunca del amor o de la benevolencia hacia los demás», de manera que para Hobbes el origen de las sociedades no es ninguna pretendida bondad natural, sino el temor recíproco (ver cita). A su vez, la causa fundamental de este temor es la igualdad de naturaleza entre los hombres (Hobbes proclama la igualdad natural humana), razón por la cual todos desean la misma cosa y, por tanto, el uso exclusivo de los bienes comunes. En cuanto que todos son iguales, todos tienen el mismo derecho sobre todo, incluida la vida de los demás (De cive., 1, § 14; Leviatán, 13). Ello, junto con la tendencia natural a perjudicarse mutuamente, origina, en el estado de naturaleza, un estado de guerra incesante de todos contra todos, en la que el hombre es el peor enemigo para el hombre, situación que hace pensar que los hombres son más parecidos a los lobos que a las abejas. Evidentemente, en este estado de naturaleza no puede hablarse de justicia (ni de injusticia), ya que ésta sólo surge con la ley, y la ley es fruto de un pacto común. No obstante, puesto que el derecho es la libertad de usar las propias facultades según la razón, a menos que ésta sea capaz de hallar un medio mejor, la guerra de todos contra todos es la condición natural (y legítima) en el estado de naturaleza. Pero, puesto que dicha guerra de todos contra todos desembocaría en la destrucción total de la humanidad, dicho estado debe ser superado, ya que la mera amenaza de dicha pugna compartida entre todos, impide toda actividad económica y toda previsión. Así, no sería posible ni el comercio, ni la industria, ni la agricultura, ni la ciencia o el arte, y el hombre seguiría estando al nivel de los animales (Leviatán., 13; De cive, 1, § 13).
En cuanto que la razón natural humana permite la previsión, el uso de ella es la que proporciona al hombre el principio general del que proceden las leyes naturales de la civilización, y prohibe a los individuos actuar de la manera que ocasiona la destrucción de la vida (Leviatán, 14). Este es el fundamento de la ley natural. De esta manera Hobbes proclama que la ley natural no procede de ningún orden cósmico o divino, sino que es fruto de la propia razón humana. Las normas derivadas del derecho natural se orientan, según Hobbes, a liberar al hombre de su propia autodestrucción, y le imponen una disciplina y una regulación de la libertad instintiva para producir seguridad. Por ello, para Hobbes, la primera y principal norma es la de buscar y conseguir la paz cuando sea posible y, si no lo es, buscar todos los medios y ventajas de la guerra. (Leviatán, 14) (ver Leviatán).
Sigmund Freud, desde la perspectiva del psicoanálisis refrenda este dictum e insiste en la existencia de una pulsión de agresividad humana, según la cual el hombre no ve en el prójimo solamente un semejante o un colaborador, sino también un objeto de satisfacción de sus impulsos agresivos y de dominio (ver texto ).