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(del latín imago, imagen, visión, de imitari, imitar)

La capacidad de construir imágenes mentales a partir de, y en relación mediata con, las percepciones, si se trata de la imaginación reproductora, o simplemente capacidad de crear libremente imágenes relacionadas con la sensibilidad, si se trata de la imaginación creadora. A esta última se la llama también «fantasía».

En la historia de la filosofía, a la imaginación se la relaciona con el conocimiento. Platón no la distingue de la sensación, o conocimiento por imágenes, y le da el nombre de eikasia (εικασία), suposición, primer grado de conocimiento sensible en la metáfora de la línea. Aristóteles, que la denomina phantasía (φαντασία), la distingue tanto de la sensación como del pensamiento discursivo (διάνοια, diánoia), la constituye en acompañante obligado de todo conocimiento y la considera capaz de error. (Ver cita).

Hobbes la define como una «sensación degradada» y la divide en simple y compuesta (ver cita). Descartes la constituye, comparada con la intelección, en una facultad cognoscitiva de segundo orden, vinculada a lo sensible, lo cual genera a su respecto una postura de desconfianza tradicional en el racionalismo (ver texto ), que aumenta cuando se la identifica, como imaginación productora, con «la loca de la casa», la fantasía. En Hume desaparece esta desconfianza y hace de la imaginación la fuente misma de las ideas simples y complejas (ver texto ). Kant, que la define como capacidad de intuir sin objeto presente, distingue entre imaginación reproductora y creadora o productiva, y asigna a esta última su propia función trascendental en el conocimiento sensible: la de procurar la síntesis, o conjunción, entre lo sensible y los conceptos (ver texto ); asocia, además, la imaginación productiva con la estética. El romanticismo, que hace de esta facultad unificadora y creadora, que recompone la realidad de una forma libre, una forma de conocer superior a la razón y al entendimiento, tiene que ver con los planteamientos kantianos, e idealistas en general, de imponer a la naturaleza nuestra propia subjetividad. En la filosofía contemporánea, Sartre critica la desconfianza tradicional respecto de la imaginación, y en La imaginación (1936) y Lo imaginario (1940), inspirándose en la fenomenología de Husserl, la considera algo intermedio entre la percepción y el pensamiento. Lo «imaginario», es el mundo de la imaginación, constituido por objetos creados por la «conciencia imaginante», que tiene no sólo capacidad de representarse un objeto ausente como presente, sino también la de poder crear objetos irreales, un mundo irreal o un «antimundo», cuyo sentido es ser la negación del mundo real; con ello expresa la conciencia su libertad respecto de lo real.