Hallamos por experiencia que cuando una impresión ha estado presente en la mente aparece de nuevo en ella como idea. Esto puede hacerlo de dos maneras: o cuando retiene en su aparición un grado notable de su vivacidad primera, y entonces es de algún modo intermedia entre una impresión y una idea, o cuando pierde por completo esa vivacidad y es enteramente una idea. La facultad por la que repetimos nuestras impresiones del primer modo es llamada MEMORIA; la otra, IMAGINACIÓN. Ya a primera vista es evidente que las ideas de la memoria son mucho más vívidas y fuertes que las de la imaginación, y que la primera facultad colorea sus objetos con mayor precisión que la segunda. Cuando recordamos un suceso pasado su idea irrumpe en la mente de una forma vigorosa, mientras que la percepción es en la imaginación tenue y lánguida, y sólo difícilmente puede ser preservada por la mente de un modo constante y uniforme durante un período de tiempo considerable. [...]
Hay otra diferencia, no menos evidente, entre estas dos clases de ideas: a pesar de que ni las ideas de la memoria ni las de la imaginación, ni las vívidas ni las tenues, pueden aparecer en la mente, a menos que las hayan precedido sus correspondiente impresiones a fin de prepararles el camino, la imaginación no se ve con todo obligada a guardar el mismo orden y forma de las impresiones originales, mientras que la memoria está de algún modo determinada en este respecto, sin capacidad alguna de variación. [...]
La función primordial de la memoria no es preservar las ideas simples, sino su orden y su posición. En resumen, este principio viene apoyado por tal cantidad de fenómenos vulgares y corrientes que podemos ahorrarnos la molestia de insistir más en esto.
La misma evidencia nos acompaña en nuestro segundo principio: la libertad de la imaginación para trastocar y alterar el orden de sus ideas. [...]
Como todas las ideas simples pueden ser separadas por la imaginación y unidas de nuevo en la forma que a ésta le plazca, nada sería más inexplicable que las operaciones de esta facultad si no estuviera guiada por algunos principios universales que la hacen, en cierto modo, conforme consigo misma en todo tiempo y lugar. Si las ideas estuvieran completamente desligadas e inconexas, sólo el azar podría unirlas; sería imposible que las mismas ideas simples se unieran regularmente en ideas complejas -como suelen hacerlo- si no existiese ningún lazo de unión entre ellas, sin alguna cualidad asociativa por la que una idea lleva naturalmente a otra.
Tratado de la naturaleza humana, Parte 1, Sec. 3-4 (Editora Nacional, Madrid 1977, vol. 1, p. 96-98). |