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(del latín contradictio, acción de contradecir, objeción, que traduce el griego antíphasis: afirmación y negación opuestas, y de aquí también antipathikós, contradictorio)

Género de oposición que existe entre afirmaciones incompatibles o inconsistentes. Aristóteles (Categorías, 11b; Interpretación, 17b; Metafísica, IV, 10) distingue cuatro tipos de oposición: entre cosas correlativas (doble y mitad), entre contrarias (malo y bueno), entre la privación y la posesión (salud y enfermedad) y entre la afirmación (kataphasis) y la negación (apophasis), que son las dos posibilidades de todo enunciado. Por consiguiente, la contradicción, u oposición contradictoria, se da entre entre enunciados de los cuales uno es la negación del otro. El objetivo de las discusiones dialécticas entre los griegos consistía en llevar al adversario al reconocimiento de la verdad de una proposición contradictoria a la inicialmente propuesta por él, lo que equivalía a obligarlo a aceptar lógicamente la tesis opuesta.

La lógica impide aceptar la verdad de un enunciado y la de su contradictorio, por imperativos del principio del tercero excluso o del principio de no contradicción. La oposición lógica entre enunciados contradictorios exige que, si uno es verdadero, el otro ha de ser falso y, si uno es falso, el otro ha de ser verdadero. La aplicación característica de esto se da entre un enunciado de tipo universal, afirmativo o negativo, y su negación particular. La contradicción existente entre dos enunciados categóricos, como «Todos los hombres son libres» y «Algún hombre no es libre», exige que, de la verdad del segundo se deduzca la falsedad del primero; o bien, que el segundo sea la refutación del primero. Por la misma razón, cualquier enunciado equivale a la negación de su contradictorio. Así, «Algún hombre no es libre» equivale a «No es cierto que todos los hombres sean libres». El objetivo fundamental del estudio de la lógica es precisamente saber evitar afirmaciones contradictorias, en especial, en la construcción de razonamientos. Un argumento que tenga premisas contradictorias es formalmente siempre válido, porque nunca sucede que sus premisas sean verdaderas y la conclusión falsa. Pero tiene el grave inconveniente que permite extraer cualquier tipo de conclusión.

Cuando la contradicción se expresa en un mismo enunciado se llama autocontradicción.

La contradicción se ha aplicado también al ámbito de la metafísica o de la ontología a todo lo largo de la historia del pensamiento. Parménides, entre los presocráticos, y frente a Heráclito, para quien las cosas son y no son, fue el primero en proponer en forma explícita una comprensión de la totalidad bajo el principio de no contradicción: que «el ente no sea» es imposible, porque es contradictorio, y por lo mismo lo es también el cambio. Platón inició la tarea de compaginar la fuerza lógica del principio de no contradicción con la evidencia del cambio en la naturaleza: «el no ser también es de alguna manera» (Sofista, 240). Aristóteles urgió por un lado la validez universal de este principio aplicado a todos los seres, «es imposible que una cosa sea y no sea», de modo que no hay otro principio más cierto que éste, pero mantiene, por otro lado, que «ser» si dice de muchas maneras, lo cual permite hablar de forma sistemática de todo el conjunto de la realidad, tal como hace la ciencia. La solidez del principio, en sus vertientes lógica y ontológica, es innegable y, aun con los matices necesarios, se ha mantenido inconmovible a lo largo de la historia como fundamento de la racionalidad humana, con la sola excepción de los sistemas dialécticos. Heráclito, que explica el cambio como tensión de contrarios, es el iniciador de esta manera de pensar. Nicolás de Cusa utiliza la noción de «coincidencia de opuestos» para describir la naturaleza divina infinita y aun la naturaleza del hombre como representación finita suya. En la dialéctica, tanto del idealismo de Fichte y de Hegel y como del materialismo dialéctico de Marx, la contradicción ocupará un puesto principal, en su aspecto lógico y en el ontológico. No sólo es un momento dialéctico de la razón, como oposición entre tesis y antítesis, o entre inmediatez y alienación, o entre simplicidad y escisión, o simple negación de la afirmación, sino que lo es también de la dialéctica de la realidad: como estadio del desarrollo del espíritu o, según Marx, como motor de la historia. Desde una perspectiva enfrentada a la hegeliana y marxista, Karl R. Popper en un capítulo titulado «¿Qué es la dialéctica?» de El desarrollo del conocimiento científico, alerta sobre los peligros filosóficos y hasta históricos de no admitir el principio de no contradicción (ver texto ).