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(del latín medieval subiectum)

Originariamente, el sujeto, como subiectum, es el término con que se traduce, en el latín medieval, el hypokéimenon griego de Aristóteles, en el sentido de «lo que está puesto debajo», y se refiere al sustrato, que permanece en el cambio, o a la sustancia, que propiamente es sujeto en los enunciados; en este aspecto, sujeto no tiene a «objeto» como correlato, puesto que su entidad es de tipo lógico o metafísico. La teoría del conocimiento racionalista de Descartes hace del sujeto, el «yo pienso», o la razón humana reflexiva, el punto de partida de todo conocimiento, inaugurando así la distinción entre «sujeto que conoce» y «objeto conocido». Esta distinción se atenúa en Kant porque «el sujeto que piensa» sólo se conoce a sí mismo como objeto empírico, y por lo mismo como fenómeno, y no como sujeto o yo último, como cosa en sí, por lo que queda desconocido: es el llamado yo trascendental. Este yo, sin embargo, que no puede ser conocido sino sólo afirmado o pensado, es la condición necesaria de todo acto de conciencia: hace posible toda experiencia en cuanto él mismo constituye toda condición (lógica) a priori de la experiencia; ésta es construcción del sujeto, y hay objetos porque hay sujeto. Más allá de la experiencia, la cosa en sí resulta desconocida. El idealismo alemán, al eliminar la cosa en sí haciendo del sujeto un principio creador, constituye al sujeto en origen absoluto del objeto conocido; sujeto y objeto en identidad total.

Tradicionalmente, el término del que, en el enunciado, se afirma o niega algo (el predicado). Así, en «Sócrates dialoga con Adimanto», «Sócrates» es el término sujeto del que se afirma que «... dialoga con Adimanto». En la lógica moderna, el sujeto es la variable individual de la cual el predicado es función. En la función proposicional «x dialoga don Adimanto», Sócrates es, en nuestro caso, el argumento que hace verdadera a la función. Al sujeto se le llama también designador, porque se refieren a una cosa, objeto o individuo, a los que corresponde un nombre. Los designadores son simples, como los nombres, por ejemplo «Barcelona», «Cervantes», «Carmen», o bien compuestos (designadores compuestos por otros designadores) llamados functores (monádicos, diadicos, o n-ádicos según el caso): «el entrenador del Barcelona)» (monádico), «el máximo goleador de primera y segunda» (diádico), etc.

Designadores unidos a relatores (lo que se afirma del designador) constituyen un enunciado, sentencia o proposición, igual como, en la lógica tradicional, un enunciado se compone de la unión de sujeto y predicado.