Matilde de Magdeburgo.jpg

Nacimiento:ca. 1207en MagdeburgoMuerte:ca. 1282en Monasterio de Helfta, Eisleben

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Se conocen pocos datos de la vida de Matilde, y los pocos que existen proceden de su libro La luz que fluye de la divinidad. De los conocimientos que muestra sobre la cultura cortesana se puede deducir que procede de una familia noble, lo que le permitiría gozar de una educación esmerada. Con doce años tiene su primera experiencia mística, que describe en su obra: “Yo, indigna pecadora, fui saludada a la edad de doce años, cuando estaba sola, por el Espíritu Santo” (IV, 2). Cuando cuenta con veinte años aproximadamente abandona a su familia y se marcha a la ciudad de Magdeburgo, donde se une a un grupo de beguinas, comunidades de mujeres laicas que llevan una vida de oración y de servicio a los pobres y enfermos. Tiene probablemente una estrecha relación con los dominicos: es posible que un hermano suyo, Balduino, pertenezca a esta orden (llegaría incluso a ser subprior en Halle), al igual que su confesor, Enrique de Halle. Es este el que, hacia 1250, le impulsa a poner por escrito sus vivencias místicas. Fruto de esta labor es la La luz que fluye de la divinidad, una obra que se encuentra entre las más significativas de la literatura medieval en lengua alemana. El trabajo de escritura se prolonga a lo largo de más de treinta años, y los diferentes libros que componen el texto, siete en total, van apareciendo progresivamente. La obra debió de gozar de una cierta popularidad en su tiempo, como muestra el hecho de que, ya en vida de Matilde, fuese traducido al latín (esta versión abarca solo los seis primeros libros, ya que el séptimo aún no se había escrito). Aunque Matilde redacta el texto originariamente en dialecto bajoalemán, la única versión completa que ha llegado hasta nosotros es una traducción realizada casi un siglo después (hacia 1345) en Basilea, del bajoalemán al alemánico, y que se conserva en el codex Einsidlensis 277. Las persecuciones a las que se ven sometidas las beguinas obligan a Matilde a buscar refugio, ya anciana, en el convento cisterciense de Helfta, hogar de otras mujeres escritoras, como Gertrudis la Grande y Matilde de Hackeborn. Allí vive desde 1280 aproximadamente hasta su muerte (entre 1294 y 1301), y allí escribe el séptimo y último libro de La luz que fluye.


La luz que fluye es un texto fragmentario que escapa de cualquier intento de categorización o definición, un compendio de la literatura de su época que abarca una gran variedad de formas y temas. En él tiene cabida el verso y la prosa, visiones, oraciones, cantos, experiencias personales, referencias a la actualidad de su tiempo, himnos de alabanza, diálogos entre el yo (a veces convertido en el alma) y Dios, consejos a personas de su entorno, descripciones del cielo o del infierno, relatos sobre el final de los tiempos. Matilde habla de sus experiencias espirituales, pero se expresa también sobre asuntos relacionados con la iglesia o la situación política. En su obra se puede escuchar el eco del Cantar de los Cantares, pero también encontrar imágenes y expresiones tomadas del Minnesang, la lírica amorosa de los trovadores. El elemento que le confiere unidad al libro, pese a su carácter fragmentario, es la biografía. Aunque el texto no presenta un orden cronológico, es, con todo, una biografía espiritual, en la que el centro es el yo que habla de su experiencia y se concibe como un sujeto autónomo. El concepto de individuo que aquí se muestra podría, en muchos aspectos, calificarse de moderno, aunque al mismo tiempo se aleja de la modernidad al estar sustentado en la divinidad. De esta forma, para el yo hablante no es relevante proporcionar datos sobre su trayectoria vital (que, de hecho, son muy escasos), sino más bien expresar cómo esa vida se ha ido configurando en relación a Dios. El yo (transformado a veces en el alma) se mueve, de este modo, en una frontera en la que las identidades (la suya y la de Dios) se desvanecen para fundirse entre sí. La apertura de la identidad se muestra claramente en ciertos pasajes en los que el yo hablante resulta ambiguo, en especial cuando se hace referencia a la autoría de la obra: “[La obra] me designa solo a mí y revela de un modo admirable mi misterio más íntimo” (prólogo). La voz que aquí habla puede ser tanto Dios como Matilde, o los dos al mismo tiempo. La biografía se configura así dinámicamente, en un movimiento entre la unión y la escisión, la afirmación de la individualidad y la fusión con la divinidad. La unión se verifica en un movimiento hacia Dios que es acercamiento erótico. En este sentido, La luz que fluye se enmarca dentro de la corriente de la mística nupcial, en la tradición de Bernardo de Claraval. Sin embargo, el erotismo no es en Matilde (como tampoco en otras místicas beguinas) un simple recurso retórico, sino más bien una experiencia personal que se produce en el espacio del cuerpo y conduce a la superación de sus límites: “susurra con su amada en la íntima soledad del alma, la abraza también en el noble gozo de su amor, la saluda con sus ojos llenos de amor, cuando los amantes se miran de verdad, la besa por entero con su boca divina” (II, 23). El movimiento contrario al de la unión es el del alejamiento de Dios hasta su completa ausencia, la gotzvroemedunge, un proceso que se describe con detalle en el capítulo IV, 11: “Llegó luego la ausencia permanente de Dios, y envolvió por completo al alma, hasta tal punto que la bendita alma dijo: '¡Bienvenida seas, bendita ausencia! Dichosa soy de haber nacido para que tú, señora, seas ahora mi sirvienta. Pues me traes una alegría inusitada y un prodigio incomprensible y además una insoportable dulzura'”. El alejamiento de Dios, esa noche oscura de la que hablará más tarde San Juan de la Cruz, representa una situación paradójica, a la que también se referirá, ya en el siglo XX, Simone Weil: Dios está más cerca cuando está más lejos está. De este modo, este sufrimiento, en el que el placer y el gozo de la unión están ausentes, es aceptado e incluso deseado como imitatio Christi, una forma de identificarse con el Jesús crucificado. Y, así, como Cristo, Matilde se deja martirizar, traicionar, perseguir, encadenar, abofetear, golpear, azotar, crucificar (I, 29; III, 10). El movimiento entre la separación y la unión se expresa a través de la imagen de un Dios que, a diferencia del motor inmóvil de la Escolástica, fluye. La autora de Magdeburgo lo describe como una esfera (VI, 31), como rocío (I, 22; VII, 18), como fuente (I, 8), como fuego (VI, 29), o como esa luz que da nombre a la obra, en continuo movimiento e imposible de aprehender (unbegrifflich). Es un Dios que se derrama, el “bluejende got“ (I, 2), el Dios que está siempre floreciendo. La presencia de verbos intransitivos de movimiento –fluir, derramarse, flotar, derretirse, arder, caer, hundirse– al hablar de Dios o de la relación con Él, es constante en todo el texto, sobre todo en construcciones de participio I, que en alemán indican un proceso. Matilde no evita, por tanto, expresarse sobre cuestiones teológicas. En su obra debate sobre temas presentes en la teología de su tiempo, como la unión con Dios, la naturaleza de la Trinidad, el ojo del alma, la relación entre alma y cuerpo... Pero los sitúa en un contexto distinto, llegando en muchos casos a soluciones inesperadas y –casi se podría decir– poco “ortodoxas”. Muestra de esto son, por ejemplo, los pasajes en los que se describen la concepción de Jesús (VI, 39) o la creación de Adán y Eva (III, 9). El mérito de Matilde consiste, precisamente, en la creación de otro lenguaje teológico, en el que la reflexión se entrelaza con la experiencia. Al mismo tiempo, en su audaz empleo de la metáfora o de la paradoja, en la creación de abstractos, Matilde se muestra también como una renovadora del lenguaje, que explora nuevas formas de expresión. Frente a la tan mencionada incapacidad de hablar de los místicos, La luz que fluye nace del deseo de hablar con un lenguaje que, más que referirse a Dios, sea lenguaje divino, palabra de Dios: “Este libro hay que acogerlo de buen grado, pues sus palabras las pronuncia el mismo Dios” (prólogo).

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Bibliografía

Del autor

  • Matilde de Magdeburgo, La luz que fluye de la divinidad. Herder, Barcelona, 2016.

Sobre el autor

  • Ruh, K., Geschichte der abendländischen Mystik. Vol. II: Frauenmystik und franziskanische Mystik der Frühzeit. Beck, Munich, 1993.
  • Cirlot, V., Garí, B., La mirada interior. Escritoras y visionarias en la Edad Media. Siruela, Madrid, 2008.
  • Keul, H., Matilde de Magdeburgo: poeta, beguina, mística. Herder, Barcelona, 2016.
  • Epiney, G., zum Brunn, E., Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval. Paidós, Barcelona, 1998.

Relaciones geográficas

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