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Expresión propia de Agustín de Hipona (ver texto), que aplica a los conocimientos necesarios y universales que la mente halla en sí misma: puesto que son verdades necesarias, son inmutables y, por lo mismo, son eternas. Son verdades referentes al mundo sensible, anteriores al ejercicio de la razón y de origen trascendente. Apuntan a «la Verdad», personificada en Dios (ver ejemplo). Esta noción enlaza con la también agustiniana de las «deas divinas, que son las ideas platónicas situadas por el neoplatonismo en la mente divina, y con la teoría de la iluminación interior, como vía de acceso a la verdad. Aunque la tradición filosófica posterior, sobre todo la escolástica y el racionalismo, utilizó este concepto, en la práctica se asimila, definitivamente, al concepto de analiticidad.