(del griego ού, no, y τόπος, lugar: sin lugar, en ninguna parte)
Término que también juega con eutopía: lugar feliz. Como nombre propio, este término fue acuñado por Tomás Moro para describir, en su ensayo novelado titulado «De optimo reipublicae statu deque nova insula Utopia» (1516), un modelo de Estado ideal en el que estaría abolida la propiedad privada y se regiría por la máxima tolerancia religiosa. Como modelo ideal, tal organización social y política no existe en ninguna parte, pero puede y debe alcanzarse. De esta manera, el término utopía (al margen de su uso como topónimo por parte de T. Moro para designar su isla y comunidad ideal,anteriormente conocida como Abraxas) expresa todo modelo que sirve como horizonte aún no alcanzado, pero al que se tiende, y actúa como guía de las acciones pertinentes para conseguirlo. El hecho de que sea ou-topos, es decir, de que no tenga ninguna ubicación espacial, no significa que deba ser ou-cronos, ucrónico o intemporal, ya que aparece como un modelo y, por tanto, la utopía se concibe para que pueda realizarse, o como horizonte que guía la acción.
En la historia de las teorías políticas se puede considerar la República de Platón como la primera utopía, e incluso Platón afirma (al final del capítulo IX de dicha obra) que esta ciudad ideal que quiere fundar «no creo que tenga asiento en lugar alguno de la tierra», de donde, quizás, Moro extrajo la inspiración para crear el neologismo de Utopía. La polis ideal platónica aparece, de esta manera, como el primer caso de una utopía ejemplar. Posteriormente, en la tradición religiosa cristiana, y bajo la influencia de La ciudad de Dios de San Agustín, surge una corriente utópica de corte religioso, que se manifestará también en las concepciones de los milenaristas, en la creación del mito del Preste Juan y en la esperanza de la llegada de un nuevo reino de prosperidad universal. Estas concepciones originan los mitos populares del país de Jauja o de el Dorado, se acrecientan con los relatos fantasiosos de los exploradores del Nuevo Mundo y son las que plasma todavía la obra pictórica de Brueghel el viejo, en el siglo XVI, y que se relacionan más bien con concepciones míticas.
Sin embargo, fue en el Renacimiento cuando empezó propiamente una tradición utópica que se inicia precisamente con la Utopía de T. Moro (1478-1535) (ver resumen ). Así, destacan obras como La ciudad del sol de Tomás Campanella o la Nueva Atlantis, de Francis Bacon (ejemplo de una primera utopía científica y precedente de las novelas de ciencia ficción). Posteriormente, esta tradición ha seguido produciendo importantes obras, como el Viaje a Icaria, de Cabet; Erewhon, de Samuel Butler; Noticias de ninguna parte de W.Morris, etc. En todos estos modelos utópicos, bien distintos entre sí, se efectúa una detallada descripción de la sociedad ideal a alcanzar. Aun cuando, generalmente, se considera que tales modelos son realmente inalcanzables, expresan una crítica importante de la realidad social existente. De forma que, como crítica social y como modelo futuro, han actuado a veces como acicates revolucionarios. No obstante, entre el Renacimiento y la Ilustración, las distintas utopías aparecen solamente como modelos sin la pretensión de organizar movimientos sociales capaces de realizarlos. En cambio, a partir de la revolución francesa, las utopías adoptan más la forma de manifiestos y engendran movimientos sociales. Los falansterios de los seguidores de Fourier o los participantes en el proyecto de Icaria son ejemplos de movilizaciones sociales de esta clase.
También se han considerado dentro de la categoría de utopías determinados intentos de renovación pedagógica, como el Emilio de Rousseau; Leonardo y Gertrudis, de Pestalozzi; Walden dos, de Skinner o Summerhill, de O'Neill.
No obstante, en determinados casos, el término utopía también ha adquirido connotaciones peyorativas, como sinónimo de ensoñación o de mera buena voluntad sin capacidad real de transformar la realidad. Marx y Engels, por ejemplo, tacharon de utópico al socialismo desarrollado por autores como Saint-Simon, Fourier u Owen ya que, en lugar de partir del estudio real de las condiciones materiales y económicas de la sociedad, creían poder transformarla mediante cambios en la educación o mediante reformas que conducirían a la humanidad hacia la felicidad y la justicia. En la medida en que la hipotética sociedad futura no se fundamentaba en una crítica real y radical, era tachada por Marx y Engels de utopía en un sentido peyorativo. Por ello, ante el socialismo utópico, estos autores oponían un socialismo científico (Engels publicó Del socialismo utópico al socialismo científico en 1886). No obstante, desde perspectivas no marxistas, se ha considerado que el marxismo también es una forma de utopía, aunque es preciso recalcar que ni Marx ni Engels quisieron nunca intentar hacer una descripción de la futura sociedad comunista que querían fundar, ya que consideraban que tal pretensión futurista carecía de rigor científico. Por ello, más que calificar estas tesis de utópicas, Karl Mannheim, que distingue entre ideología y utopía, aplicando el propio análisis marxista al marxismo mismo, las tacha de ideológicas.
A veces, también se han considerado como utopías algunas descripciones futuristas y catastrofistas de sociedades futuras en las que se desarrollarían algunas tendencias latentes en la actualidad. De esta manera, la obra de Orwell titulada 1984 o Un mundo feliz de A.Huxley describen una futura sociedad totalitaria. En este sentido, no obstante, el término adopta un significado diferente, ya que, en realidad, se trata de una anti-utopía. Más recientemente, se ha señalado la posibilidad de ir más allá de la utopía, en el doble sentido de realizarla y de superar su carácter de mera ensoñación y, a la vez, de superar las tendencias de la sociedad actual engendrando nuevas formas de vida. En esta tendencia se inscribió el movimiento que se gestó alrededor de las llamadas corrientes contraculturales de los años 1960 y 1970, fuertemente inspirado por filósofos como H. Marcuse.
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