Afirmación según la cual un juicio moral no es de por sí verdadero (afirma que algo es correcto o bueno) o falso (afirma que algo es incorrecto o malo), y que su verdad o falsedad no depende de las razones que lo sustentan, sino del estado de ánimo subjetivo (relativismo/subjetivismo) o de las costumbres culturales (relativismo cultural).
En su aspecto más difundido, como relativismo cultural, sociológico o antropológico, sostiene que existen de «hecho» sociedades, tribus o culturas distintas, con códigos éticos distintos (ver cita). Este relativismo es un hecho innegable.
Hay relativismo ético, propiamente dicho, cuando sostiene que no hay forma de decidir, entre valores y conductas morales opuestas, cuál es la correcta y cuál la incorrecta; o bien que hay opiniones éticas conflictivas y opuestas que son igualmente aceptables moralmente, o que todos los códigos morales tienen igual valor moral. Siguiendo la terminología de Richard D. Brandt, esto se puede interpretar, de un modo estricto, como si indicara que no existe distinción alguna entre lo que es justo y lo que es injusto (nihilismo ético), o bien se puede interpretar simplemente como si afirmara que nadie puede justificar racionalmente qué es justo y qué es injusto (relativismo escéptico). A este último relativismo se le llama también relativismo metodológico, por cuanto supone que no hay un método adecuado de razonar lo que es éticamente correcto. Este último relativismo admite todavía otra interpretación: existe un método racional para decidir entre cuestiones éticas, pero, a veces, es imposible decidir entre determinadas situaciones éticas conflictivas. A este relativismo se refiere Richard D. Brandt como «verdadero relativismo» (Teoría ética, Alianza, Madrid 1982, p. 326).
La solución al conflicto parece estar en un conveniente equilibrio entre la admisión de un pluralismo ético o un pluralismo de valores, y la afirmación de que el propio punto de vista ético, crítico y reflexivo, vale más que cualquier otro, mientras no se muestre lo contrario. Es difícil sostener el valor absoluto de los principios morales al igual que el valor absoluto de las propias convicciones morales. Si el valor no es absoluto, entonces se funda en razones de tipo empírico: las decisiones humanas tomadas en un determinado tiempo y lugar, a partir de determinadas condiciones intelectuales y afectivas.
Por otra parte, se sostiene que existen valores morales universales. A un primer momento en que, por parte de los antropólogos, interesaba más destacar las diferencias étnicas entre los pueblos, sucedió otro de interés por destacar las similitudes. Y así como se detecta la presencia de determinadas instituciones sociales (la familia, la división del trabajo entre los sexos, etc.) en todos los pueblos, también hay fundamento para afirmar que determinadas creencias o valoraciones morales son universales: el rechazo del asesinato, la existencia del incesto, la prohibición de mentir, el deber de lealtad con el propio grupo, la sumisión del individuo al bien común, el deber de educar a los hijos, etc. (ver texto ).
La afirmación, no obstante, de la existencia de principios morales universales es controvertida y aún negada. Dado que la creencias morales divergen de persona a persona, de comunidad a comunidad, de cultura a cultura y cambian de época en época -sobre todo si se sostiene que fundamentalmente expresan emociones de los sujetos que las tienen-, difícilmente pueden aducirse hechos de alguna clase con los que contrastar su verdad o falsedad. La afirmación de que las creencias morales han de ser consistentes entre sí tampoco es relevante para su universalidad, y la insistencia tradicional en la distinción entre enunciados fácticos y enunciados de valor destaca más bien la peculiaridad del mundo moral. Por otra parte, el relativismo ético no supone necesariamente escepticismo ético; tener una moral propia no implica ser escéptico en material moral: el dicho popular según el cual «allí donde fueres haz lo que vieres» no implica escepticismo ético, aunque sí relativismo, y tampoco es cierto que la gran variedad de normas morales no suponga alguna forma de objetivismo moral universal.
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