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Según Kant, el primer eslabón de una cadena de inferencias, hallado el cual el entendimiento estaría en paz consigo mismo, porque habría sido capaz de dar a la experiencia todo el sentido que ésta puede tener (ver cita). Lo incondicionado, sin embargo, no forma parte de la experiencia, sino que la trasciende y pertenece al mundo de las cosas en sí, o mundo inteligible. Por ello, pretender conocerlo constituye una «ilusión trascendental» de la razón. Los incondicionados son ideas trascendentales, que provienen de tres clases de razonamientos dialécticos, o sofismas de la razón, necesarios e inevitables. Se conciben como «totalidades» (pero recuérdese que, en Kant, «totalidad» es propiamente la categoría de lo que es «uno»): la totalidad absoluta de un sujeto (yo), la totalidad absoluta de los fenómenos (mundo), la totalidad de las condiciones requeridas para pensar cualquier objeto (Dios). Aunque todo incondicionado sea, por definición, inalcanzable para la mente, le sirve a ésta para hacerse preguntas siempre nuevas sobre la realidad.