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Expresión elaborada por Julien Offray de La Mettrie (1709-1751) que, en su obra L´homme machine (1747), desarrolla consecuentemente las concepciones del materialismo mecanicista que le permiten considerar al hombre como una máquina.

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A partir del siglo XVII, los grandes avances en la mecánica fomentan una corriente de pensamiento fuertemente mecanicista o mecanista (término acuñado por Boyle en 1661) que se introduce como modelo explicativo general que generaliza en el ámbito del pensamiento las analogías entre el mundo y las máquinas, ampliamente utilizadas durante el siglo XVI, y se opone al modelo mágico y animista. De hecho, ya Nicolás de Oresme hablaba de una «máquina del cielo», y Kepler concebía plenamente el universo entero como una gran máquina. El dualismo cartesiano ya consideró los animales como meras máquinas (ver alma de los brutos), y también consideró el cuerpo humano de manera estrictamente mecánica. Este mecanicismo fue fuertemente sustentado y reforzado por Hobbes, quien tanto en De corpore como en De homine consideraba que sólo existen cuerpos en movimiento, de manera que ya afirma que el cuerpo es una máquina. Es este cuerpo-máquina quien piensa. Por ello se opuso a Descartes (y a su concepción de una interacción cuerpo-alma en la glándula pineal), ya que, según Hobbes, del «yo pienso» se sigue el «yo soy», pero no se sigue que yo sea una «sustancia pensante». En el Leviatán también considera el cuerpo humano como una mera máquina (ver cita).

Los efectos inmediatos de esta consideración fueron la anulación de la diferencia de género, o de naturaleza, entre el hombre y el animal, que pasa a ser una diferencia de grado, y la extensión del mecanicismo filosófico a todo el universo, transformándose en materialismo. Y la expresión más acabada de esta concepción fue la defendida por La Mettrie en la obra mencionada. En ella, La Mettrie -basándose en los estudios de los biólogos de su época: Trembley, Réaumun y Haller-, señala en la materia una tendencia natural al movimiento y a la autoorganización. De esta manera la noción de alma como «principio vital» queda completamente descartada y, por tanto, se descarta también toda relación entre cuerpo y alma. Teniendo en cuenta que, en esta concepción, la diferencia entre el hombre y los otros animales es sólo de grado, La Mettrie señala incluso la posibilidad de educar a los primates. Además, puesto que ha quedado descartada la noción de alma, sustenta un pleno monismo materialista que le conduce a postular una continuidad entre lo físico y lo moral (y le acerca a posiciones defendidas por Spinoza).

Las ideas de La Mettrie estaban plenamente en consonancia con las de otros filósofos de la Ilustración, como el sensualismo de Condillac, que consideraba al hombre como una estatua con sentidos, o el pensamiento del barón d´Holbach.

Posteriormente T.H. Huxley (1825-95) consideró esta comparación como un paradigma o modelo del funcionamiento de los sistemas biológicos (Sobre la hipótesis de que los animales son autómatas y su historia, 1874). Modernamente, con la aparición de los sistemas cibernéticos, las computadoras y la denominada «inteligencia artificial», se plantea de nuevo esta cuestión, aunque desde la perspectiva, fuertemente influenciada por la idea de la máquina de Turing, de si las máquinas piensan.

Desde otra perspectiva, ciertas corrientes vitalistas que irrumpieron en la filosofía de la biología (especialmente desde fines del s.XIX hasta los años treinta del s.XX) concibieron una radical separación, ya no entre los animales y el hombre, sino entre los organismos vivos y el mundo inorgánico. Desde esta perspectiva, absolutamente opuesta al mecanicismo del hombre-máquina, la vida aparecía como absolutamente irreductible a meros fenómenos físico-químicos. Tal era, por ejemplo, la posición defendida por Hans Driesch o por Bergson. Desde estas posiciones no se trataba ya de buscar alguna diferencia entre los animales y el hombre, sino de negar cualquier reduccionismo de los fenómenos vitales a fenómenos meramente físicos.