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(del griego τέχνη, saber hacer)

En su primera acepción como sustantivo, este término designa un conjunto de habilidades y procedimientos que siguen ciertas reglas establecidas y más o menos codificadas para hacer algo en función de un determinado fin. En este sentido, es el conjunto de procedimientos utilizados en un oficio o en un arte. Como adjetivo, se refiere a todo lo que es relativo a las actividades de estos oficios o artes, en oposición a los conocimientos teóricos sobre los que se basan o, en el caso del arte, al tema de la obra.

Tradicionalmente el término griego tekhné (τέχνη ) se traducía también por el término latino ars (arte). Desde Aristóteles, tanto la técnica como el arte, formaban parte del saber poiético o productivo, por oposición tanto al saber teórico o contemplativo -que no modifica su objeto-, como por oposición al saber práctico -que articula las acciones humanas (en la ética y la política) con el fin de conseguir la perfección o la felicidad. Con esta reducción de la técnica al ámbito de lo meramente productivo, en el contexto de la escala de valores de la filosofía griega, la técnica quedaba descalificada tanto ética como epistemológicamente. Por otra parte, la distinción del significado de los términos técnica y arte sólo se ha ido forjando en los últimos siglos, especialmente a partir del Renacimiento, en que se amplía la noción de artes liberales, y se acentúa a medida que, por una parte, la ciencia y la técnica se han constituido como fuerzas productivas de primer orden y, por otra, tanto la técnica como el arte se fueron desvinculando de las necesidades del culto y se fueron secularizando.

En general, el término se aplicaba a todo aquello que seguía una serie de reglas o de procedimientos para conseguir algún fin determinado. Así, podría hablarse de una techné de la navegación, o de una techné de gobierno. En este sentido aún se emplea, a veces, el término «arte» (arte de navegar, arte de gobernar), que se ha incorporado en la palabra «artesano». Habitualmente la noción de técnica se asocia a la de producción de lo artificial, ya que Aristóteles había distinguido las cosas naturales (ta physei onta) de las cosas artificiales (ta techné onta), de forma que, según él, las segundas son aquellas que están mediatizadas por la actividad humana que altera las potencialidades naturales. Así, un árbol puede, potencialmente, engendrar otros árboles, pero una mesa fabricada con la madera de aquél árbol no posee la potencia para dar lugar a otras mesas. De esta manera, la intervención de la técnica modifica la naturaleza alterándola profundamente. Para el mismo Aristóteles la tekhné es superior a la mera experiencia, y se parece a la episteme, ya que implica el conocimiento de principios pero, a diferencia de ésta, su fin no es la contemplación desinteresada.

De ahí deriva, quizás, un gran malentendido que vicia buena parte de las reflexiones realizadas sobre la técnica, a saber: la idea de que es necesario (o posible) separar la esfera de las actividades específicamente humanas y morales, que poseen un fin en sí mismas, de la esfera de los instrumentos y las técnicas, desprovistas de finalidad propia. Pero tal separación es falaz, ya que la actividad humana en su conjunto no puede desgajarse de los medios y las técnicas, y la técnica misma forma parte de la cultura, entendida como forma de apropiación de la naturaleza. Por ello, en la actualidad, el término técnica ya no se refiere solamente a lo que es un medio, y su significado es ya bien distinto del que tenía en la antigüedad o en la Edad Media, de manera que la pregunta misma «¿qué es la técnica?» es propiamente una pregunta filosófica, que ha engendrado la filosofía de la tecnología.

Puede, pues, decirse que lo que tradicionalmente ha caracterizado la noción de técnica ha sido, por una parte, su aspecto productivo (de lo artificial) y, por otra, su carácter interesado, orientado hacia un fin práctico. Si nos atenemos a los tipos de técnicas, podemos considerarlas, primero, desde el punto de vista de su vinculación con la teoría. Así, hay técnicas basadas en saberes no codificados, que se transmiten por mera imitación (técnica de siembra o de recolección sin una base teórica, sino meramente empírica); técnicas que se sustentan en conocimientos bien codificados, que describen detalladamente los procedimientos a seguir y que están sometidas a un control de eficacia o de rendimiento (determinadas técnicas artesanales, como las técnicas pictóricas renacentistas, por ejemplo); técnicas que se derivan del conocimiento científico y cuyo desarrollo está directamente vinculado a la estructura económica y productiva de la sociedad. Según su finalidad y su racionalidad, podríamos clasificarlas en: técnicas racionales y técnicas mágico-religiosas. De hecho, es mejor considerar las llamadas técnicas mágico-religiosas (rogativas para conseguir lluvia, por ejemplo) como ritos, no como técnicas. Las técnicas racionales pueden ser: cognoscitivas, artísticas, de comportamiento (técnicas publicitarias, o educativas, por ejemplo), o técnicas mediadoras entre el hombre y la naturaleza. Este último sentido es el más usado, y se vincula a la noción de máquina o instrumento. Lewis Mumford, no obstante, ha señalado que, desde la revolución neolítica (caracterizada por un gran despliegue de la técnica) hasta nuestros días, la técnica fundamental, matriz de todas las otras, ha sido la técnica político-burocrática (a la que determinados desarrollos actuales de la cibernética y las computadoras no son ajenos), que ha permitido el desarrollo de los grandes imperios (desde los neolíticos, hasta los coloniales o postcoloniales, pasando por el imperio romano).

La técnica del mundo antiguo y medieval estaba directamente ligada a las necesidades del culto, o puesta totalmente al servicio del Estado, y carecía del apoyo de la ciencia, concebida todavía como una actividad teórico-contemplativa desinteresada. A partir del Renacimiento, la aparición de las ciencias naturales exactas (especialmente de la física matemática) produjo una fusión de la ciencia y la técnica en la dirección de un dominio técnico de la existencia. En esta fusión no es posible ya pensar en una técnica entendida como meramente subsidiaria de la ciencia, ya que ésta no sería posible sin aquella. Sin el péndulo, el reloj, el telescopio o el microscopio, por ejemplo, no se hubiera podido desarrollar la ciencia moderna. Por otra parte, la técnica misma produce fenómenos nuevos que la ciencia quiere desentrañar: la termodinámica, por ejemplo, nace después de la máquina de vapor. A su vez, la técnica, en el sentido moderno, que se desarrolla a partir del programa entrevisto por F. Bacon de dominar la naturaleza, se asocia a las estructuras sociales y a las relaciones de producción, de forma que, además de permitir el dominio de la naturaleza, permiten también el dominio de unos hombres sobre otros. Por ello no es de extrañar que muchos de los avances técnicos fundamentales, desde el desarrollo de las catapultas, hasta los misiles, se hayan efectuado a raíz de necesidades militares. En este sentido es preciso notar que la misma técnica nunca es plenamente neutral, política y socialmente, sino que, como señalaba Marx, en la medida en que surge en el seno de unas determinadas relaciones de producción, está al servicio de una determinada estructura social.

Por otra parte, cada época en la que se han producido notables avances técnicos ha sido acompañada por una cierta mitificación y unos ciertos temores. El miedo a que el hombre sea dominado por la técnica ha estado presente a partir del mismo momento en que se ha producido una importante presencia de la técnica en la sociedad. Así, las reacciones contra el maquinismo, por ejemplo, son expresión de este temor. Pero es el uso social de la técnica, más que la técnica misma, lo que en realidad se cuestiona. Esta reacción contra la técnica ha revestido las más diversas formas. Pero, desde la inicial condena eclesiástica contra la primera máquina moderna -el reloj mecánico-, que usurpaba a Dios el control del tiempo, hasta las apocalípticas invectivas de Spengler contra la técnica que mata el alma humana y es señal de decadencia espiritual, pasando por las destrucciones de máquinas por parte de los obreros en el siglo XIX, lo que está verdaderamente en juego es el control social de la técnica.


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