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Manifestación externa ritualizada de las creencias religiosas que consiste en actos de sometimiento a la divinidad o a las fuerzas sobrenaturales en los que se muestra el reconocimiento y el acatamiento de la superioridad de éstas. En algunas religiones se conoce también con el nombre de servicio divino. Es la respuesta humana ante lo sagrado y origen de múltiples manifestaciones, tales como: ritos, plegarias, sacrificios, peregrinaciones, fiestas, sacramentos, etc., y se asocia, generalmente, a actividades relacionadas con los símbolos sagrados.

Puede distinguirse entre un culto interior del creyente -manifestado por pensamientos de fe o de esperanza y por rezos privados- y un culto público, que se manifiesta mediante determinados actos simbólicos sensibles, tales como la genuflexión, el santiguarse u otros. Así, en el culto se manifiesta una actitud interna de sumisión y una expresión externa de dicha actitud de reconocimiento, de tipo reverenciante o atemorizada. Al conjunto de prescripciones del culto se le denomina liturgia.

El culto puede dirigirse tanto para rendir homenaje a la divinidad, a los santos o a los ancestros, como dirigirse hacia objetos (ídolos, imágenes piadosas, fetiches o reliquias), cuyo poder emana de su especial relación con seres sobrenaturales. La superstición es una forma de culto popular. En la antigüedad, se daban también formas de culto imperial, como los actos de homenaje a los emperadores romanos divinizados, o los dirigidos hacia el faraón u otros monarcas-dioses.

En cuanto manifestación externa de las creencias religiosas, desde la Ilustración se ha abogado por la «libertad de culto», ya que el Estado no debe inmiscuirse en el terreno de las creencias. En este mismo sentido de tolerancia religiosa, los partidarios tanto del deísmo como de la religión natural (como Locke o Voltaire, por ejemplo) consideraron que el culto, como mera expresión externa ritualizada de las creencias religiosas, no es más que superstición. Desde los presupuestos de la religión natural y del deísmo se combatía, pues, toda religión positiva, los ritos y los dogmas, y se consideraba que la única actividad o exteriorización de la religión debía ser la recta acción moral. No obstante, algunos filósofos de la religión -como Scheler, por ejemplo- han puesto de manifiesto que dicha exteriorización ritualizada de la religiosidad ha servido a la humanidad de vehículo privilegiado para expresar aspectos de la propia humanidad, mediante actos simbólicos que han permitido desarrollar esta dimensión humana.

En teología cristiana, se entiende culto como adoración explícita de Dios. Forman parte del mismo todos los actos conscientes y las acciones externas, cuyo propósito primero y específico es reconocer la soberanía absoluta de Dios y darle gloria. Las formas de expresión cultuales tienen un carácter simbólico, es decir, se arrancan de su contexto significativo y de su objetivo cotidiano y se relacionan de modo directo con la realidad divina y oculta.