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(del latín salus, salvaguardia, preservación del mal físico o espiritual)

Término que adquiere su importancia en las diversas formas de pensamiento religioso, en las escuelas morales del período helenístico, así como en el neoplatonismo y, obviamente, presupone que previamente hay un mal o una condena de la que se debe ser salvado. Dicho mal se entiende generalmente como el dolor, la finitud y la muerte, independientemente del origen que en cada creencia se atribuya a dichas limitaciones. Así, la salvación se entiende como la plena realización del hombre que con ella supera su finitud y la muerte en un ámbito que está más allá de las limitaciones espacio-temporales y que propone una nueva vida absolutamente diferenciada de la vida presente.

En la tradición místico-religiosa del orfismo, así como en la tradición védica y en el budismo, la salvación se considera como la interrupción de la infinita cadena de las resurreciones que acaba con la transmigración de las almas, considerada como la forma de mal de la cual es necesario salvarse. En este caso la salvación es la preservación de este mal espiritual que afecta al destino errante del alma, y el camino de salvación, entonces, implica alguna forma de acetismo capaz de liberar el alma de la cárcel corporal. Platón, muy influenciado por las tesis órficas, pero también por el intelectualismo moral de Sócrates, sustituye el mero ascetismo por la necesidad del conocimiento, de forma que la consecución plena de éste nos procura un estado de beatitud. En las doctrinas morales helenísticas, la salvación es fruto de la sabiduría, de forma que el sabio es aquél que posee una regla de vida que le permite librarse de la existencia desdichada que acompaña a todos quienes están sometidos al delirio de las pasiones.

En la tradición judeo-cristiana la noción de salvación se acompaña de la necesidad de un mesías o «salvador». En el judaísmo la salvación hace constantemente referencia a los acontecimientos históricos y sociales del pueblo hebraico. La promesa cumplida por la divinidad de la liberación de la esclavitud de Egipto, encontrará la definitiva realización en la salvación plena a través de la venida de un mesías. En el cristianismo, que es una religión universalista y ecuménica, se sustenta que Jesucristo es el Salvador de toda la humanidad que está caída en desgracia debido al pecado original. La muerte de Jesucristo es necesaria como redención, que es la forma general de la salvación, es decir, como acto que posibilita el ingreso de los hombres en la morada divina. El perdón de los pecados y la resurreción conducirán a la visión de Dios, y a la plena realización de la salvación: la vida eterna. Ahora bien, para alcanzar la vida eterna y la beatitud no es suficiente la venida de Jesucristo, sino que es preciso que cada fiel, además de conducir su vida según la ley divina, reciba la gracia que le permita superar las tentaciones que le hacen recaer en el pecado que veda la entrada en el reino de Dios.

En la teología cristiana, es un concepto religioso y teológico central. No se refiere en primera instancia a una obra objetiva sino a una salud y plenitud de vida subjetiva y existencial. Ya en el Antiguo Testamento, la historia de Abraham nos presenta la salvación como un hecho histórico concreto que es obra de Dios. También el Éxodo señala la gratuidad de la salvación: el pueblo no es liberado por sus méritos sino por el amor misericordioso de Dios y ante este hecho, cabe responder con fe. Jesús proclama que el reino de Dios ha llegado y que se manifiesta en la superación de las enfermedades, de los dolores físicos y psíquicos. La aparición de Jesús es la manifestación de la voluntad salvífica de Dios que abarca a todos los hombres en la totalidad de su existencia en el tiempo y la eternidad. En la cruz queda anulada ante Dios la lógica de las retribuciones y la salvación se convierte en reconciliación que Dios ejerce a favor de todas las víctimas y de todos los pecadores.

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