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Nacimiento:11 marzo 1922en EstambulMuerte:26 diciembre 1977en París

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(en griego Κορνήλιος Καστοριάδης)

Filósofo, economista y psicoanalista francés de origen griego. Nació en Estambul, aunque muy pronto su familia se estableció en Atenas, donde estudió economía, derecho y filosofía. Marchó a Francia en 1945, a finales de la Segunda Guerra Mundial, después de contemplar cómo Stalin y los soviéticos dejaban morir a los combatientes comunistas griegos para satisfacer los pactos con los aliados. Este hecho le condujo a elaborar una feroz crítica al marxismo soviético, aunque desde posiciones marxistas radicales. En Francia ingresó en el partido trotskista, aunque pronto se separó de esta otra forma de ortodoxia, ya que, aunque en sus inicios Castoriadis (conocido por sus amigos como Corneille) criticó el marxismo staliniano en nombre del trotskismo, pronto vió los límites de esta crítica.

En 1949 creó la revista Socialismo o Barbarie, que dirigió hasta 1965 y que ejerció una notable influencia. En 1970 creó, junto con Claude Lefort, Miguel Abensour, Marcel Gouchet y Pierre Clastres, la revista Libre. Trabajó hasta 1970 como economista en la OCDE. En 1979 accedió al cargo de Director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Murió el viernes 26 de diciembre de 1997.

Ya desde la época de Socialismo o Barbarie emprendió también la crítica del trotskismo en nombre del marxismo radical, renovado por una aproximación al pensamiento de Marx, comparable a la de Karl Korsch y, sobre todo, a la de Rosa Luxemburgo. Aunque se inspiró en el marxismo radical, también denunció los aspectos burocráticos inherentes al proyecto marxista. Su contacto con el psicoanálisis de Freud le condujo posteriormente a una profundización de su posición crítica, en la que aunaba los aspectos sociales junto con un análisis del sujeto humano.

En esta síntesis entre ambos pensadores, Castoriadis concibió el sujeto de una manera próxima a la tradición de la filosofía aristotélica de la totalidad, rechazando la compartimentación del racionalismo reductor, del empirismo lógico o del positivismo evolucionista. Estas concepciones enmascaran la auténtica realidad social y han sido (junto con sus prolongaciones ideológicas diversas) frenos a la verdadera idea de lo democrático radical. El hombre moderno ha abandonado los ideales emancipadores y se ve embrutecido por los media que le escamotean y enmascaran la realidad. Entre el descrédito de las religiones, por una parte, y los deseos consumistas, de otra, se patentiza la incapacidad moderna para dar sentido a la existencia, que la espera del Estado, de los gurus o de los media, renunciando al único proyecto emancipador: somos nosotros mismos los que debemos darnos el sentido.

A partir del análisis antropológico del proceso de socialización por el trabajo y del fundamento originario propio a toda actividad humana, Castoriadis llega a la base de la creación «socio-histórica» del imaginario radical, antropológicamente determinado, del que resulta toda forma instituida de lo social. Esta categoría de lo imaginario radical, que es el núcleo de su pensamiento, supone una originación incesante de alteridad, anterior a cualquier otra estructura, inscrita en la temporalidad natural. (En este sentido su pensamiento se vincula más de lo que parece a la Lebensphilosophie de Dilthey a Simmel). Dicha categoría de análisis la desarrolla en su libro La institución imaginaria de la sociedad (1975), donde critica todo intento de pensar lo social a partir de «instancias», de «niveles», o de «infraestructuras / superestructuras»: es siempre la mediación constituyente del imaginario social la que funda el Todo, la que es necesario revelar para comprender el hecho humano. De esta forma, el concepto de lo imaginario radical le sirve como herramienta de desconstrucción de todos los mitos sociales, incluídos los aspectos inherentemente burocráticos del marxismo. La sociedad no debe concebirse como una estructura funcional. Es a la inversa, la funcionalidad viene después del reencuentro de los imaginarios socializados, de modo que las instituciones humanas «tienen unidad porque encarnan cada vez un magma de significaciones imaginarias sociales».

Sus críticas premonitorias al marxismo fosilizado no son óbice para que arremeta, con más dureza si cabe, contra el conformismo antiemancipador propio del llamado pensamiento único (la ideología capitalista triunfante), que a su juicio constituye una regresión comparable a la del totalitarismo. Por ello siguió la democracia moderna, a la que veía como el acabamiento equivocado de una falsa libertad y como el sistema de incorporación del liberalismo económico burgués, que impide, como los totalitarismos, aunque de forma más sutil, el desarrollo y la autonomía del individuo.

Esta autonomía no la concibe al modo anarquista clásico, sino fundada en la responsabilidad del sujeto humano, tema que trata en Las encrucijadas del laberinto (1978), y que, a su vez se funda en la necesidad antropológica de la convivencia.

Otras obras:

La sociedad burocrática (trad. esp. 1976)

Ante la guerra (trad. esp. 1986)

Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto (trad. esp. 1988)

El mundo fragmentado (tad. esp. 1993)

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