(del griego εἰρωνεία, dar a entender lo contrario de lo que se quiere decir)
Hacia el siglo V a.C., el término griego εἰρωνεία designaba una forma de impostura que suponía fingir ignorancia o, en general, fingir. Aunque este término era de uso frecuente, aparece en la literatura filosófica a partir de los diálogos de Platón. En ellos todavía mantiene el sentido despectivo, como en el caso del ateo que finge religiosidad (Leyes, 908e), o en La república (337a) donde, por boca de Trasímaco, se le reprocha a Sócrates su εἰρωνεία o «habitual ignorancia afectada». Pero ya en Aristóteles va perdiendo el sentido peyorativo. Sitúa la ironía o disminución de la verdad, en el extremo opuesto de la jactancia o exageración de lo verdadero. El hombre veraz es el que se halla en el término medio entre ambos extremos, pero la jactancia es considerada peor que la ironía.
Generalmente el término ironía se asocia con la actitud de Sócrates, en cuyo caso ya no designa un engaño deliberado, sino que pasa a describir (junto con la mayéutica) una parte del método socrático mediante el cual se pretende que aflore el pensamiento de aquellos que dialogan con el maestro. Sócrates, dice Cicerón, «hablaba poco en las discusiones y dejaba hablar al adversario que quería refutar; pensando una cosa y diciendo otra, disimulaba según aquella postura que los griegos llamaban eironeía». Sócrates adoptaba esta postura porque, previamente, había dejado establecido que «sólo sabía que no sabía nada». Esta confesión de ignorancia, animaba al interlocutor al diálogo, en cuyo transcurso, Sócrates, que se confesaba estéril para concebir, podía, no obstante, mediante la mayéutica, hacer la labor de comadrona y alumbrar en las mentes de los demás (ver texto ).
De esta manera, aunque algunos interlocutores de Sócrates le acusaban de hacer preguntas cuya respuesta ya sabía, ello no era manifestación de un afán embaucador, sino que formaba parte de la estrategia consistente en hacer que sus interlocutores diesen a luz nuevos conocimientos y abandonasen los prejuicios que les impedían pensar con claridad al creer que ya sabían. Solamente partiendo de la conciencia de la propia ignorancia, es posible entrar en la senda del conocimiento. Así entendía Sócrates lo que el oráculo había dicho de él, a saber, que era el hombre más sabio. Su sabiduría consistía en ser consciente del propio no saber. El mismo Sócrates atribuyó a esta actitud el gran número de enemigos que se creó (ver texto ). (Ver: «conócete a tí mismo»).
En el romanticismo la ironía se concibió como la expresión de la conciencia de la subjetividad absoluta, ante la cual todas las cosas carecen de importancia. A partir del Yo absoluto de Fichte, la filosofía romántica considera toda realidad como subalterna, razón por la cual, exaltando la libertad interior e infinitizando al propio yo, desposee a la realidad de importancia y puede mantenerse distante de ella. Según Hegel, esta concepción de la ironía surge de la interpretación que hizo Friedrich von Schlegel de la filosofía fichteana (ver texto ). Kierkegaard (Concepto de ironía, 1841) también estudió la ironía pero, mientras valoró positivamente la ironía socrática, rechazó la ironía estética romántica que, según él, es de carácter nihilista. Por su parte, Nietzsche, contrario a Sócrates y a Platón, a los que acusa de haber invertido los auténticos valores y haber traicionado a la filosofía poniendo la vida en función de lo sobrenatural, también ataca la ironía y, en general, la dialéctica socrática (ver texto ).