La admiración es considerada, tanto por Platón (ver texto ), como por Aristóteles (ver texto ), como el origen de la filosofía.
Según dichos autores la filosofía surgió de la admiración, de la perplejidad, de la sorpresa, de la maravilla o de la extrañeza (significados relacionados con el término griego Θαύμα, thauma, maravilla). Dicha admiración procede, a su vez, no de una orientación hacia conocimientos prácticos, en el sentido de conocimientos encaminados a conseguir finalidades concretas que mejoren tales o cuales aspectos de nuestra existencia, sino que procede de un desconcierto. Quien se admira, quien experimenta la sensación de sorpresa o maravilla ante algún problema, lo hace porque experimenta una cierta desorientación, se encuentra en una situación similar a la que experimentamos ante una paradoja (lo contrario a la doxa u opinión): se admira de que las cosas o problemas que causan dicha admiración no responden inmediatamente a un orden conocido. La búsqueda de este orden es la respuesta a aquella admiración. Por ello, Aristóteles dice también que ya los forjadores de mitos eran, en cierta forma, filósofos, pues los mitos se componen de elementos maravillosos o generadores de admiración. No obstante, en otros textos contrapone el mito a la plena razón o logos.
Bibliografía sobre el concepto
- Guardans, T., La verdad del silencio. Por los caminos del asombro. Herder, Barcelona, 2009, 1 ed.