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(del griego αἰθήρ, transcrito como éter, fluido sutil e invisible)

Inicialmente fue considerado de naturaleza divina. Empédocles lo identificó al aire y Anaxágoras lo consideró como fuego. Posteriormente Aristóteles adoptó este término para designar un quinto elemento, también sutil y divino, o quintaesencia, con el que estarían formados el cielo, los astros y, en general, el mundo supralunar, y se distinguiría de los cuatro elementos (tierra, agua, aire y fuego) que forman la esfera sublunar por el hecho de ser incorruptible e inalterable. (De hecho ya Filolao había hablado de este quinto elemento). Los estoicos lo identificaron con el fuego de Heráclito, pero, como Aristóteles, lo consideraron el elemento constitutivo de los cielos. En este sentido fue también considerado por Cicerón.

La tesis de una sustancia etérea formadora de los cielos, y distinta de los elementos terrestres, se mantuvo hasta que la evidencia de que no existe diferenciación entre esferas supralunares y esfera sublunar se impuso en la moderna astronomía y cosmología, aunque ya antes había sido negada por Nicolás de Cusa. Posteriormente, en la época moderna, se reintrodujo este término para designar un medio hipotético que permitiera la transmisión de las ondas luminosas. Descartes postuló la necesidad de un medio etéreo inmóvil y rígido capaz de permitir la transmisión instantánea de la luz por medio de una presión. Por su parte, Newton defendió una concepción corpuscular de la luz (opuesta a la teoría ondulatoria defendida por Huygens) que hacía innecesaria la hipótesis de un medio de transmisión de ésta, aunque reintrodujo la noción bajo el nombre de ondas etéreas para explicar los fenómenos de interferencia. Más tarde, en el siglo XIX, Young y Fressnel siguieron defendiendo la teoría ondulatoria de la luz, con lo que se reintrodujo la necesidad de un medio de transmisión de las ondas luminosas, y se idearon diversos experimentos para hallar las características del éter. No obstante, la posterior caracterización de la luz como onda-corpúsculo, así como la teoría de la relatividad, hicieron innecesaria dicha hipótesis de un medio transmisor, a la vez que desaparecían también las nociones de un espacio y un tiempo absolutos.