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La filosofía que se desarrolla en el oriente cristiano, en Bizancio, durante el mismo período de tiempo en que transcurre la Escolástica medieval latina: desde la caída del imperio romano (s. IV), que supone su separación del occidente, hasta la conquista de Constantinopla por los turcos (1453). Le es peculiar el conjunto de temas y de problemas que resultan del encuentro del pensamiento cristiano con la filosofía griega, o a la inversa, que en principio se consideran «externos» una al otro.

Pueden distinguirse dos períodos:

1) Del s. IV al s. XI, época durante la cual se va gestando la mezcla de teología (cristiana) y filosofía (griega), de misticismo y razón, característica del pensamiento bizantino;

2) del s. XI al XV, época en que surge y se desarrolla un pensamiento filosófico propio, que coincide con el cisma de Miguel Cerulario (1054) y la separación de la Iglesia oriental y la occidental, impulsado sobre todo por Miguel Psellos.

En su origen, la filosofía bizantina cristiana -cuyos autores son contemporáneos de los últimos filósofos paganos griegos-, tras el cierre de las escuelas de Atenas por Justiniano (529), se instala primero en Persia y luego en regiones fronterizas y tiene un cierto aire de disidencia contra la teología y la filosofía de la Iglesia de Constantinopla, cuyo patriarca había sido proclamado «primado» -obispo principal- de Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Los primeros filósofos bizantinos son nestorianos y monofisitas (la herejía vehicula el deseo de independencia respecto de Constantinopla): partidarios respectivamente de Nestorio, que separaba excesivamente las dos naturalezas, divina y humana, de Cristo, asignándoles dos «personas», y de Eutiques, quien sostenía que en Cristo sólo había una naturaleza, la divina; unos y otros se enfrentan en discusiones teológicas arropadas con argumentaciones filosóficas sobre la ortodoxia. En esta primera época, las personalidades filosóficas más relevantes son Pablo de Nísibe, o Pablo de Basra († 571), y Teodoro de Marw († 536), nestorianos ambos, y Sergio de Reschaina († 536), monofisita, a los que debe añadirse Juan Filopón, «el gramático», de la escuela filosófica cristiana de Alejandría, que por esta época escribía contra Proclo. Las figuras del Pseudo-Dionisio Areopagita (s. VI) y de Juan Damasceno (s. VIII) dialogan con la filosofía griega, tal como habían hecho los grandes padres Capadocios. Al final de este período, el patriarca Focio (ca. 820-891) emprende un cierto renacimiento intelectual tras las luchas internas entre los iconoclastas (enemigos de las imágenes) y los iconófilos (partidarios de las imágenes), que dividen al país entero; sus obras, como Biblioteca, o Amphilokhia, son de carácter enciclopédico.

El s. XI señala el inicio propiamente dicho de la filosofía bizantina autónoma de la teología, por obra sobre todo de Miguel Psellos (1018-1078), platónico, renovador del interés por Platón y Aristóteles; el platonismo aristotélico o el aristotelismo platónico -mezcla que supone a veces confusión, a veces oposición y enfrentamiento- será ahora el distintivo propio de la filosofía bizantina. Así sucede, por ejemplo, en los autores de esta época, como Juan Ítalos (ca. 1055) y Eustrato de Nicea (ca.1050-1120), ambos aristotélicos neoplatónicos, Miguel de Éfeso (ca. 1110) aristotélico, e Isaac Commeno el Sebastokrátor (ca. 1140), platónico. Esta corriente racionalista, favorecedora de una filosofía autónoma e independiente de la teología, y que se enseñaba exclusivamente en las universidades o en los colegios de filosofía, fundados por los emperadores, y que persiste hasta el s. XV, se enfrenta a una corriente paralela y opuesta de teología mística, la de los hesicastas (quietistas), cuyos representantes más conocidos son Simeón el Nuevo, teólogo, Gregorio Palamas (1296-1359) y Nicolás Cabasilas, y cuyo centro de mayor irradiación llegará a ser el monasterio del monte Athos.

En el s. XIV destaca la controversia hesicasta: representa ésta el rechazo de la filosofía por el movimiento «místico», protagonizado en este caso por las doctrinas de Gregorio Palamas; a él se opone duramente Barlaam de Seminara, quien lidera el movimiento «racionalista». La contienda dialéctica termina con la derrota del racionalismo y la canonización, en 1368, de Gregorio Palamas. Barlaam, condenadas sus doctrinas por un sínodo, marchó a occidente, se hizo católico y enseñó griego a los humanistas, entre ellos a Petrarca. Simultáneamente a esta controversia, la figura de Tomás de Aquino atrae partidarios y crea adversarios, también en oriente. Demetrio Kydones (ca. 1324-1398) es el tomista más importante de esta época y a él se debe una traducción de la Suma contra Gentiles. El antitomista más destacado es Calixto Angelikoudes (ca.1340-1420), que escribe Contra Tomás de Aquino.

En el s. XV la filosofía bizantina discute de nuevo la opción de decidirse por Aristóteles o por Platón. Lo hace fructíferamente, de modo que estos esfuerzos pasan a los renacentistas, que distinguirán cuidadosamente entre estos dos autores. Gemistos Phleton (ca. 1355- 1452), el mayor de los filósofos orientales medievales, representa la defensa decidida de Platón en contra de Aristóteles; escribe Diferencias entre Platón y Aristóteles y critica tesis metafísicas y éticas de este último. Jorge Scholarios Gennadio (1405-ca. 1472) toma la defensa de Aristóteles contra Phleton, y escribe Contra las dificultades de Phleton a propósito de Aristóteles. Basilio Bessarion (1395-1472), es otro platónico que escribe contra Jorge de Trebisonda, o Trapezuncio (1395-1486), autor de una Comparación entre los filósofos Aristóteles y Platón.

Los filósofos bizantinos, que ayudaron a occidente a conocer a Aristóteles, cuyas obras son el motor del apogeo de la filosofía de la Escolástica, entrado el s. XV, tras la caída de Constantinopla y los contactos que se inician para favorecer la unión de las Iglesias, ayudan de nuevo a occidente a conocer ahora las obras de Platón, uno de los fermentos del humanismo del Renacimiento.

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