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Psicólogo, médico, zoólogo y etólogo austríaco. Nació en Viena el 7 de noviembre de 1903 y murió en Altenberg el 27 de febrero de 1989. Junto con Nikolaas Tinbergen es considerado el fundador de la etología moderna. Durante los años 1937 a 1940 enseñó psicología animal y anatomía comparada en la facultad de medicina de Viena. En 1940 accedió al cargo de director del departamento de psicología de la universidad de Königsberg.
Posteriormente, fue director del Instituto Max Planck de fisiología del comportamiento en Baviera. En 1973 recibió el premio Nobel de fisiología, que compartió con Nikolaas Tinbergen y Karl von Frisch.
Como estudioso del comportamiento animal intentó definir los esquemas fundamentales de su conducta. Es famoso su estudio sobre el imprinting en los ánades. (El imprinting es una pauta de conducta instintiva o mecanismo de troquelaje: aprendizaje de ciertos patrones de comportamiento durante un tiempo determinado y limitado del proceso de maduración, como el reconocimiento del progenitor -generalmente la madre- después del nacimiento). Lorenz mostró que los ánades recién nacidos siguen el primer objeto en movimiento que observan (animales de otras especies, hombres o, incluso, máquinas) y que lo asocian a su madre.
Esta forma de conducta o imprinting la caracterizó como un tipo peculiar de aprendizaje supraindividual capaz de influenciar otras formas de conducta posterior, tales como la elección de pareja sexual, por ejemplo. Estudió también muchas otras formas de conducta animal, tales como la territorialidad o la agresividad, por ejemplo. Todo ello le condujo a elaborar una moderna teoría de los instintos, entendidos como mecanismos desencadenantes innatos o comportamientos hereditarios que pueden desencadenarse incluso en ausencia de estímulos específicos exteriores, debido a una acumulación de energía de reacción. Lorenz estudió especialmente este comportamiento innato en la agresividad. Sus conclusiones también las consideró relevantes para entender la conducta humana, ya que sostuvo que también la agresividad humana es una pulsión natural que precisa ser canalizada de algún modo más o menos institucionalizado. De esta manera, para Lorenz, también en la especie humana subsisten comportamientos instintivos de origen filogenético que juegan un importante papel en sus relaciones con sus semejantes. Lorenz señala también que, con el avance de la civilización, se da una cierta decadencia de las normas de conducta, y que este incremento de civilización conduce al hombre a una situación semejante a la que los mismos hombres han impuesto a los animales domésticos: restricción de aire, luz, sol, restricción de movimientos (fronteras...). La privación de mecanismos de selección natural provocan en los hombres, como en los animales que les rodean, características propias de la domesticación: pérdida de tonicidad muscular, desgana, laxitud, pérdida de criterios para señalar lo verdaderamente lícito, junto con un aumento de los instintos de apareamiento que tienden a realizarse de una manera menos selectiva. En definitiva, se produce un decaimiento de los instintos más seguros. (Contra esta caracterización del decaimiento de los instintos se han manifestado muchos autores, que han visto en la posición de Lorenz una caracterización idealista y ahistoricista de la especie humana, y han señalado que no existe propiamente una forma salvaje del hombre. Así, Gehlen, por ejemplo, señala que «no hay, como creía Lorenz, un decaer de los instintos inicialmente más seguros, sino una reinstintivación [...] Si se derriban o se suprimen esos soportes y estabilizadores externos que son las instituciones firmes, nuestra conducta se deforma, se hace afectiva, impulsiva, desconcertante, indigna de confianza» -ver referencia -, y destaca las influencias roussonianas operantes en el pensamiento de Lorenz).
Junto con su compatriota Karl Popper, Lorenz examinó las bases teóricas de la teoría de la evolución, y la aplicación de la etología al estudio del comportamiento humano. En un texto titulado El porvenir está abierto se recogen estas conversaciones entre Lorenz y Popper (mantenidas en 1975 y en 1983). Ambos coinciden en señalar que la adaptación de los seres vivos al medio no debe entenderse de manera meramente pasiva, sino de forma activa. Los órganos no están modelados por su medio, sino que los organismos exploran activamente el medio y de ello resultan nuevas adaptaciones. De esta manera conciben la vida como un proceso de iniciativa y riesgo que se despliega en dos etapas: a) una primera etapa de descubrimiento, caracterizada por la invención y la aventura, y b) una etapa de repetición que logra la automatización del proceso. En tal concepción de la evolución resuenan influencias de la filosofía de Bergson, especialmente de la concepción que Bergson tenía de la evolución de la moral y la religión. Por otra parte, la aplicación de la etología al estudio del ser humano ha originado la etología humana, conocida también como biosociología o antropología biosocial, y emparentada con la sociobiología en la investigación del origen filogenético de la conducta humana. La etología, al abrirse al estudio del comportamiento humano, va más allá del terreno de la zoología del que surgió y, al igual que la antropología cultural, que va más allá de la antropología física, está en proceso de constituirse en una nueva ciencia social.
Merece destacarse el gran desacuerdo existente en la evaluación de la agresividad hecha por Lorenz y la efectuada por la mayoría de los sociobiólogos. Así, mientras Lorenz considera que entre los animales no se da, en general, el asesinato (muerte premeditada de miembros de la misma especie) ni el canibalismo, Edward O. Wilson (el fundador de la sociobiología) sostiene todo lo contrario, y afirma que el asesinato y el canibalismo están muy extendidos entre muchos insectos y bastante extendido entre los vertebrados superiores, de manera que, en contra de la opinión generalizada, la especie humana sale bastante bien parada.
Bibliografía
Sobre el autor
- Lorenz, K., Sobre la agresión. El pretendido mal. Siglo XXI, Madrid, 1976.
Relaciones geográficas