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En general, es la creencia que atribuye vida, intencionalidad, voluntad o sentimientos parecidos a los del hombre a todos los objetos de la naturaleza. En este sentido el animismo es una forma de antropocentrismo. Esta forma de animismo se conoce también como animatismo.

Edward Burnett Tylor, etnólogo y antropólogo inglés (1832-1917), ha sido el más importante estudioso del animismo. En su obra Primitive Culture (1871) sostuvo la tesis según la cual todas las formas más primitivas de religión se basan en la creencia en seres espirituales personales que animan la naturaleza. Según Tylor, las religiones se han desarrollado de una forma evolucionista de modo que, a partir del animismo, pasarían por el culto de objetos, manes, ancestros, fetiches e ídolos, al politeísmo y, finalmente, al monoteísmo. A su vez, el origen de estas creencias se halla, según Tylor, en razonamientos y analogías basadas en la extrañeza producida por los sueños, fantasías, visiones, alucinaciones, etc., por los que se llega a la creencia en la existencia de seres semejantes a los humanos, pero de naturaleza distinta. No obstante, las observaciones científicas elaboradas por la antropología cultural no han permitido confirmar esta hipótesis, de modo que, en la actualidad, no se admiten las tesis de Tylor sobre la génesis de la religión. No obstante, el término animismo se sigue usando para designar aquellas creencias que consideran todas las formas de la vida como manifestaciones de potencias tales como genios, almas, espíritus o deidades que animan el universo.

Van der Leew (Fenomenología de la religión) considera el animismo como una variedad específica de una creencia más general, el dinamismo, es decir, como una manifestación de la creencia según la cual el mundo está determinado por alguna forma de poder externa al mundo mismo.

En psicología, Jean Piaget (La representación del mundo en el niño) da el mismo nombre a un rasgo del periodo preoperatorio del desarrollo de la inteligencia, que se caracteriza por el hecho de que los niños atribuyen a las cosas (la luna, las nubes, etc.) conciencia e intencionalidad. Freud también considera la fase narcisista del desarrollo psico-sexual como fase animista.

Por otra parte, y en el sentido más general del término, las doctrinas antiguas y renacentistas que afirman la existencia de un alma del mundo también pueden considerarse animistas.

Desde que Robert Marett distinguiera entre la teoría estrictamente animista de Tylor y las creencias que atribuyen propiedades vitales a rocas, vasijas, tormentas, volcanes y montañas, la antropología cultural contemporánea (ver referencia) distingue entre animismo y animatismo, considerando el animismo simplemente como la creencia en seres personalizados pero incorpóreos, tales como almas, espíritus o dioses, y definiendo el animatismo como la atribución de conciencia y poderes humanos a los objetos inanimados.

La concentración de una fuerza animatista en un objeto, un animal, un lugar o en una persona, puede dotarlos de poderes extraordinarios, independiente del poder emanado de las almas y de los dioses. Este poder se conoce con el nombre de maná.