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(del latín finis, límite, término, culminación, traducción ciceroniana del griego τέλος, telos, fin, de teleioun, completar)

En el sentido de finalidad, es el objetivo que se persigue mediante una acción o, en el sentido de acabamiento, el resultado o término último a que llega un suceso. El adagio de la filosofía escolástica, finis est primum in intentione et postremum in executione -«el fin es lo primero en intención, pero lo último en ejecución»-, manifiesta este doble empleo del término: como finalidad o intencionalidad y como resultado o término de una acción o suceso.

Aristóteles

Aristóteles fijó el sentido filosófico del término en su teoría de las cuatro causas, tratándolo como «aquello en vistas a lo cual se realiza algo», o el «para qué» (to hou héneka). Es un concepto antropomórfico, derivado de la experiencia humana de finalidad o propósito en toda actividad productiva (poíesis) o práctica (praxis), que Aristóteles, observador también de la finalidad de los organismos, aplica a la naturaleza, no sólo a lo biológico, sino a toda cosa natural y al conjunto mismo de la naturaleza, a la que atribuye teleología, u ordenación a un fin. Una mala interpretación de la finalidad en la naturaleza -por ejemplo, que «los patos tienen patas palmeadas para nadar», o que «la naturaleza no hace nada en vano»- es afirmar que en la naturaleza hay una actividad intencional o un diseño o designio consciente. No hay más fines e intencionalidades en la naturaleza que los que la razón humana le atribuye como una idea simplificadora o explicativa de los fenómenos que tiene en cuenta. Aristóteles sostuvo que, en lo que concierne a los seres vivos, se identifican la forma, el agente del cambio y el fin; es decir, el fin no es más que la forma que inicia y desarrolla toda la potencialidad de la sustancia.

I. Kant

Kant, en la Crítica del juicio, analiza la idea de finalidad y fija su sentido: este concepto es necesario para pensar la relación que existe entre naturaleza (determinada) y voluntad humana (libre). La finalidad se manifiesta fundamentalmente de dos maneras: en el gusto estético (finalidad subjetiva) y en la teleología de los organismos (finalidad objetiva). Para hablar de estética y de teleología, es preciso recurrir al concepto de fin, sin el cual no es posible pensar ninguna de estas dos cosas. La finalidad ayuda a modo de una idea reguladora, pero no podemos atribuirla objetivamente a lo que con ella pensamos; no es más que una condición necesaria y universal (un a priori) para hablar de estética y del mundo orgánico: con ella pensamos, pero no conocemos. No es, pues, la finalidad un rasgo objetivo del mundo, sino una necesidad de la mente humana para pensar el mundo. El fin existe realmente en el ámbito de la moralidad, el reino de los fines, pero entonces su existencia es nuevamente supuesta y no demostrada.