Principio metodológico, diversamente formulado según las épocas, que aconseja elegir la más simple de entre las hipótesis o las explicaciones que puedan darse de un fenómeno. Guillermo de Occam, uno de los primeros en formularlo, lo enuncia afirmando que entia non sunt multiplicanda sine necessitate; a esta formulación, atribuida a Occam en el s. XVI -la suya propia es pluralitas non est ponenda sine necessitate [no hay que afirmar una pluralidad sin necesidad]- se la conoce como «navaja de Occam y de los nominalistas» (ver cita). La Edad Moderna aplicó el principio a los movimientos y sistemas mecánicos de la física. Así, a partir de la idea de Pierre Fermat (1601-1665) de que la luz «sigue siempre el camino más corto», Pierre Maupertuis establece, en 1746, el principio de la acción mínima, que formula de la siguiente manera: «Para todo cambio que ocurra en la naturaleza, la cantidad de acción empleada para ello es la mínima posible» -donde la acción no era el tiempo, sino el producto de la masa, la velocidad y el espacio-, otorgándole no obstante un fundamento metafísico, ya que afirmaba que el principio era una demostración de la sabiduría divina. Este principio, formulado matemáticamente, y desarrollado por Euler, Lagrange, Hamilton y Hilbert, se aplicó a la óptica, a la dinámica y hasta a la mecánica cuántica y a la teoría de la relatividad. Ernst Mach, físico y filósofo austríaco fenomenista y patrocinador del empiriocriticismo, insistió teóricamente en entender la ciencia como una economía del pensamiento, a la que asigna la misión de exponer y explicar los hechos «con el menor gasto intelectual» (ver texto ).