Toda ciencia se propone reemplazar y ahorrar las experiencias con la ayuda de la copia y de la figuración de los hechos en el pensamiento. Esta copia es, en efecto, más manejable que la experiencia misma y puede, bajo muchos aspectos, sustituirla. Esta función de economía, que penetra todo el ser de la ciencia, se manifiesta ya claramente en las demostraciones generales. El reconocimiento de este carácter de ahorro hace al mismo tiempo desaparecer todo misticismo del dominio científico. La comunicación de la ciencia por la enseñanza tiene por objeto ahorrar ciertas experiencias a un individuo, transmitiéndole las de otro individuo; son incluso las experiencias de generaciones enteras las que se transmiten a las generaciones siguientes por los libros acumulados en las bibliotecas y las que le son así ahorradas.[...]
Las ciencias, cuya característica de economía es la más desarrollada, son las que se ocupan de los fenómenos que pueden descomponerse en un pequeño número de elementos todos numéricamente valorables, como la mecánica, por ejemplo, que no considera sino los espacios, los tiempos y las masas. Estas ciencias aprovechan toda la economía de las matemáticas, anteriormente realizada. [...]
Se debe decir pues que no existe reultado científico que no hubiera podido, en principio, ser encontrado sin la ayuda de un método. Pero a causa de la corta duración de la vida y de los estrechos límites de la inteligencia humana, un saber digno de este nombre sólo puede ser adquirido por la mayor economía mental. La ciencia misma puede pues considerarse como un problema de mínimum, que consiste en exponer los hechos tan perfectamente como sea posible con el menor gasto intelectual.
Mecánica, cap. 4, sec. 4 (citado por R. Blanché, El método experimental y la filosofía de la física, FCE, México 1972, p. 320-326). |