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(del latín stimulus, aguijón)

Toda alteración del medio externo o interno, en forma de objeto, suceso, energía o cambio de energía, que a través de los receptores, los órganos de los sentidos, es capaz de desencadenar una respuesta en un organismo. A la capacidad que tiene un organismo de ser estimulado se la llama excitabilidad, y al hecho fisiológico por el que un organismo percibe un estímulo, sensación.

Los estímulos sensoriales son de seis clases: acústicos, luminosos electromagnéticos, mecánicos, térmicos, químicos y eléctricos. Y en todo estímulo hay que considerar el aspecto cualitativo (longitud de onda, frecuencia de vibración o tipo de sustancia química y distintas condiciones de percepción del color, del gusto y el olfato) y el aspecto cuantitativo o intensidad (cantidad mínima de energía necesaria para que haya estimulación o varíe). Para que exista sensación, la energía que constituye el estímulo ha de producirse según unas determinadas características de cualidad e intensidad, reguladas por el «umbral de estimulación»; por debajo del umbral mínimo no hay sensación y por encima del umbral máximo hay sensación de dolor. La ley de Weber-Fechner determina los umbrales diferenciales. Según esta ley, «una sensación aumenta en progresión aritmética, sólo si el estímulo crece en progresión geométrica» (ver cita).

El conductismo explica toda conducta como una secuencia o serie de secuencias de estímulos y respuestas (E → R) secuencias que son naturales u obtenidas por condicionamiento.